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jueves, 21 de noviembre de 2013

Días de té y manta

En la BCN-Sitges por el Garraf.
El frío y la lluvia han irrumpido. Por fin, pero súbitamente, parece que el invierno ha llegado con todas las ganas, y con él una cierta pereza para salir a la montaña. Al menos hasta que me aclimate a la nueva estación, después de tantos meses de buen tiempo. Sí, es fácil poner excusas de todo tipo para retardar la apertura oficial del invierno. Pero bueno, en mi caso este año me apetece descansar un poco después de la Pedals, que ha sido como el broche final (otra vez) de la temporada. Y que no me apetece salir con frío, qué demonios. Creo que hay que saber escuchar al cuerpo y si ahora pide descanso, hay que respetarlo. Ya le apetecerá rock and roll. Y si no, cuando me canse de descansar, le meteré caña. Pero todo a su tiempo.

Mientras tanto hay un buen montón de cosas por hacer, como una pedalada de carretera junto a la Federación Catalana de Ciclismo. La clásica Barcelona-Sitges por la carretera del Garraf, para reivindicar entre otras cosas la seguridad vial de los ciclistas. Me lo pasé fenomenal con mi singlespeed, y no se me ocurre mejor manera de flirtear con la carretera que haciendo este tramo, cortado al tráfico y con toda la carretera para los más de 2.000 ciclistas que seríamos aquel día. Divertido.

Y más cosas: leer y ver películas. Tres grandes recomendaciones en estos días, relacionadas con la montaña.

1. Kilian Jornet.

Un chaval que vive semanas enteras en una caravana   en los alpes franceses. Entrena, corre por la montaña, gana ultratrails y bate todos los récords. Es el número 1 mundial. Austero, espartano. El chaval se llama Kilian Jornet. Un tipo que ha convertido los maratones de montaña en deporte de masas. Pues es un caso parecido a Josef Ajram: o le admiras o le odias. No son personas que pasan desapercibidas por el mundo. Quizás no son comparables entre sí, y yo no soy quien para juzgar a deportistas ni a nadie, pero lo que me transmite Jornet es la imagen de un chaval que vive por la montaña y nada más. Sencillo, humilde, taciturno incluso. Un ermitaño. Un tipo que en España lo consideramos un freak, pero que simplemente es coherente con lo que piensa y lo que hace. Este programa de TV3, El Convidat, hizo hace un tiempo un interesante reportaje con Kilian Jornet. Lo vi de casualidad, y me gustó. Inspiracional.

2. La araña blanca.
Regalo por mi último cumpleaños. La crónica de la ascensión al Eiger de Heinrich Harrer. Casi una obsesión para mi, que por fin me he puesto a leer y a desmenuzar. Parece increíble por las penalidades que pasaron los cuatro alpinistas en 1938 para ascender la cara norte del Eiger, tras varios intentos fracasados de ascensiones anteriores. El relato de los que intentaron subir la montaña antes que ellos es dramático y desolador. Ponerse en la piel de esos chavales, del frio, el miedo, el sufrimiento que pasaron, saber que iban a morir en una montaña, solos y abandonados a su suerte... Para mi la montaña es capaz de generar las tragedias más duras y las hazañas más impresionantes del ser humano. Es un sitio donde se ponen a prueba verdaderos límites: amistad, compañerismo, capacidad de sufrimiento, determinación. Elegir opciones.

"Ciertamente, el ser humano es pequeño y no esencial dentro de la naturaleza, pero forma parte de ella. Entonces ¿se debe respetar menos a quien se coloca en el centro de la naturaleza que a aquel que únicamente disfruta del espectáculo resguardado de todo peligro y tempestad? Es cierto que hasta los ridículos gusanos perciben que los témpanos se pueden desprender. Pero también es cierto que han aprendido a observar dónde y cuándo puede suceder esto. Y no son sordos, también ellos escuchan la lengua de la gran montaña. Sin embargo, entienden esa lengua y la interpretan de manera diferente a la de los plácidos observadores".

