
Este invierno ha sido de los más secos en los últimos años en Cataluña. Era una pena ver que semana tras semana no llegaba la lluvia, y ya se hablaba de peligro de sequía y restricciones para la población a partir de octubre. Por eso, la lluvia que ha caído durante este mes de mayo y sigue haciéndolo, la recibimos con los brazos abiertos. De ahí la expresión. Y qué mejor forma de celebrar la lluvia que saliendo a montar y a empaparse de tan preciado elemento.
Quién iba a decirnos hace unos años que la lluvia sería poco menos que una fiesta. Ver llover se ha convertido casi en un fenómeno sobrenatural. El oro líquido que tanto falta y que tan felices nos hace a los bikers.
La falta de costumbre y de práctica te hace perder habilidades, y en el caso de montar en terreno mojado también sucede. Si te acostumbras a montar en seco, cuando llueve te encuentras torpe, eso es así. Al menos los primeros momentos. Luego ya te acostumbras y recuerdas la forma de montar "de la sierra", cuando haces el camino Smidt y la Pedriza. La forma de encarar las raíces y las piedras. Todo eso se recuerda, como el olor de la tierra mojada y la sensación de libertad increíble que te llena cuando vas a toda hostia por un sendero medio nublado, con algunos charcos, mientras los arbustos empapados por la lluvia te mojan la ropa.
Y luego está la sensación mítica que es montar en mojado, bajo nubarrones amenazantes y sobre un suelo igualmente amenenazante. Condiciones inestables, vaya. Es todo mucho más imprevisible: una raíz mojada, unas gotas en tu cabeza, un charco del tamaño del Mississipi... la lluvia, en definitva, hace más natural a la naturaleza, más salvaje y en estado puro.
Por eso, la lluvia y el mountain bike hacen una estupenda pareja. Esperemos que sea duradera.