Hay marcas, equipos, símbolos, a los que uno puede profesar simpatía, indiferencia o aversión. Son opciones, gustos determinados, y por tanto a menudo no hay explicación racional a ellas. Te gusta un equipo de fútbol y no otro por simpatía, porque te identificas con unos valores que crees ver en él, por afinidad, por tradición familiar, etc. Son motivos subjetivos, personales. Normalmente, nadie va a argumentar que es seguidor de un equipo de fútbol porque las alineaciones y la técnica de los jugadores es la más acorde a su criterio o la más eficiente para conseguir victorias. Uno simpatiza con algo y tiene ese tipo de afiliaciones por motivos emocionales, irracionales, incomprensibles. Porque sí, y punto. Como el famoso spot del Atleti.
De la misma forma, uno tiende hacia una marca de coche u otra no por razones técnicas, en la mayoría de los casos. Hoy en día la tecnología en los automóviles es sustancialmente similar. En el fondo se trata de un artefacto con cuatro ruedas para meter cosas y transportarse, no nos engañemos. Eso lo sabían bien en la antigua RDA con los Wartburg Trabant. Lo que nos hace decantarnos por un modelo u otro son básicamente tres cosas, en mi opinión: el precio, las prestaciones y la marca. Y de estas tres, la más importante, para mi, es la marca. Porque cuando existe una variedad de productos genéricamente similares entre sí (ya sean coches, teléfonos móviles, pantalones vaqueros o gafas de sol), al final lo que más peso tiene en la decisión de compra es la marca. O para ser más exactos, la confianza. Un producto de marca blanca, por muchas prestaciones o buen precio que tenga, si no transmite confianza no lo compraremos. A similares niveles de confianza entre marca blanca y marca, lo más seguro es que elijamos en función del precio o las prestaciones. Pero sin confianza, sin esperanza de cumplir expectativas, no hay debate posible.
Sin entrar demasiado en teorías de marketing ni historias, lo que se suele simplificar con el término "marca" en realidad hay que entenderlo como "confianza", como expectativa de satisfacción, como identificación o reconocimiento de una serie de valores. Y eso es, precisamente, una cuestión subjetiva.
Una marca (un producto) es un nombre, un símbolo, pero también es una proyección de la personalidad del consumidor. Cada uno nos relacionamos con una serie de marcas por el simple hecho de que consumimos cosas, aunque no queramos. Incluso si se rehúye de las marcas como opción personal y militante, cada uno tenemos un ránking interno de marcas globales y locales que nos mueven a consumir, ya sea evitando las marcas o buscando las que nos gustan. Pero el mapa interno de las marcas existe en una sociedad de consumo como la nuestra.
Hablamos de productos que socialmente están considerados como objetos personales: aquellos que definen en cierta forma los gustos y la personalidad del que los posee o no los posee (siempre nos estamos definiendo en función de las marcas o no-marcas). Por ejemplo: coche, teléfono, ropa, etc. Y también bicicletas.
En el terreno de las bicicletas y las marcas, hay una en particular a la que quiero referirme hoy. Una que ha creado tendencia, ha marcado la historia reciente del ciclismo de montaña a nivel mundial y buena parte de la industria generalista de la bici. Es una marca importantísima, de peso, que realiza enormes inversiones en investigación y desarrollo de producto, en marketing, en ventas y en competición. Una marca que ha acaparado páginas y páginas de pruebas de producto en las revistas españolas, seguidas por páginas enteras de publicidad, curiosamente anunciando ese mismo modelo de prueba. Una marca que ha creado legiones de fans (y legiones de detractores), y que inventó el término "tienda de marca", donde el usuario podía degustar toda la gama de productos de la marca en un único espacio. Una marca caracterizada por un símbolo y que me recuerda mucho al Real Madrid.