3. Tocando el vacío.
Por último, una película. Un documental excelente y un resumen de todo esto, de la montaña. La dramática, angustiosa, expedición de Joe Simpson y Simon Yates a un pico de los Andes peruanos, filmada de forma magistral por Kevin McDonald (El último rey de Escocia). Una de las películas sobre alpinismo que más me han impresionado, por no decir la que más. Son casos extremos, obviamente, que conforman la épica de un deporte tan incomprendido como criticado, del que muchos hablan y pocos han experimentado (yo el primero), pero dan una idea de lo que puede llegar a significar la montaña y pone en perspectiva muchos valores y conceptos comunes a todos los que la amamos y respetamos.


Enlace a la película: http://www.youtube.com/watch?v=oBJ31YnURg8




...y con esto y un bizcocho... a disfrutar del invierno, ¡un rato con una manta en casa y otro rato en la montaña al aire libre!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapas II, III y IV)

Etapa 2: Castellars-Espui
42km, 1.308m desnivel acumulado, 4h 30.

El despertar del segundo día fue excelente. Descansado y recuperado, y tras un fantástico desayuno, me subí a la bici con algo de pereza porque comenzaba la etapa subiendo. Y de qué manera. Lo que quedaba de la subida del Col del Salvador era una pista de piedra suelta bastante incómoda y puñetera, pero la superé sin demasiados problemas. El cuarto punto de control estaba en Les Esglèsies, donde me tomé un cafetito mañanero mientras charlaba con la simpática viejecita dueña del hostal. El día era magnífico, de sol radiante, y quedaban un par de subidas rompepiernas de media montaña hasta llegar a la dificultad de la jornada: el Coll de Pemir. Para llegar hasta el valle siguiente había que dejar la pista de travesía pirenaica y unirla con la pista del otro valle, a través de una zona que en el mapa figuraba como no-ciclable y que me generaba algunas dudas. Esperaba no perderme, pero al final ese tramo a pie resultó ser bastante fácil de seguir y pude enlazar la ruta perfectamente. Además, el paisaje era precioso y estaba en constante cambio de terreno y de vegetación.


Sin más contratiempos y disfrutando de unos buenos tramos de fluidez, me presenté en el final de etapa antes de lo previsto. Espui, un pequeño pueblo de la comarca del Pallars-Sobirá, vecina del Valle de Arán. Una comarca que noté bastante decepcionada por ver cómo la mayoría de los turistas se quedan en el vecino y famoso valle, y que tenían un proyecto que podía haberles traído muchos beneficios pero que se fue al traste: una estación de esquí. De hecho, se puede ver la estructura principal del telecabina, de hormigón, como un esqueleto abandonado al lado de la carretera. Me pregunto si no habrán salido ganando con este fracaso, en el fondo, para mantener un entorno de paz y tranquilidad, que también puede explotarse turísticamente y generar desarrollo... Pero los lugareños son los que mejor conocen las cosas que les tocan, así que uno no puede más que escucharles e intentar ponerse en su lugar.


Etapa 3. Espui-Espot
56km, 1.560m desnivel acumulado, 5h.

Etapa reina de la ruta. Una larga y tendida ascensión por el Coll de Triador hasta la altitud máxima de la Pedals: 2.268m. Hasta ahora había venido haciendo puertecitos más o menos duros por la poca sucesión de llaneo y de pedaleo fluído. Y ahora venía el plato fuerte. Comencé temprano para que no me pillase el toro y tuviese tiempo de sobra hasta Espot, y la ascensión fue bien. En un par de horas había alcanzado la cumbre y dejado atrás una perfecta lección sobre los niveles vegetales de una montaña: empezando en el bosque de robles y caducifolios, pasando por el pinar y los abetos, helechos y coníferas, hasta llegar a la alta montaña. Aquí empezaba el contacto con otra parte de la ruta, la de alta montaña, colinas y picos pelados. Un paisaje extraordinario que para mí es el gran símbolo de los Pirineos. Así llegué al Coll de la Portella llaneando por pista de montaña, con los Pirineos a los pies. Fue sin duda la parte más bonita de la ruta, para mí. Unos buenos kilómetros de fluidez por la falda de las montañas, viendo águilas, buitres, vacas, caballos salvajes y toda una cadena de montañas en el horizonte, sin nada ni nadie alrededor. En completa soledad y escuchando solamente el viento y el batir de las alas a las águilas. Una etapa memorable.

