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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapas II, III y IV)

Etapa 2: Castellars-Espui
42km, 1.308m desnivel acumulado, 4h 30.

El despertar del segundo día fue excelente. Descansado y recuperado, y tras un fantástico desayuno, me subí a la bici con algo de pereza porque comenzaba la etapa subiendo. Y de qué manera. Lo que quedaba de la subida del Col del Salvador era una pista de piedra suelta bastante incómoda y puñetera, pero la superé sin demasiados problemas. El cuarto punto de control estaba en Les Esglèsies, donde me tomé un cafetito mañanero mientras charlaba con la simpática viejecita dueña del hostal. El día era magnífico, de sol radiante, y quedaban un par de subidas rompepiernas de media montaña hasta llegar a la dificultad de la jornada: el Coll de Pemir. Para llegar hasta el valle siguiente había que dejar la pista de travesía pirenaica y unirla con la pista del otro valle, a través de una zona que en el mapa figuraba como no-ciclable y que me generaba algunas dudas. Esperaba no perderme, pero al final ese tramo a pie resultó ser bastante fácil de seguir y pude enlazar la ruta perfectamente. Además, el paisaje era precioso y estaba en constante cambio de terreno y de vegetación.


Sin más contratiempos y disfrutando de unos buenos tramos de fluidez, me presenté en el final de etapa antes de lo previsto. Espui, un pequeño pueblo de la comarca del Pallars-Sobirá, vecina del Valle de Arán. Una comarca que noté bastante decepcionada por ver cómo la mayoría de los turistas se quedan en el vecino y famoso valle, y que tenían un proyecto que podía haberles traído muchos beneficios pero que se fue al traste: una estación de esquí. De hecho, se puede ver la estructura principal del telecabina, de hormigón, como un esqueleto abandonado al lado de la carretera. Me pregunto si no habrán salido ganando con este fracaso, en el fondo, para mantener un entorno de paz y tranquilidad, que también puede explotarse turísticamente y generar desarrollo... Pero los lugareños son los que mejor conocen las cosas que les tocan, así que uno no puede más que escucharles e intentar ponerse en su lugar.


Etapa 3. Espui-Espot
56km, 1.560m desnivel acumulado, 5h.

Etapa reina de la ruta. Una larga y tendida ascensión por el Coll de Triador hasta la altitud máxima de la Pedals: 2.268m. Hasta ahora había venido haciendo puertecitos más o menos duros por la poca sucesión de llaneo y de pedaleo fluído. Y ahora venía el plato fuerte. Comencé temprano para que no me pillase el toro y tuviese tiempo de sobra hasta Espot, y la ascensión fue bien. En un par de horas había alcanzado la cumbre y dejado atrás una perfecta lección sobre los niveles vegetales de una montaña: empezando en el bosque de robles y caducifolios, pasando por el pinar y los abetos, helechos y coníferas, hasta llegar a la alta montaña. Aquí empezaba el contacto con otra parte de la ruta, la de alta montaña, colinas y picos pelados. Un paisaje extraordinario que para mí es el gran símbolo de los Pirineos. Así llegué al Coll de la Portella llaneando por pista de montaña, con los Pirineos a los pies. Fue sin duda la parte más bonita de la ruta, para mí. Unos buenos kilómetros de fluidez por la falda de las montañas, viendo águilas, buitres, vacas, caballos salvajes y toda una cadena de montañas en el horizonte, sin nada ni nadie alrededor. En completa soledad y escuchando solamente el viento y el batir de las alas a las águilas. Una etapa memorable.

Continué así durante un buen rato, recorriendo las cumbres entre la pista, hasta llegar a la altura de las pistas de esquí de Espot. Ya sólo quedaba bajar hasta allí. ¡Y qué bajada! Aunque por pista, las de los Pirineos no son cosa cualquiera, y se parecen más a un sendero ancho que a un pistón. El simple hecho de descender entre bosque ya lo convertía en un descenso épico, así que disfruté enormemente de las sensaciones de velocidad entre los abetos y las curvas caprichosas de las montañas. El día no podía haber salido mejor. ¡Y además me crucé con un zorro casi llegando a Espot! Qué mejor cosa que ver animalejos yendo en bici...




Etapa 4. Espot-Vielha
64km, 1.320m desnivel acumulado, 6h.

