jueves, 26 de septiembre de 2013

El Real Madrid del mountain bike

Hay marcas, equipos, símbolos, a los que uno puede profesar simpatía, indiferencia o aversión. Son opciones, gustos determinados, y por tanto a menudo no hay explicación racional a ellas. Te gusta un equipo de fútbol y no otro por simpatía, porque te identificas con unos valores que crees ver en él, por afinidad, por tradición familiar, etc. Son motivos subjetivos, personales. Normalmente, nadie va a argumentar que es seguidor de un equipo de fútbol porque las alineaciones y la técnica de los jugadores es la más acorde a su criterio o la más eficiente para conseguir victorias. Uno simpatiza con algo y tiene ese tipo de afiliaciones por motivos emocionales, irracionales, incomprensibles. Porque sí, y punto. Como el famoso spot del Atleti.

De la misma forma, uno tiende hacia una marca de coche u otra no por razones técnicas, en la mayoría de los casos. Hoy en día la tecnología en los automóviles es sustancialmente similar. En el fondo se trata de un artefacto con cuatro ruedas para meter cosas y transportarse, no nos engañemos. Eso lo sabían bien en la antigua RDA con los Wartburg Trabant. Lo que nos hace decantarnos por un modelo u otro son básicamente tres cosas, en mi opinión: el precio, las prestaciones y la marca. Y de estas tres, la más importante, para mi, es la marca. Porque cuando existe una variedad de productos genéricamente similares entre sí (ya sean coches, teléfonos móviles, pantalones vaqueros o gafas de sol), al final lo que más peso tiene en la decisión de compra es la marca. O para ser más exactos, la confianza. Un producto de marca blanca, por muchas prestaciones o buen precio que tenga, si no transmite confianza no lo compraremos. A similares niveles de confianza entre marca blanca y marca, lo más seguro es que elijamos en función del precio o las prestaciones. Pero sin confianza, sin esperanza de cumplir expectativas, no hay debate posible.

Sin entrar demasiado en teorías de marketing ni historias, lo que se suele simplificar con el término "marca" en realidad hay que entenderlo como "confianza", como expectativa de satisfacción, como identificación o reconocimiento de una serie de valores. Y eso es, precisamente, una cuestión subjetiva.

Una marca (un producto) es un nombre, un símbolo, pero también es una proyección de la personalidad del consumidor. Cada uno nos relacionamos con una serie de marcas por el simple hecho de que consumimos cosas, aunque no queramos. Incluso si se rehúye de las marcas como opción personal y militante, cada uno tenemos un ránking interno de marcas globales y locales que nos mueven a consumir, ya sea evitando las marcas o buscando las que nos gustan. Pero el mapa interno de las marcas existe en una sociedad de consumo como la nuestra.

Hablamos de productos que socialmente están considerados como objetos personales: aquellos que definen en cierta forma los gustos y la personalidad del que los posee o no los posee (siempre nos estamos definiendo en función de las marcas o no-marcas). Por ejemplo: coche, teléfono, ropa, etc. Y también bicicletas.

En el terreno de las bicicletas y las marcas, hay una en particular a la que quiero referirme hoy. Una que ha creado tendencia, ha marcado la historia reciente del ciclismo de montaña a nivel mundial y buena parte de la industria generalista de la bici. Es una marca importantísima, de peso, que realiza enormes inversiones en investigación y desarrollo de producto, en marketing, en ventas y en competición. Una marca que ha acaparado páginas y páginas de pruebas de producto en las revistas españolas, seguidas por páginas enteras de publicidad, curiosamente anunciando ese mismo modelo de prueba. Una marca que ha creado legiones de fans (y legiones de detractores), y que inventó el término "tienda de marca", donde el usuario podía degustar toda la gama de productos de la marca en un único espacio. Una marca caracterizada por un símbolo y que me recuerda mucho al Real Madrid.

Por varias cosas. Una, porque veo ambos logotipos en multitud de productos. En el caso del Real Madrid, en productos tan variopintos como unas zapatillas de andar por casa, una toalla de playa, una sombrilla, mecheros, relojes, bolsas de viaje... hasta camisas he visto con el escudo del Real Madrid. En el caso del fabricante de bicis, también puede verse su sello en una variedad de productos desde zapatillas a cascos, desde horquillas a amortiguadores, y desde cubiertas a sillines. Otra razón de paralelismo entre ambas marcas se debe a su política de fichajes de competición. Cuando un corredor destaca a nivel internacional, no importa en qué equipo milite, esta marca lo ficha para el año siguiente. Como el Real Madrid. Y curiosamente, en ese mismo momento en el que ficha por esta compañía, los resultados del corredor se desploman. Por último y de forma más clara, me recuerda esta marca al Real Madrid por su postura de "señorío", ya que habitualmente se jacta de ser la marca número 1 de la bici, la que más vende y la que mejores productos posee. Aunque estén todos hechos en China (como el resto, claro). Pero una marca así no puede alardear de ser la número uno, igual que el Real Madrid no debería hacerlo siendo un club con más de 600 millones de euros de deuda.