Continué así durante un buen rato, recorriendo las cumbres entre la pista, hasta llegar a la altura de las pistas de esquí de Espot. Ya sólo quedaba bajar hasta allí. ¡Y qué bajada! Aunque por pista, las de los Pirineos no son cosa cualquiera, y se parecen más a un sendero ancho que a un pistón. El simple hecho de descender entre bosque ya lo convertía en un descenso épico, así que disfruté enormemente de las sensaciones de velocidad entre los abetos y las curvas caprichosas de las montañas. El día no podía haber salido mejor. ¡Y además me crucé con un zorro casi llegando a Espot! Qué mejor cosa que ver animalejos yendo en bici...




Etapa 4. Espot-Vielha
64km, 1.320m desnivel acumulado, 6h.

No lo podía creer, pero ya terminaba la ruta. Después de tres días que habían pasado con la misma intensidad que rapidez, aquello se acababa. Pero en fin, quedaba la etapa más larga y me propuse exprimirla al máximo para sacarle todo el jugo. La mañana de Todos los santos refrescaba, pero me puse en marcha, una vez más, saborendo el copioso desayuno que me brindaban. En una hora ya lo tenía digerido, y menos mal, porque empezaba a rodar por senderos y singletracks de categoría. Hasta ahora, el porcentaje de terreno que había recorrido calculo que era un 60% pista (que no quiere decir fácil), 20% carretera y 20% sendero técnico (con bastantes partes no ciclables). Pero hoy el porcentaje de sendero iba a aumentar hasta un 30%. ¡Y qué senderos! A media mañana comencé a adentrarme en el territorio del Parque Nacional de Aigües Tortes, y allí empezó la fiesta. El otoño estaba haciendo estragos en los bosques de hayas y castaños, así que el paisaje era digno de El señor de los anillos. Los senderos de bosque estaban especialmente bonitos, suaves, sinuosos y fluídos gracias a la humedad de estas fechas y la sombra que los cubría. Puedo decir que estos tramos de la ruta fueron los más celebrados junto con los de alta montaña del día anterior. Sólo que estos, además, no se acababan nunca. Era imposible ir a la velocidad que te pedía el cuerpo, porque te perdías la visión del entorno. Pero por otra parte, ¿cómo iba a renunciar a darle caña en uno de los lugares más especiales por los que había montado hasta ahora?


Después de un buen rato de festival senderil, en la más absoluta soledad y el apogeo de los colores otoñales, los senderos se terminaron y volví a las pistas de montaña, atravesando ya el corazón del Parque. Ríos, picos nevados, casas y refugios a un lado, vacas al otro... El paisaje era de estampa suiza, y de hecho me recordaba mucho a los Alpes. Pero no, no estaba en los Alpes sino en los Pirineos. La jornada se estaba haciendo larga y durilla, entre tantos kilómetros, sube y baja, piedras y senderos. Empezaba a hacer fresquito (ese día no me quité la tercera capa en todo el día), y el menú diario que empleaba (barritas) estaban empezando a escasear. Pero todo era tan acojonantemente bonito que me daba igual. Y además sabía que iba sobrado para llegar a Vielha. El último tramo hasta Pla de Beret se me hizo más duro, pero por fin llegué al parking de la estación, y desde allí sólo quedaba BAJAR.

Y efectivamente, la bajada hasta Vielha fue alucinante. La ruta había sido de 10, pero quedaba el remate. La guinda del pastel. Cualquier diseñador de rutas de chichinabo habría bajado por la carretera desde Beret hasta Vielha, pero en una ruta así no se podía terminar de esta forma. Así que la bajada fue la digna gota que colmó el vaso de la diversión. Sendero, pista, senderos, curvas, más pistas, más senderos... no se acababa nunca. Y además, en una de esas, me encontré con unos buenos amigos (y vecinos) de Barcelona en medio de un sendero entre pueblo y pueblo... debieron flipar cuando me vieron con mi cara de felicidad, manchado de barro y sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja.



