Después de los fastos navideños vienen las rebajas, o sea, la cuesta de enero. Y creo que es peor empezar el año después de unos días de vacaciones en Navidad, que volver a la rutina después de las vacaciones de verano. El caso es que estos días he aprovechado para algo que durante muchos, muchos años, por no decir siempre, había denostado: correr. La excusa era la San Silvestre. El año pasado, sin comerlo ni beberlo, me dejé liar para correr la última carrera del año en Las Palmas de Gran Canaria, donde estábamos pasando unos días con unos amiguetes. Y este año me propuse correrla en Madrid, en la San Silvestre Vallecana, la carrera popular más popular posiblemente de España. Así que me lo tomé en serio y me puse a entrenar. 10 kilómetros no es una maratón, pero hay que entrenar un poco si no se quiere sufrir.
La cosa salió bien. Nunca había participado en una carrera así. Más de 35.000 personas de toda edad y condición corrieron el día 31 de diciembre a las 17.30 horas. Cientos de personas nos animaban desde las aceras, muchos de ellos niños. Las calles del centro de Madrid, la Cibeles, Neptuno, para nosotros. Muchos de los corredores iban disfrazados con cosas estrafalarias... vamos, que era un cachondeo. Un ambiente genial, sano, deportista y divertido. Cosas, por cierto, que nunca he visto en una carrera de bicis. En ningún momento te daba la sensación de estar fuera de lugar, o de que los corricolaris más machacas te fueran a mear en la cara. Y eso a veces se aprecia en otros deportes, aunque sean de un nivel no competitivo profesional. No sé por qué pasa, pero en la bici el rollo es muy distinto.
Así que desde el año pasado, la manía que siempre he tenido a todo lo que oliera a correr ha desaparecido. Misteriosamente, un día me dije: "¿por qué no ir por el monte corriendo en vez de caminando?" Y así surgió. Ahora, en invierno, le he cogido el gusto a eso de salir a correr algunas tardes por el barrio. A diferencia de lo que pensaba, no es para nada aburrido. Se trata de ir concentrado, regulando la respiración, los pasos, y el ritmo. Es un ejercicio más mental que físico, como otros muchos, aunque obviamente la resistencia y el rendimiento es mejor según sea tu condición física. Y por último es un deporte totalmente compatible y complementario con la bici: ejercicio aeróbico y cardiovascular, fortalece el tren inferior y superior, y te dan las mismas ganas de llegar a casa y tomarte un par de birras, así que me vale.
Sin ser ahora un flipao del atletismo ni el footing, y siempre como segundo deporte de apoyo, incluso me está picando el gusanillo y quizás me plantee carreras más largas, quién sabe. Por lo menos, el ambiente en las carreras es muy bueno, y no hace falta federarse. Algo que en el caso de la bici, voy a olvidar radicalmente. Eso de tener que federarse para correr, y así financiar a un lobby corrupto que suspende cautelarmente a ciclistas, sin tener resultados a favor o en contra, se va a terminar. Empieza mi boikot particular a la UCI.
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miércoles, 12 de enero de 2011
jueves, 15 de julio de 2010
El mundial
Por fin ganamos algo gordo. Lo más gordo del mundo que se puede ganar: una Copa del Mundo de fútbol. Algo lo suficientemente gordo como para paralizar un país entero y hacer Historia. Algo que recordaremos siempre hasta el día en que nos vayamos al hoyo. España ganando un Mundial. Algo inaudito sólo de imaginarlo cuando éramos pequeños. Y ahora es real.
Estos días me he acordado mucho de Naranjito, cuando hace casi 30 años, en un país que intentaba subirse al carro del desarrollo, acogimos un Mundial de fútbol. En todos estos años hemos sido unos pupas, cada vez hemos llegado un poco más lejos en los mundiales, pero siempre con ese complejo de inferioridad que arrastramos desde hace tanto tiempo (o quizás es congénito). Hasta que desde hace unos años, las cosas parece que empezaron a cambiar, con una generación de deportistas que ganan cosas impensables: Fórmula 1, motos, Tours, Roland Garros, Wimbledons, NBA, y la Eurocopa.
Al ganar el mundial hemos pasado de ser unos eternos aspirantes a algo grande, a ser de los grandes. Esto en cuanto al fútbol. Pero no sólo en esto. Nos hemos limpiado definitivamente de viejos fantasmas, y hemos sacado a relucir que ser español, ondear tu bandera y animar a tu país no es ser un facha ni un nacionalista, aunque les pese a muchos. El triunfo de La Roja es el de todo un pueblo, hecho de gente diversa y plural, cada uno de su padre y de su madre, de su pueblo y de su provincia. Y cualquiera de los caciques que intentan hacer patria de su pequeño pueblo están equivocados de cabo a rabo, porque la historia nos ha demostrado que cuando estamos juntos, somos mejores y más fuertes. Más solidarios y menos egoístas. Menos diferentes y más iguales.
Ayer vi Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela y el mundial de rugby del 95 en Sudáfrica. La historia ha querido que un país como España, sin ser favorito, haya ganado el mundial de Sudáfrica, y lo haya hecho en gran parte empujado por un pueblo –evidentemente no comparable con el que sufría las heridas de Sudáfrica en 1995- pero sí con ciertas cicatrices que supuran de vez en cuando.