Todos sabemos a qué marca me refiero, ¿no?


jueves, 8 de agosto de 2013

Copa del Mundo en Vallnord

Ir a una prueba de la copa del mundo de mountain bike es siempre una experiencia excitante. Ver de primera mano a los tipos que ilustran las revistas, vídeos y webs, palpar las mejores bicis y los últimos modelos de componentes, y sobre todo empaparse del ambiente que reina por un par de días en el sitio donde tocan las carreras. Calles, restaurantes, bares, repletos de gente con camisetas de marcas conocidas, gorras... en definitiva, unas pintas que nos delatan. Y nos reconocemos nada más mirarnos. "Mira, ese también ha venido a ver las bicis". El ambiente de las carreras (de las grandes carreras, sobre todo) es de las mejores cosas que tiene el mundillo de la bici, después de montar en sí.

En este caso las carreras fueron de nuevo en Andorra, concretamente en Vallnord, que renovó completamente el planteamiento y los recorridos tanto del cross country como del descenso. Y lo cambió de tal manera que resultó un éxito absoluto, esta vez sí, de público, entre los corredores y de espectáculo en general.

No voy a hablar aquí de resultados y de carreras, que para eso hay otras webs y revistas. Simplemente diré aquí que la organización fue un éxito, que los 35.000 asistentes (según Vallnord y los viajes del telecabina), que el ambientazo, las carreras, la meteorología, el espectáculo y los corredores, fueron un 10. Seguramente, ahora que Vallnord ha presentado su candidatura para albergar los Mundiales 2015 de MTB, veremos muchas más pruebas de la copa del mundo en Andorra en el futuro, aunque no el próximo año. La afición española necesita ir cada año a una copa del mundo de MTB, y si ya no es en Granada ni en Vigo ni en la Casa de Campo, lo lógico es que este peregrinaje anual se produzca en Andorra, como poco. El año que viene no figura Vallnord en el calendario UCI, pero seguro que en 2015 lo hará. No será Fort Williams ni Mont Saint Anne, pero ¡qué demonios, es mucho más auténtico y divertido! Que Vallnord sea el Spa Francochamps del MTB hispanofrancés es cuestión de tiempo.

Y además ¿qué otra copa del mundo tiene
el bar de Commençal y Cedric Gracia a pie de meta?

Aquí unas imágenes de las carreras.



jueves, 25 de julio de 2013

El Eiger

Ayer 24 de julio se cumplieron 75 años de la primera ascensión al Eiger ("ogro", en alemán) por la cara norte, una de las montañas más duras de los Alpes. Ese 24 de julio de 1938 alcanzaba cumbre la expedición de los alemanes Heckmair y Börg y los austriacos Harrer y Kasparek. La expedición la patrocinaba el gobierno alemán de la época, los nazis. Y eran dos cordadas independientes, los alemanes y los austriacos, pero que después se juntaron bajo el liderazgo de Anderl Heckmair.
El Eiger desde Grindelwald.

Los dos austriacos eran Harrer y Kasparek. Heinrich Harrer. Sí, el de Siete años en el Tíbet. Resulta que Harrer, que se había metido en las SS pocos meses antes, ya destacaba como montañero y alpinista. Los nazis quisieron poner la bandera en el Eiger, hasta entonces virgen, como demostración del poderío del Reich, y utilizaron a los mejores escaladores arios que pudieron permitirse. Al regresar a Alemania, la cordada fue recibida por Hitler con grandes honores.

Harrer, que murió en 2006, siempre reconoció que meterse en el movimiento nazi fue un gran error en su vida. Según dijo, sólo vistió una vez el uniforme de las SS, el día de su boda. Poco después, en 1939, Harrer integró otra expedición del Reich para alcanzar el Nanga Parbat. Allí, entre Pakistán y Nepal, y en medio de un territorio dominado por los ingleses, les sorprendió el estallido de la guerra, quedando atrapados en una tierra de nadie y dando lugar a la famosa aventura y libro de Harrer, Siete años en el Tibet, más tarde película.

Célebres alpinistas como Reinhold Messner y actualmente Ueli Steck han pulverizado los récords de subir al Eiger por la cara norte. Ahora ascender ese monstruo de roca y hielo se ha convertido en una competición, y el récord lo tiene Dani Arnold, con 2 horas 20 minutos. Lo que hace 75 años costaba vidas (y las ha seguido costando), ahora gracias a los materiales, la preparación física y mental, etc, es cuestión de un par de horas.

Por todo esto, observar el Eiger de cerca hace unas semanas, cuando estuvimos en Grindelwald, es como contemplar un monumento al valor y la determinación del ser humano. Una mole de caliza y hielo, peligrosa y amenazante, a menudo cubierta de nubes y tormentas. Ahí han perecido los sueños de muchos valientes, y han alcanzado la gloria otros tantos. Un puñado de locos que vieron necesario llegar hasta allí y retar a la naturaleza de tú a tú.