No lo podía creer, pero ya terminaba la ruta. Después de tres días que habían pasado con la misma intensidad que rapidez, aquello se acababa. Pero en fin, quedaba la etapa más larga y me propuse exprimirla al máximo para sacarle todo el jugo. La mañana de Todos los santos refrescaba, pero me puse en marcha, una vez más, saborendo el copioso desayuno que me brindaban. En una hora ya lo tenía digerido, y menos mal, porque empezaba a rodar por senderos y singletracks de categoría. Hasta ahora, el porcentaje de terreno que había recorrido calculo que era un 60% pista (que no quiere decir fácil), 20% carretera y 20% sendero técnico (con bastantes partes no ciclables). Pero hoy el porcentaje de sendero iba a aumentar hasta un 30%. ¡Y qué senderos! A media mañana comencé a adentrarme en el territorio del Parque Nacional de Aigües Tortes, y allí empezó la fiesta. El otoño estaba haciendo estragos en los bosques de hayas y castaños, así que el paisaje era digno de El señor de los anillos. Los senderos de bosque estaban especialmente bonitos, suaves, sinuosos y fluídos gracias a la humedad de estas fechas y la sombra que los cubría. Puedo decir que estos tramos de la ruta fueron los más celebrados junto con los de alta montaña del día anterior. Sólo que estos, además, no se acababan nunca. Era imposible ir a la velocidad que te pedía el cuerpo, porque te perdías la visión del entorno. Pero por otra parte, ¿cómo iba a renunciar a darle caña en uno de los lugares más especiales por los que había montado hasta ahora?


Después de un buen rato de festival senderil, en la más absoluta soledad y el apogeo de los colores otoñales, los senderos se terminaron y volví a las pistas de montaña, atravesando ya el corazón del Parque. Ríos, picos nevados, casas y refugios a un lado, vacas al otro... El paisaje era de estampa suiza, y de hecho me recordaba mucho a los Alpes. Pero no, no estaba en los Alpes sino en los Pirineos. La jornada se estaba haciendo larga y durilla, entre tantos kilómetros, sube y baja, piedras y senderos. Empezaba a hacer fresquito (ese día no me quité la tercera capa en todo el día), y el menú diario que empleaba (barritas) estaban empezando a escasear. Pero todo era tan acojonantemente bonito que me daba igual. Y además sabía que iba sobrado para llegar a Vielha. El último tramo hasta Pla de Beret se me hizo más duro, pero por fin llegué al parking de la estación, y desde allí sólo quedaba BAJAR.

Y efectivamente, la bajada hasta Vielha fue alucinante. La ruta había sido de 10, pero quedaba el remate. La guinda del pastel. Cualquier diseñador de rutas de chichinabo habría bajado por la carretera desde Beret hasta Vielha, pero en una ruta así no se podía terminar de esta forma. Así que la bajada fue la digna gota que colmó el vaso de la diversión. Sendero, pista, senderos, curvas, más pistas, más senderos... no se acababa nunca. Y además, en una de esas, me encontré con unos buenos amigos (y vecinos) de Barcelona en medio de un sendero entre pueblo y pueblo... debieron flipar cuando me vieron con mi cara de felicidad, manchado de barro y sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja.



Y así, a media tarde volvía al punto de partida de la Pedals, habiendo dado la vuelta a una de las zonas más bellas y escondidas de los Pirineos, y con la satisfacción de haber vivido sobre una mountain bike durante esos últimos cuatro días. Creo que eso es lo que más me gusta de un viaje así: la sensación de llevar en una mochila lo necesario para viajar, y tu bici. La cama, la ducha caliente, y el buen yantar son otra cosa, claro. Pero lo esencial consiste en unas pocas cosas, y a veces tienes la suerte de poder llevarlas sobre tu espalda, algunas, y bajo tu culo, la otra.



Hasta la próxima ruta épica...


Ver también:
PDF Etapa I
Pedals de Foc (Intro)

Gracias a PowerBar España y a Pep de Pedals del Mundo por su iniciativa y a Axier, del Hotel Ribaeta por su amabilidad.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapa I)

Etapa 1: Vielha-Abadía de Castellars
53km. 1357m desnivel acumulado. 6h

Km. 0. Frío de cojones.
Las primeras pedaladas de la Pedals fueron frías, dubitativas. El mochilón de 12 o 13kg que llevaba a la espalda no ayudaba a ir fluído, y me sentía un poco más de corcho que habitualmente cuando empiezas a rodar sobre la bici. Sin embargo, los primeros senderos de la ruta empezaron con muy buen pie. Senderos otoñales preciosos bordeando el embalse de Baserca. Ya estaba en territorio de la Ribagorza aragonesa. Los primeros kilómetros de la ruta prometían, por tanto. Pista medio ancha pero agreste, y paisajes espectaculares. Y lo mejor de todo: en 10 minutos había entrado en calor, a pesar de ir la mayor parte de la mañana por umbrías.

