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lunes, 17 de mayo de 2010

El Garraf épico (de verdad)

Casi todos los días que salgo a montar tengo la sensación de haber hecho la mejor ruta de la Historia. Supongo que esa es una sensación gratificante, pero el problema es que ya no sé dónde están los referentes para denominar a una ruta como "rutón", porque todos me parecen rutones épicos y alucinantes. O quizás mi listón esté demasiado bajo, cosa que dudo...


El otro día, en cambio, fue distinto. No tuve una sensación; fue una certeza absoluta. Willy y yo hicimos una ruta épica como ninguna otra, y no cabían dudas. Ambos nos dábamos cuenta pedalada a pedalada. Una de las rutas más duras -si no la más dura- que he hecho nunca, y una de las más exigentes y bellas de mi vida. Casi 6 horas de senderos técnicos por el Garraf, con excepción de un par de km de subida en asfalto por el Ratpenat -a un 10% de desnivel medio-, y unos pocos km de enlaces por pistas.
En total, 1.200 m de desnivel acumulado en unos 55 km (calculo) entre Sitges y Gavá. No menos de cinco secciones de bajadas técnicas increíbles e interminables, otras tantas subidas igual de técnicas y exigentes, y todo en el terreno más abrupto que yo conozco. Porque el Garraf es un lugar al que odias o amas. O mucho te gustan las piedras y las trialeras, o lo pasas mal, muy mal. No he visto nunca un terreno tan abrupto y cabronazo como éste. Porque las piedras no es que estén descolocadas, es que parece que estén colocadas a propósito en la peor forma posible para dejarte pasar. Es una pesadilla.
Pero claro, una pesadilla agradable. Si es que existen, las pesadillas del Garraf son de las que te gusta recordar porque las has superado. La dureza extrema sabe amarga en ese momento, pero se vuelve agridulce cuando la digieres por segunda vez, al contarlo. Así que ahora toca disfrutar este pequeña hazaña.

martes, 6 de noviembre de 2007

El Gerruf épico



Aprovechando las bondades del buen tiempo (en pleno noviembre y en manga corta, bendito cambio climático) el sábado pasado nos disponíamos a hacer la primera de las dos rutas anuales por El Gerruf, el mítico macizo lleno de sorpresas y buenos senderos. Cada ruta por El Garraf es distinta a la otra, pero no nos imaginábamos cuánto ibamos a disfrutar de esta.

Nada más salir de Gavá, encontramos la primera dificultad: la subida al Purgatorio, donde se purgan todos los pecados. Los seis integrantes de la ruta (David -Specialized Enduro Carbono, Oscar -Rocky Mountain ETSX30, Eduardo -Kona Kula, Willy -Santa Cruz Heckler, un negrazo de Kansas y 100 kg de músculos llamado Wayman con una preciosa Seven de 29 pulgadas, y yo) comenzamos la ascensión de unos 600 m de desnivel en 12 km a buen ritmo. El paisaje allí arriba ya era espectacular. Rodeados por monte bajo y matorrales de tomillo, romero y otras olorosas hierbas, los senderos pedregosos y trialeros se sucedían uno tras otro, técnicos y exigentes, pero agradecidos en la misma medida. La primera bajada rápida entre pedruscos dejaba paso a un divertidísimo sendero entre juncos y hierbas altas entre las que había que adivinar por dónde iba el camino. Máxima diversión y máxima concentración en poner la rueda. En realidad, el sendero estaba tapado por la vegetación, así que había que abrir el camino a cada pedalada. Primeras exclamaciones de entusiasmo.

Los tramos de pista y sendero ancho servían de enlace a bucles técnicos en los cauces secos de los riachuelos. Trialeras de canto rodado en los que la tracción era cuestión de equilibrio y balanceo del cuerpo. Mi Black Mamba se estaba portando fenomenal, tragándose piedras y siguiendo el camino como una bala trazadora. Las sensaciones iban en aumento.

Más senderos, como la enorme y larguísima bajada trialera después del monasterio budista de Sant Pere de Riba, ponían a prueba amortiguaciones, ruedas y frenos. Con más de 30 km en las piernas, cada vez estábamos más frescos y con más ganas. De hecho, se barruntaba que lo mejor estaba por llegar.

Y en efecto. La última parte de la ruta era una interminable bajada trialera hasta el pueblo de El Garraf. Interminable, vertical y muy rocosa. Realmente una bajada enduro, con tramos en los que no podíamos reprimir gritos y exclamaciones ante lo que estábamos haciendo. Apartar la mirada del camino suponía observar una caída vertical de unos cuantos metros, arriesgándose a caerse del estrecho singletrack. La concentración era vital para mantenerse en pie sobre dos ruedas, aunque fuesen gordas. Piedras y más piedras, senderos y más senderos. Desniveles de infarto entre roca, curvas cerradas y raíces. Los alimentos favoritos de nuestras máquinas y nuestros espíritus.

Por fin, tras esa bajada espeluznante en la que tuve que parar para creer por dónde habíamos pasado, nos esperaba el remate final: una terraza al borde mismo de la playa, con el sol de las 4 de la tarde, unas jarras heladas de cerveza y unas pizzas crujientes.

Nada de cuanto he hecho hasta ahora sobre una bici de montaña ha sido tan intenso, perfecto y sobrenatural como esto. Cinco horas de ruta, 45 km en el Garraf, seis tipos con sus bicis buscando y encontrando caminos perfectos. Una ruta épica como pocas. Gracias.