Por lo tanto, efectivamente. Brad Pitt, que interpretó a Heinrich Harrer en Siete años en el Tibet, tiene algo que ver con el Eiger. La teoría de los seis grados de separación entre las cosas, vuelve a cumplirse.

Con todo esto, ya tengo lecturas para poner a la cola:
La araña blanca.
Siete años en el Tibet, ambos de Heinrich Harrer.

Tormenta de verano

La semana pasada, con La Molina, cerré la trilogía de visitas obligadas anuales a estaciones de los Pirineos. Falta Vallnord, adonde iremos mañana para ver la copa del mundo. Dolor de manos y dedos, las típicas tormentas de la tarde y mucha diversión han sido las notas dominantes de estos días. Me sorprendió gratamente La Molina, que parece haberse quedado satisfecha asumiendo un papel de estación modesta, limitada en su infraestructura, pero que esconde grandes regalos. Este año incluso se han permitido retocar (para mejor) algunos tramos y puntos concretos de los circuitos. Sin ser una estación explotada ni al 80% de su potencial, sigue manteniendo la dignidad.



Lo mejor de todo fue que justo al terminar de montar, a eso de las 4 y media (apurando al máximo los 20€ de forfait) se desató un tormentón formidable, de esos que mola quedarse mirando. La tormenta fue tan gorda que al bajar con el coche hacia Toses y Ribes de Freser, me encontré una caravana de coches colapsando la carretera, ante el granizo y la nieve que se estaba acumulando en el asfalto y las cunetas. NIEVE un 20 de julio.

Con esto y alguna salida que quizás se tercie por aquí cerca, cerramos la temporada con la Black Mamba y nos iremos de vacaciones con los deberes hechos.





jueves, 18 de julio de 2013

Grandvalira

Con seis hermosos moratones en las piernas aún frescos y lozanos, como souvenirs del viaje a Suiza, me planté en el fin de semana siguiente de regresar de los Alpes. Ya había pasado una semana desde que volvimos del viaje y, al contrario de lo que me pasó el año pasado, ya quería volver a coger la bici.  El año pasado, al volver de Zermatt, pasó una cosa muy curiosa, y es que dejé la bici embalada en la caja un mes entero. Según la había traído en el avión. Acabé tan satisfecho que no quise tocar la bici durante un buen tiempo, esperando que no se empañaran los recuerdos de aquel pedazo de viaje y de senderos. Cualquier cosa que hiciese después de Zermatt iba a ser una auténtica mierda comparado con aquello, así que no merecía la pena ni sacar la bici de la caja de cartón en la que la llevé. Y no fui el único, porque a mi colega de aquel viaje, Simon, le pasó lo mismo.

Con cara de bobo en el telesilla... ji, ji.
Este año ha sido distinto. No es que el viaje fuera peor, ni mucho menos, pero no quería desaprovechar el buen momento en el que me veía. El calor no está castigando demasiado, tenía pendiente subir a los Pirineos, y apetecía pasar un finde fuera de la ciudad con Cris. Así que una semana después de volver de Suiza nos fuimos a Andorra. Concretamente a Grandvalira.

Granvalira es una estación y bikepark que me encanta. Por su situación no es un destino masificado, y la calidad de las bajadas son excelentes. Además las hay de todos los tipos, y en especial de las que más me gustan: las fáciles. Senderos sin dificultad técnica pero donde se pueden alcanzar grandes velocidades y muchísimo flow. Bajadas largas desde cotas altas, que atraviesan praderas infestadas de marmotas, con curvas y switchbacks interminables, y fluidez total. Las últimas tormentas de verano habían dejado un terreno perfecto, con un agarre excelente, y las montañas estaban preciosas.

Así que el sábado lo pasé disfrutando de las bajaditas a buen ritmo, y del deporte local por excelencia: el avistamiento de marmotas. Especialmente había una que cada vez que subía en el telesilla de la Solana la encontraba en la misma postura: haciendo de guardiana en su madriguera. La marmota tenía su guarida justo debajo de uno de los postes del telesilla, y se pasó la mañana apostada a la entrada mirando pasar a unos cuantos muchachos con sus bicicletas, por encima de su cabeza.

Y como es habitual en esas latitudes, a eso de las 2 de la tarde el cielo comenzó a cubrirse de nubarrones negros. No tardaron en descargar una buena cantidad de agua y unos cuantos rayos y truenos, y ya no paró hasta el día siguiente. Toda la tarde lloviendo. Algo muy de agradecer, la verdad. Yo ya me había quedado a gusto con las bajadas de la mañana, así que no me importó en absoluto tener que meter la bici en el coche y largarnos al camping. Pasar la tarde en los Pirineos, escuchando la lluvia en la tienda de campaña también es parte del encanto que tiene la montaña. ¡No todo en la vida es bici, aunque parezca mentira!

Otra visita anual a Grandvalira y al camping Santa Creu (como no podía ser de otra forma) realizada con éxito. Me encanta Andorra.