Por varias cosas. Una, porque veo ambos logotipos en multitud de productos. En el caso del Real Madrid, en productos tan variopintos como unas zapatillas de andar por casa, una toalla de playa, una sombrilla, mecheros, relojes, bolsas de viaje... hasta camisas he visto con el escudo del Real Madrid. En el caso del fabricante de bicis, también puede verse su sello en una variedad de productos desde zapatillas a cascos, desde horquillas a amortiguadores, y desde cubiertas a sillines. Otra razón de paralelismo entre ambas marcas se debe a su política de fichajes de competición. Cuando un corredor destaca a nivel internacional, no importa en qué equipo milite, esta marca lo ficha para el año siguiente. Como el Real Madrid. Y curiosamente, en ese mismo momento en el que ficha por esta compañía, los resultados del corredor se desploman. Por último y de forma más clara, me recuerda esta marca al Real Madrid por su postura de "señorío", ya que habitualmente se jacta de ser la marca número 1 de la bici, la que más vende y la que mejores productos posee. Aunque estén todos hechos en China (como el resto, claro). Pero una marca así no puede alardear de ser la número uno, igual que el Real Madrid no debería hacerlo siendo un club con más de 600 millones de euros de deuda.
Todos sabemos a qué marca me refiero, ¿no?
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jueves, 26 de septiembre de 2013
viernes, 9 de noviembre de 2012
En la Tierra Media
En mi último viaje a la Tierra Media junto a mi compañera, quisimos explorar de nuevo el territorio de la Laguna Oscura, un remoto paraje de las Tierras Altas de Rohan en el que según la leyenda habitan seres mágicos. Antiguamente este territorio estaba oculto bajo el hielo de los glaciares, y también estuvo poblado por animales fantásticos como lobos y dientes de sable. Ahora, siglos después, el lugar es un paraje de montañas abruptas, frío viento y bosques inmensos que en otoño se pueblan de hojas amarillas y tonos mostaza.
Las Tierras Altas de Rohan y la Laguna Oscura son paisajes mágicos para los medianos y sus habitantes, llamados así mismos numantinos. Son una raza de humanos fuertes y duros, de estatura corta pero muy voluntariosos, habituados a un clima extremo de inviernos fríos. También habitan esa tierra los elfos y algunas familias de enanos. Al otro lado de las montañas se ocultan los ejércitos de los orcos, dominados por el Señor Oscuro.
La Laguna Oscura es una puerta de entrada al territorio del Señor Oscuro, y hasta allí quisimos llegar mi compañera y yo: hasta la Puerta Negra, el llamado Pico Turbión. El límite de la Tierra Media y la frontera con el reino del temido Señor Oscuro. Más veces habíamos intentado atravesar la frontera y nos fue imposible. Así que esta vez tenía que ser la definitiva, pero una terrible ventisca nos lo impidió. Más arriba de la Laguna Oscura todo era viento y niebla, y el páramo de montaña pantanoso se había convertido en una trampa. Ni la magia del conjuro Gore-Texum nos libró de las inclemencias. Nuestra misión era depositar la bandera roja de nuestra Comunidad del Castillo en en la Puerta Negra. Pero las fuerzas del Señor Oscuro son muy poderosas. Es el señor del viento y el frío, y los utilizó en nuestra contra para hacernos fracasar en nuestro objetivo.
Así que mi compañera y yo volvimos a nuestra aldea, contentos por haber llegado al territorio de las Tierras Altas y haber vuelto sanos y salvos a nuestra comunidad. Ávidos de nuevas aventuras la próxima vez que volvamos a las Tierras Altas de la Tierra Media.
Las Tierras Altas de Rohan y la Laguna Oscura son paisajes mágicos para los medianos y sus habitantes, llamados así mismos numantinos. Son una raza de humanos fuertes y duros, de estatura corta pero muy voluntariosos, habituados a un clima extremo de inviernos fríos. También habitan esa tierra los elfos y algunas familias de enanos. Al otro lado de las montañas se ocultan los ejércitos de los orcos, dominados por el Señor Oscuro.
La Laguna Oscura es una puerta de entrada al territorio del Señor Oscuro, y hasta allí quisimos llegar mi compañera y yo: hasta la Puerta Negra, el llamado Pico Turbión. El límite de la Tierra Media y la frontera con el reino del temido Señor Oscuro. Más veces habíamos intentado atravesar la frontera y nos fue imposible. Así que esta vez tenía que ser la definitiva, pero una terrible ventisca nos lo impidió. Más arriba de la Laguna Oscura todo era viento y niebla, y el páramo de montaña pantanoso se había convertido en una trampa. Ni la magia del conjuro Gore-Texum nos libró de las inclemencias. Nuestra misión era depositar la bandera roja de nuestra Comunidad del Castillo en en la Puerta Negra. Pero las fuerzas del Señor Oscuro son muy poderosas. Es el señor del viento y el frío, y los utilizó en nuestra contra para hacernos fracasar en nuestro objetivo.
