Un mirlo viene casi todas las mañanas a la terraza, y se posa en la empalizada que la rodea. Previamente, por supuesto, el mirlo o los mirlos (para mí que es una familia pequeña) han estado cantando durante un buen rato. De hecho, es el primer sonido que escuchamos por las mañanas mi novia y yo. El sonido limpio y claro de un pájaro, que se expande por todo el interior de la manzana. Nuestra terraza da al exterior, que es en realidad el interior de una manzana entera, y en ella hay jardines de casas bajas y bastantes árboles. De forma que cualquier sonido animal o humano tiene amplio eco en todo el recinto, más si es un piso alto como el nuestro.
En un momento dado, ya durante el desayuno, y supongo que dando un primer paseo matutino en busca de su propio pétit dejeuner, el mirlo se posa en los palitos de la empalizada. Allí se queda, mirando a todo el recinto como cuando uno se asoma al balcón a ver el paisaje. Supongo que le gusta contemplar sus dominios, los sitios por donde vuela y se busca la vida a diario. Para tener una perspectiva de su propio espacio, y eso. Desperezarse, pensar qué va a hacer hoy, cuál va a ser el menú del día, ese tipo de cosas. El pájaro se queda allí un rato, hace caso omiso si yo le he dejado algún trozo de pan, y sigue a lo suyo. A veces caga en las macetas desde lo alto de la empalizada. Claro, quizás sea eso también, una especie de retrete suspendido. Cagar mientras pensamos, tan típico.
Y luego se va, y hasta otro día.
Ya tiene nombre. Le voy a llamar Señor Gómez, por sugerencia de un amigo. Realmente lo encuentro apropiado. Con su trajecito negro de oficinista, el mirlo se levanta temprano para buscarse la vida y volver a casa con los suyos, trayendo algo de comer. Incluso tiene su ritual para cagar mirando al horizonte. No cabe duda, el Señor Gómez es un sibarita.
Todos deberíamos tener un Señor Gómez cerca.
ResponderEliminar¡abrazo!