A una buena media fui atravesando los pueblos de Forcat, Viñal y Ginaste, donde comenzaba a sellar la credencial de paso de la Pedals, que llevaba en mi roadbook. El roadbook me daba un aire a piloto del Paris-Dakar, con ese artilugio amarrado entre el manillar y la potencia. Me fue obviamente muy útil y no dio problemas en ningún momento.

Los enlaces entre estos primeros pueblos, pequeños y deshabitados a esas horas de un martes cualquiera de otoño, empezaron a sacarme los primeros gritos de entusiasmo. ¡Qué senderos! El sol de la mañana creaba reflejos dorados entre los árboles y los cercados de piedra, y las hojas que tapizaban el suelo crujían como galletas al paso de mis ruedas. El recorrido estaba siendo muy atractivo, con constantes subidas y bajadas pero con recompensas evidentes como eran estos singletracks dorados. ¡Acierto!
Coll de Sant Salvador, ermita.
Desde aquí se veía el Aneto.

Esta primera etapa tuvo dos ascensiones destacadas, ambas adentrándose en bosques preciosos, por lo que era realmente agradable darle a los pedales. También tuve un tramo de pateo y biciempuja interesante, en el Coll de Serreres. Aquí la ruta se juntaba con la Ruta de la Ribagorza Románica, una red de senderos que recorren esta comarca. Pueblos como Iran o Irgo se iban sucediendo, siempre a una altitud de media montaña, en dirección al Valle de Boí, ya dentro de los dominios de Aigües Tortes.

Al final del día me esperaba otra bonita montaña a escalar. Superado el Coll de Sant Salvador había un fantástico descenso por pista divertida prácticamente hasta Malpás. Los nombres de los pueblos me estaban encantando: Iran, Malpás... parecían sacados de películas y sin embargo eran cuatro casas medio deshabitadas. El último reto del día era la subida hasta la Abadía de Castellars, una fantástica masía en lo alto de una montaña, absolutamente perdida y aislada. Empezaban a divisarse pueblos abandonados, lomas peladas típicas de más altitud pirenaica y un olor intenso a vaca, mientras la tarde amenazaba con caer en cualquier momento y esconderse entre las montañas antes de lo previsto. El reciente cambio de hora no jugaba a mi favor, y no podía distraerme mucho si quería llegar a los finales de etapa a una hora prudencial. Durante todo el día había hecho una temperatura perfecta y agradable, pero entre el sol y la sombra había una diferencia de 5º como mínimo. Eso significaba que al ponerse el sol no habría más de 7º u 8º de temperatura.
La tarde cae sobre las montañas, y yo calentito.

De todas formas, llegué sobrado de tiempo. Creo que la llegada a la Abadía de Castellars esa primera etapa, el descanso, el clinic de media tarde con cervecitas y la impresionante cena que cocinó la gran Teresa para mi, el único huésped del día en aquel paraje remoto, fueron el final perfecto para el primer día de Pedals. Y también para romper el hielo con la historia. Todo había ido más que bien. Tenía los dedos de los pies que apenas podía caminar por culpa de las zapatillas pequeñas, pero el día había sido para enmarcar. Un 10.

Y esto sólo estaba empezando.

martes, 5 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (I)


"O sea, que sí hay gente a la que le tocan los concursos". Eso me decía el taxista que me llevaba en la furgoneta desde Vielha hasta la entrada del túnel. "El túnel del tiempo", como él lo llamaba, que une o separa el Valle de Arán de la comarca de Ribagorza, entre Lérida y Huesca, en el corazón de los Pirineos. Notaba un poco de sana envidia en él, aunque con el día que se había levantado se diría que prefería quedarse conduciendo de un lado a otro del valle, con la cazadora puesta y al calor de la calefacción de la furgoneta. Eran las 8:30 de la mañana y las nubes habían ocupado la cara norte del valle, el lado de Vielha, dejando una estampa más invernal que otoñal. A estas alturas del año y en estas altitudes de los Pirineos, ya casi debería estar nevando. Sin embargo, los primeros fríos sólo habían empezado a asomarse. Y precisamente habían elegido el día en que yo comenzaba la Pedals de Foc.

Gracias a los amigos de PowerBar había ganado una invitación a hacer la Pedals de Foc en 4 días a través de un concurso fotográfico. Las fechas que proponían, a priori, no eran las más apetecibles. Finales de octubre y principios de noviembre. De hecho, yo iba a ser el último inscrito en la ruta por esta temporada. El 1 de noviembre se cerraba oficialmente la posibilidad de contratar la Pedals por este año. Sin embargo, al final no hice más que celebrar haber elegido estas fechas para hacerla. Por una sola razón: el otoño.