Así que mi compañera y yo volvimos a nuestra aldea, contentos por haber llegado al territorio de las Tierras Altas y haber vuelto sanos y salvos a nuestra comunidad. Ávidos de nuevas aventuras la próxima vez que volvamos a las Tierras Altas de la Tierra Media.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Belchite
Belchite, julio de 1937.
Belchite, septiembre de 2012.
75 años de diferencia.
Este pueblo de la provincia de Zaragoza fue el escenario durante la guerra civil uno de los episodios más violentos y también significativos del enfrentamiento entre las dos Españas. La localidad, situada en la margen norte del Ebro, se encontraba en medio del avance republicano desde Cataluña hacia Zaragoza. El avance hacia la capital aragonesa era constante hasta que los republicanos se toparon con una bolsa de resistencia de los sublevados nacionales en Belchite. El ejército del general Líster tomó Belchite entre agosto y septiembre de 1937, tras un enorme esfuerzo y recursos militares que a la postre impidieron a los republicanos llegar hasta Zaragoza a costa de asegurar la retaguardia. La toma de Belchite supuso alrededor de 6.000 bajas entre población civil, soldados nacionales y soldados republicanos.
Al fracasar la ofensiva republicana, el ejército sublevado lanzó una contraofensiva para contrarrestar el relativo avance republicano en el Ebro. Los generales nacionales movilizaron divisiones del frente de Madrid hasta el frente del Ebro, adonde incluso llegaron los temidos Tercios Regulares de Ceuta. Con todos ellos, y paralelamente continuando el avance en el frente del norte peninsular, el ejército sublevado hizo retroceder a los republicanos hasta la otra orilla del Ebro, en lo que terminaría siendo la retirada y descomposición final que condujo a partir en dos el frente republicano y permitir a los nacionales llegar hasta Valencia y Barcelona.
En esa contraofensiva, Belchite estaba de nuevo en medio, y ahora además había adquirido una dimensión simbólica. Franco no iba a permitir que ningún general republicano le arrebatara ninguna posición, así que el ejército nacional sometió Belchite a hierro y fuego, esta vez sin contemplaciones. Cinco divisiones enteras abrasaron la localidad, que entre huídos, refugiados y muertos quedó diezmada. El símbolo de la resistencia nacional, primero, y de su reconquista a los republicanos, después, se convirtió en un gran instrumento de propaganda para Franco. Tanto que éste, ya en la posguerra, decidió conservar Belchite tal como había quedado, para escarmiento de los rojos y para honrar a los caídos nacionales, y lo dejó así hasta que en 1954 construyó Belchite nuevo, un pueblo nuevo al que se irían trasladando los vecinos del Belchite viejo.
A finales de los años 60 terminaron de abandonar el pueblo viejo sus últimos habitantes y desde entonces Belchite viejo ha quedado olvidado como un vestigio intacto de la guerra. Quedó sumido en eso tan siniestro que es la tierra de nadie. Ni destruido del todo, ni habitado, ni del todo enterrado. Una zona borrosa del mapa, silenciada y hecha tabú. Belchite tuvo durante 40 años un uso político: fue la reliquia o el trofeo de guerra para los vencedores. También para construir el imaginario colectivo de posguerra sobre la represión roja y el culto a la violencia. Pero desde los últimos 30 años, Belchite también es una prueba irrefutable de una nación avergonzada y traumatizada por su pasado, que ha sido incapaz de hacer una verdadera memoria de la historia, que ha querido mirar hacia otro lado -progreso, olimpiadas, llámalo como quieras- en lugar de ajustar cuentas con los fantasmas, con honestidad y buena voluntad, y que las pocas veces que lo ha intentado ha sido en la burda forma de películas, libros o ensayos falsamente correctos, políticamente timoratos y diplomáticamente cínicos.
Así que Belchite, el Belchite viejo a 2km del nuevo, sigue siendo una mancha del pasado, como lo han sido Srebrenica y tantos otros lugares marcados por la guerra. Una mancha que primero hay que entender, para luego limpiar y después restañar. Pero lejos de ser sólo una mancha que sigue sin borrarse, es una mancha que se agranda con la desidia y la desmemoria de la sociedad actual. El falso ejercicio de memoria histórica que nos quisieron vender hace unos años nada tiene que ver con lo que debería ser un verdadero ejercicio de relato histórico objetivo, basado en el entendimiento entre las partes y el resarcimiento de todas las víctimas. Los procesos de paz de los últimos 30 años en varias partes del mundo no se han siquiera contemplado en España.