Y la peli, a la que encuentro formidable, emocionante, me sugiere unos cuantos paralelismos con la victoria de España en el mundial. Sin ir más lejos, que la victoria de un equipo es la victoria de un pueblo, simboliza el bien común y el entusiasmo colectivo que nos hace iguales a todos. Y esto es positivo, suma a los pueblos y no los resta. Villarriba y Villabajo seguro que se juntaron en la Fuente de Enmedio para celebrar el Mundial.
La forma en que Mandela se sirvió de un deporte de blancos para unir a todo un país bajo una bandera, un himno y unos colores no es hacer nacionalismo, que es la puta palabra maldita desde el siglo pasado –ojalá la borraran del mapa. Eso es hacer un pueblo, construir una sociedad, unos valores comunes. En realidad, es una gestión de management como la copa de un pino, aunque ahora a cualquier cosa se le llama “management”; no insultemos a Mandela.
Algunos historiadores han dicho que en España habría hecho falta un Mandela para unir la sociedad tras la dictadura. Puede que sea verdad. Pero yo creo que aquí habría sido distinto. Todos estos “héroes nacionales” que tanto les gustan a los anglosajones aquí no funcionan. Ya hemos tenido muchos. Y nosotros a los héroes los fusilamos. Quizás seamos tan simples como pueblo que lo que necesitamos es un partido de fútbol, o ganar Eurovisión... Pero espero, sinceramente, que lo que ha empezado el otro día ganando un símbolo de alcance mundial, no lo rompan los políticos. Aunque eso a lo mejor ya es demasiado pedir.
Podemos pedir a Vicente del Bosque que gane un mundial de fútbol, pero no pidamos a nuestros políticos que hagan bien su trabajo.
Estos días me he acordado mucho de Naranjito, cuando hace casi 30 años, en un país que intentaba subirse al carro del desarrollo, acogimos un Mundial de fútbol. En todos estos años hemos sido unos pupas, cada vez hemos llegado un poco más lejos en los mundiales, pero siempre con ese complejo de inferioridad que arrastramos desde hace tanto tiempo (o quizás es congénito). Hasta que desde hace unos años, las cosas parece que empezaron a cambiar, con una generación de deportistas que ganan cosas impensables: Fórmula 1, motos, Tours, Roland Garros, Wimbledons, NBA, y la Eurocopa.
Al ganar el mundial hemos pasado de ser unos eternos aspirantes a algo grande, a ser de los grandes. Esto en cuanto al fútbol. Pero no sólo en esto. Nos hemos limpiado definitivamente de viejos fantasmas, y hemos sacado a relucir que ser español, ondear tu bandera y animar a tu país no es ser un facha ni un nacionalista, aunque les pese a muchos. El triunfo de La Roja es el de todo un pueblo, hecho de gente diversa y plural, cada uno de su padre y de su madre, de su pueblo y de su provincia. Y cualquiera de los caciques que intentan hacer patria de su pequeño pueblo están equivocados de cabo a rabo, porque la historia nos ha demostrado que cuando estamos juntos, somos mejores y más fuertes. Más solidarios y menos egoístas. Menos diferentes y más iguales.
Ayer vi Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela y el mundial de rugby del 95 en Sudáfrica. La historia ha querido que un país como España, sin ser favorito, haya ganado el mundial de Sudáfrica, y lo haya hecho en gran parte empujado por un pueblo –evidentemente no comparable con el que sufría las heridas de Sudáfrica en 1995- pero sí con ciertas cicatrices que supuran de vez en cuando.
Y la peli, a la que encuentro formidable, emocionante, me sugiere unos cuantos paralelismos con la victoria de España en el mundial. Sin ir más lejos, que la victoria de un equipo es la victoria de un pueblo, simboliza el bien común y el entusiasmo colectivo que nos hace iguales a todos. Y esto es positivo, suma a los pueblos y no los resta. Villarriba y Villabajo seguro que se juntaron en la Fuente de Enmedio para celebrar el Mundial.
La forma en que Mandela se sirvió de un deporte de blancos para unir a todo un país bajo una bandera, un himno y unos colores no es hacer nacionalismo, que es la puta palabra maldita desde el siglo pasado –ojalá la borraran del mapa. Eso es hacer un pueblo, construir una sociedad, unos valores comunes. En realidad, es una gestión de management como la copa de un pino, aunque ahora a cualquier cosa se le llama “management”; no insultemos a Mandela.
Algunos historiadores han dicho que en España habría hecho falta un Mandela para unir la sociedad tras la dictadura. Puede que sea verdad. Pero yo creo que aquí habría sido distinto. Todos estos “héroes nacionales” que tanto les gustan a los anglosajones aquí no funcionan. Ya hemos tenido muchos. Y nosotros a los héroes los fusilamos. Quizás seamos tan simples como pueblo que lo que necesitamos es un partido de fútbol, o ganar Eurovisión... Pero espero, sinceramente, que lo que ha empezado el otro día ganando un símbolo de alcance mundial, no lo rompan los políticos. Aunque eso a lo mejor ya es demasiado pedir.
Podemos pedir a Vicente del Bosque que gane un mundial de fútbol, pero no pidamos a nuestros políticos que hagan bien su trabajo.
viernes, 14 de mayo de 2010
Atleti, campeón de la Uefa Europe League
Esta semana nohay nada más que decir: FORZA ATLETI
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