Un reciente artículo del semanario Newsweek (9 de agosto de 2010), titulado
"La muerte de la generosidad" dibuja un panorama sombrío sobre la situación actual de la ayuda internacional hacia los países en desarrollo. El artículo rememora cuando hace 10 años las economías occidentales todavía estaban boyantes.
Tony Blair o
Bill Clinton se hacían fotos con los nuevos expertos en desarrollo mundial, como el cantante Bono; Jeffrey Sachs se convertía en el apóstol del neo-desarrollismo, y los recién comprometidos
Objetivos del Milenio estaban en pleno auge. Una ola de optimismo y de retos alcanzables recorría los foros internacionales.
Ahora, 10 años después, las economías occidentales están inmersas en una crisis de desenlace impreciso. La ayuda internacional, según este artículo y otros críticos, está en un proceso de
escepticismo, de cambio, cuando no de retroceso. Recientemente, se daba a conocer que unos 3.000 millones de dólares destinados a la ayuda se habían esfumado de
Afganistán desde 2006. De los 9.900 millones de dólares de ayuda a
Haití, comprometidos por la comunidad internacional a raíz del terremoto del pasado mes de enero, sólo se ha ejecutado el 2%. Y habrá más ejemplos con lo sucedido estos días en
Pakistán.
Aparentemente, todos estos datos son demostrables. El artículo dibuja un panorama oscuro, pero en cierto modo
realista: "¿para qué sirve la ayuda internacional? No parece que los países pobres hayan mejorado su situación", parece querer decir.
Sin embargo, este escepticismo hacia la utilidad de la ayuda internacional no es nuevo. En cada época de crisis o recesión económica, uno de los temas recurrentes es el
replanteamiento de la ayuda al desarrollo. Es natural en una economía global de mercado que busca la optimización de las inversiones y donde la rendición de cuentas es más relevante que nunca.
Digamos que sí, que es cierto. La ayuda ha retrocedido. El propio
Banco Mundialreconoce que el crédito a ciertos países ha aumentado en 2010, pero que la ayuda comprometida por los donantes, especialmente al
África subsahariana, ha sido insuficiente. Los países donantes han incumplido sus compromisos de ayuda por diversas razones: la crisis financiera, la corrupción de los gobiernos locales, o la propia dificultad de muchos gobiernos por "vender" programas de ayuda entre sus propios electorados o parlamentos. Digamos que el mundo es más insolidario -es decir, ineficiente-, y hay razones que lo justifican.
En realidad, estas supuestas razones son las que tienden la trampa. Las economías
neoliberales siguen sin aceptar la utilidad de una ayuda internacional desinteresada, y ahora han encontrado la excusa perfecta: una crisis global que les haga mirar hacia sus propios problemas, o repensar la forma de esa ayuda. Las razones económicas demuestran que la ayuda internacional no soluciona los grandes problemas del mundo, por lo tanto hay que plantear otras alternativas más
eficientes.
El artículo de Newsweek, como buen medio norteamericano impregnado de neoliberalismo, no se da cuenta de que la mayoría de la ayuda internacional desde el
sagrado Plan Marshall (extraído de la teoría keynesiana), ha sido condicionada estructural y políticamente a intereses económicos. Evidentemente, de esta forma es imposible que la ayuda sea mínimamente efectiva, por lo tanto es fácil renegar de ella y condenarla al fracaso para reconducirla hacia otros intereses, que por otra parte ya subyacían en las estrategias de los organismos financieros internacionales.
Pero lo realmente escandaloso de este discurso es que la conclusión no se plantea eliminar o reducir la ayuda. La conclusión es que hay que mantenerla, porque "si no los ayudamos nosotros, otros lo harán, como
China o
Venezuela". Y ellos sí que tienen intereses en los países a los que ayudan (China ya es el principal "donante" en África, del cual obtiene el
30% de su consumo de petróleo), no nosotros. Con lo cual, la propia tesis destapa lo que en verdad los países occidentales (Estados Unidos y las instituciones financieras a la cabeza) piensan de la ayuda internacional: que no la conciben sin estar ligada a intereses estratégicos, económicos o políticos. Simplemente, es una cuestión de mercado, un
neocolonialismo de tapadera.
El mejor ejemplo de este pensamiento
neocol se ilustra cuando etiquetan a Somalia, Chad y Sudán como los
"peores estados fallidos del mundo", como los llama la revista ultraliberal
Foreign Policy -del mismo grupo editorial que el Washington Post y Newsweek-. Estos "estados fallidos" coinciden con zonas de desastres humanitarios, y según este análisis "el fracaso de las políticas de desarrollo puede dar lugar a estados fallidos, que a su vez pueden alimentar el radicalismo político y el de grupos armados locales". Una lectura sin ambages de la
ayuda al desarrollo en términos
geopolíticos.
Los últimos 30 años han demostrado que cuando la ayuda al desarrollo se entiende -extraoficialmente, claro- en clave política y se diseña desde los mapas, sin contar con la sociedad civil y las organizaciones sin ánimo de lucro y humanitarias, el resultado es contraproducente. Un
quid pro quo entre no iguales no es justo, y genera más desigualdad. Optar por otras vías no garantiza el éxito, pero desde luego evitaría muchas consecuencias impropias que genera una ayuda al desarrollo mal entendida.
Imagen: Worldmaps