Sí, el otoño en los Pirineos y en bici era una asignatura pendiente en mi historial delictivo. Igual que volver a las sensaciones de enfrentarse a una ruta en solitario. La última vez había sido en Túnez, 2006. Siete años en los que he estado alejado de esos viajes de aventura, de esa mezcla de excitación y acojone que produce encarar lo desconocido, ya sea el desierto o la montaña. Un buen tiempo sin saber lo que es dar la primera pedalada de muchas, siendo consciente del mogollón de kilómetros que tienes por delante, las montañas que tendrás que subir, las situaciones de todo tipo que tendrás que lidiar, el sufrimiento que soportar y, también, las recompensas que obtener.

Una ruta en bici y en solitario es siempre una idea descabellada y ridícula, y por eso mismo absolutamente adictiva. Una vez que surge de tu cabeza no puedes dejarla en paz hasta que no la consumas, te metes en ella hasta el fondo, te domina primero, la dominas después, y finalmente la superas. Entonces ya estás curado, y empiezas a buscar la siguiente.

Ese día, a las 8:30 de la mañana, lo último que me apetecía era enfrentarme a los 5º y el cielo turbio de Vielha. Tampoco me apetecía ponerme unas zapatillas SPD que no eran las mías, ya que me las había dejado en casa (ERROR). Afortunadamente, el bueno de Axier del Hotel Ribaeta me había dejado las suyas (ACIERTO), con el pequeño hándicap de que eran dos tallas más pequeñas que mi pie. La noche anterior pusieron en la tele la película "127 horas". Esa en la que un chaval queda atrapado en la montaña yendo de excursión él solo con la bici. ¿Y si me perdía en un valle sin cobertura? ¿Y si me caía por un barranco? Hace dos años me perdí en el monte por primera vez y no me gustó nada la experiencia... ¿Estaba recibiendo señales para que no hiciera esta ruta?

Racionalmente, no me apetecía nada de aquello. Y sin embargo algo me decía que todo iba a salir bien, otra vez. Que a pesar de que lloviera aquel día e hiciera frío y fuese temprano, el resto de la semana iba a hacer bueno, que iba a ver bonitos paisajes, y que iba a merecer la pena el esfuerzo de superar 5.500m de desnivel acumulado en cuatro días y 225 km.

Todo gran viaje presenta sus pequeños grandes miedos, y todo gran viaje comienza con un pequeño paso.

Fue atravesar "el Túnel del Tiempo" de Vielha y disiparse las nubes. Un espléndido día se abría paso y un magnífico viaje comenzaba.

jueves, 8 de agosto de 2013

Copa del Mundo en Vallnord

Ir a una prueba de la copa del mundo de mountain bike es siempre una experiencia excitante. Ver de primera mano a los tipos que ilustran las revistas, vídeos y webs, palpar las mejores bicis y los últimos modelos de componentes, y sobre todo empaparse del ambiente que reina por un par de días en el sitio donde tocan las carreras. Calles, restaurantes, bares, repletos de gente con camisetas de marcas conocidas, gorras... en definitiva, unas pintas que nos delatan. Y nos reconocemos nada más mirarnos. "Mira, ese también ha venido a ver las bicis". El ambiente de las carreras (de las grandes carreras, sobre todo) es de las mejores cosas que tiene el mundillo de la bici, después de montar en sí.

En este caso las carreras fueron de nuevo en Andorra, concretamente en Vallnord, que renovó completamente el planteamiento y los recorridos tanto del cross country como del descenso. Y lo cambió de tal manera que resultó un éxito absoluto, esta vez sí, de público, entre los corredores y de espectáculo en general.

No voy a hablar aquí de resultados y de carreras, que para eso hay otras webs y revistas. Simplemente diré aquí que la organización fue un éxito, que los 35.000 asistentes (según Vallnord y los viajes del telecabina), que el ambientazo, las carreras, la meteorología, el espectáculo y los corredores, fueron un 10. Seguramente, ahora que Vallnord ha presentado su candidatura para albergar los Mundiales 2015 de MTB, veremos muchas más pruebas de la copa del mundo en Andorra en el futuro, aunque no el próximo año. La afición española necesita ir cada año a una copa del mundo de MTB, y si ya no es en Granada ni en Vigo ni en la Casa de Campo, lo lógico es que este peregrinaje anual se produzca en Andorra, como poco. El año que viene no figura Vallnord en el calendario UCI, pero seguro que en 2015 lo hará. No será Fort Williams ni Mont Saint Anne, pero ¡qué demonios, es mucho más auténtico y divertido! Que Vallnord sea el Spa Francochamps del MTB hispanofrancés es cuestión de tiempo.

Y además ¿qué otra copa del mundo tiene
el bar de Commençal y Cedric Gracia a pie de meta?

Aquí unas imágenes de las carreras.