Y así, a media tarde volvía al punto de partida de la Pedals, habiendo dado la vuelta a una de las zonas más bellas y escondidas de los Pirineos, y con la satisfacción de haber vivido sobre una mountain bike durante esos últimos cuatro días. Creo que eso es lo que más me gusta de un viaje así: la sensación de llevar en una mochila lo necesario para viajar, y tu bici. La cama, la ducha caliente, y el buen yantar son otra cosa, claro. Pero lo esencial consiste en unas pocas cosas, y a veces tienes la suerte de poder llevarlas sobre tu espalda, algunas, y bajo tu culo, la otra.



Hasta la próxima ruta épica...


Ver también:
PDF Etapa I
Pedals de Foc (Intro)

Gracias a PowerBar España y a Pep de Pedals del Mundo por su iniciativa y a Axier, del Hotel Ribaeta por su amabilidad.


jueves, 25 de julio de 2013

El Eiger

Ayer 24 de julio se cumplieron 75 años de la primera ascensión al Eiger ("ogro", en alemán) por la cara norte, una de las montañas más duras de los Alpes. Ese 24 de julio de 1938 alcanzaba cumbre la expedición de los alemanes Heckmair y Börg y los austriacos Harrer y Kasparek. La expedición la patrocinaba el gobierno alemán de la época, los nazis. Y eran dos cordadas independientes, los alemanes y los austriacos, pero que después se juntaron bajo el liderazgo de Anderl Heckmair.
El Eiger desde Grindelwald.

Los dos austriacos eran Harrer y Kasparek. Heinrich Harrer. Sí, el de Siete años en el Tíbet. Resulta que Harrer, que se había metido en las SS pocos meses antes, ya destacaba como montañero y alpinista. Los nazis quisieron poner la bandera en el Eiger, hasta entonces virgen, como demostración del poderío del Reich, y utilizaron a los mejores escaladores arios que pudieron permitirse. Al regresar a Alemania, la cordada fue recibida por Hitler con grandes honores.

Harrer, que murió en 2006, siempre reconoció que meterse en el movimiento nazi fue un gran error en su vida. Según dijo, sólo vistió una vez el uniforme de las SS, el día de su boda. Poco después, en 1939, Harrer integró otra expedición del Reich para alcanzar el Nanga Parbat. Allí, entre Pakistán y Nepal, y en medio de un territorio dominado por los ingleses, les sorprendió el estallido de la guerra, quedando atrapados en una tierra de nadie y dando lugar a la famosa aventura y libro de Harrer, Siete años en el Tibet, más tarde película.

Célebres alpinistas como Reinhold Messner y actualmente Ueli Steck han pulverizado los récords de subir al Eiger por la cara norte. Ahora ascender ese monstruo de roca y hielo se ha convertido en una competición, y el récord lo tiene Dani Arnold, con 2 horas 20 minutos. Lo que hace 75 años costaba vidas (y las ha seguido costando), ahora gracias a los materiales, la preparación física y mental, etc, es cuestión de un par de horas.

Por todo esto, observar el Eiger de cerca hace unas semanas, cuando estuvimos en Grindelwald, es como contemplar un monumento al valor y la determinación del ser humano. Una mole de caliza y hielo, peligrosa y amenazante, a menudo cubierta de nubes y tormentas. Ahí han perecido los sueños de muchos valientes, y han alcanzado la gloria otros tantos. Un puñado de locos que vieron necesario llegar hasta allí y retar a la naturaleza de tú a tú.

Por lo tanto, efectivamente. Brad Pitt, que interpretó a Heinrich Harrer en Siete años en el Tibet, tiene algo que ver con el Eiger. La teoría de los seis grados de separación entre las cosas, vuelve a cumplirse.

