El día se levantó muy mojado. Tanto que durante un segundo pensé que sería impracticable montar con una lluvia tan fuerte. Pero después pensé en los caminos embarrados, y que una vez sucio y mojado en los primeros momentos de ruta, ya da igual seguir así durante todo el día. Así que me puse la chaqueta de invierno, comprobé que el cielo seguía plomizo, y salí a la calle.
Willy había pensado lo mismo que yo, y a punto estuvo de dar media vuelta. Pero el primero que llamase para desconvocar la ruta habría sido un perdedor, y ninguno quería ser un acojonado por cuatro gotas. Así que los dos salimos a la selva. Y obtuvimos una gran recompensa. El día se despejó, no hubo más lluvia, y sí en cambio una atmósfera limpia y despejada post-lluvia. La definición de los colores y el paisaje era inmenso. Los perfiles y las siluetas, diferentes, nuevas.
Una ruta llena de singletracks fantásticos, riachuelos, maraña de vegetación que había que apartar casi con machete, que en condiciones normales sería una ruta casi normal pero en mojado adquiría una dimensión épica. Descensos vertiginosos, resbaladizos, de máxima concentración.
En este caso no se cumplió eso de que "no busques y encontrarás". En este caso lo que funcionó fue "si buscas, lo encuentras". Lo más fácil habría sido quedarse en casa, pero ¿para qué hacerlo fácil cuando puedes hacerlo difícil?
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