Con todo esto, ya tengo lecturas para poner a la cola:
La araña blanca.
Siete años en el Tibet, ambos de Heinrich Harrer.

martes, 16 de julio de 2013

En los Alpes

Ya han pasado unos cuantos días. Y es que para ponerse a escribir sobre un viaje así, uno necesita reposar y que se asienten las imágenes almacenadas en la retina. Digerir el festín de momentos, esfuerzos y diversión. Y es que el retorno de los Alpes es duro. Siempre lo es cuando te pasas una semana (casi) en un sitio rodeado de tresmiles y cuatromiles, con algunas de las montañas más famosas del planeta como fondo de pantalla mientras desayunas. Es duro volver, pero hay que hacerlo y contarlo para convencerse de que es real.

En esa semana tuvimos buen tiempo excepto un día, que al final lo declaramos apto para montar, y que nos regaló unos paisajes dignos de Juego de Tronos o El Señor de los Anillos. Nieblas, lloviznas, bosques húmedos repletos de musgo y raíces... paisajes encantados. Una jornada excepcional. Pero no menos que las demás, ya que el resto de los días hábiles para montar disfrutamos del sol y las altas temperaturas, gracias a las cuales los glaciares de los Alpes se están derritiendo como un Frigodedo, en los últimos años. Efectivamente, amigos. Esta fue una de las muchas enseñanzas culturales que nos dejó este viaje a Suiza. Los glaciares alpinos han retrocedido más de un 60% en los últimos cien años, y lo pudimos comprobar en vivo y en directo. En algunos glaciares a los que pudimos acercarnos en las rutas, había fotos de alrededor del año 1900 y se veía perfectamente cómo la morrena llegaba hasta escasos metros del punto en el que estábamos. Ahora había retrocedido tanto que ya no se veía desde esos sitios y había que ascender hasta mucho más arriba para verlo.

En fin, que ese buen tiempo que tanto gusta a los domingueros y que tantos carcinomas está causando a la peña, es el mismo que también está derritiendo los glaciares y las grandes masas de hielo del Atlántico norte. El tema "cambio climático" fue, de hecho, un tema de debate en el grupo durante esta semana, pero dejémoslo aparte y centrémonos en el concepto. El montar, el riding.

Las agradables temperaturas y las precipitaciones recientes en esa zona habían dejado el suelo en condiciones óptimas para rodar en bici. Curiosamente, y tal como habíamos previsto durante la preparación del viaje, nos íbamos a un punto para nada caliente de los Alpes, en el sentido de que íbamos a encontrarnos a poca gente haciendo lo nuestro. Al huir de los bike parks se abre un mundo de posibilidades y de senderos, la mayoría para caminantes, pero por eso precisamente también más vírgenes y sin tráfico de bicis. Esto tiene sus pros y sus contras, claro, pero la elección de un "secret spot" frente a un "hot spot" creo que va más con la filosofía de montar que a nosotros nos gusta. Esto te hace currar mucho más, evidentemente. Superar mayor desnivel, mirar el mapa constantemente, etc. Ser creativo y saber improvisar. Pero eso lo hace, al fin y al cabo, más divertido y con más dosis de aventura que si te dejas caer por pistas marcadas y trazadas para bicis.

El caso es que con esa filosofía en mente nos adentramos en el mundo de las megasubidas a cotas de 2.500, salvando mil metros de desnivel, para luego deslizarnos por más o menos progresivos descensos, atravesando páramos y bosques sin parar, intentando perder poca cota y enlazando líneas de altura, hasta el punto inicial. Las subidas eran duras y largas, pero compensaban por el increíble paisaje que disfrutábamos mientras tanto. Y una vez arriba, las bajadas en su mayoría (excepto alguna muy extrema que apenas era ciclable) tenían una mezcla de todo un poco: partes con algo de técnica, piedras, raíces húmedas... y sobre todo mucho curveo, singletrack, escalones, sendero ancho muy rápido... todo aderezado con unas vistas de infarto. Si no era el mítico Eiger, era el Jungfrau, el Mönch o cualquiera de las cumbres que el alpinismo y la escalada han hecho famosas.

Así que, como siempre, una semana da para mucho pero siempre vuelves con ganas de más, y con la sensación de que has hecho la punta de un iceberg gigantesco que se esconde en esos bosques, y que nunca se acabaría. Ni aunque vivieras allí cien años.