Y lo que es peor en el caso de Belchite: cuando se trata de proteger la escasa memoria que queda todos se lavan las manos: diputación, ayuntamiento, comunidad autónoma, Unesco, ministerios... Todos se pasan la pelota, miran para otro lado y evitan convertir Belchite viejo en un museo de la memoria, en un centro de la paz o un monumento a la convivencia. En cualquier cosa que evite su olvido, que estimule a sus vecinos actuales o que simbolice a lo que se llega con la ignorancia y la violencia. Eso es lo que debería ser, en lugar de un museo del horror al aire libre, espectral y grotesco, como una pintura de Goya (los horrores de la posguerra, quizás), que de vez en cuando sigue apareciéndose en la estepa entre voces y banderas.
Es muy triste Belchite viejo. Pasear por sus calles es como hacerlo por Srebrenica, Auswitz, Mostar o Normandía. Te invade el desasosiego, una pesadumbre en el estómago. Pero en este caso, Belchite tiene un aliciente más. No tanto por lo que fue, porque al fin y al cabo no es imprescindible pasear por un pueblo arrasado para entender lo que fue una guerra. Sino sobre todo, por lo que es ahora: un recordatorio de la dejadez que parece decirnos a todos: ¿habéis aprendido la lección? Un reflejo de lo que, después de todo, quizás seamos. El fruto silvestre que ha crecido en el campo: un pueblo abandonado por la razón.
Belchite, septiembre de 2012.
75 años de diferencia.
Este pueblo de la provincia de Zaragoza fue el escenario durante la guerra civil uno de los episodios más violentos y también significativos del enfrentamiento entre las dos Españas. La localidad, situada en la margen norte del Ebro, se encontraba en medio del avance republicano desde Cataluña hacia Zaragoza. El avance hacia la capital aragonesa era constante hasta que los republicanos se toparon con una bolsa de resistencia de los sublevados nacionales en Belchite. El ejército del general Líster tomó Belchite entre agosto y septiembre de 1937, tras un enorme esfuerzo y recursos militares que a la postre impidieron a los republicanos llegar hasta Zaragoza a costa de asegurar la retaguardia. La toma de Belchite supuso alrededor de 6.000 bajas entre población civil, soldados nacionales y soldados republicanos.
Al fracasar la ofensiva republicana, el ejército sublevado lanzó una contraofensiva para contrarrestar el relativo avance republicano en el Ebro. Los generales nacionales movilizaron divisiones del frente de Madrid hasta el frente del Ebro, adonde incluso llegaron los temidos Tercios Regulares de Ceuta. Con todos ellos, y paralelamente continuando el avance en el frente del norte peninsular, el ejército sublevado hizo retroceder a los republicanos hasta la otra orilla del Ebro, en lo que terminaría siendo la retirada y descomposición final que condujo a partir en dos el frente republicano y permitir a los nacionales llegar hasta Valencia y Barcelona.
En esa contraofensiva, Belchite estaba de nuevo en medio, y ahora además había adquirido una dimensión simbólica. Franco no iba a permitir que ningún general republicano le arrebatara ninguna posición, así que el ejército nacional sometió Belchite a hierro y fuego, esta vez sin contemplaciones. Cinco divisiones enteras abrasaron la localidad, que entre huídos, refugiados y muertos quedó diezmada. El símbolo de la resistencia nacional, primero, y de su reconquista a los republicanos, después, se convirtió en un gran instrumento de propaganda para Franco. Tanto que éste, ya en la posguerra, decidió conservar Belchite tal como había quedado, para escarmiento de los rojos y para honrar a los caídos nacionales, y lo dejó así hasta que en 1954 construyó Belchite nuevo, un pueblo nuevo al que se irían trasladando los vecinos del Belchite viejo.
A finales de los años 60 terminaron de abandonar el pueblo viejo sus últimos habitantes y desde entonces Belchite viejo ha quedado olvidado como un vestigio intacto de la guerra. Quedó sumido en eso tan siniestro que es la tierra de nadie. Ni destruido del todo, ni habitado, ni del todo enterrado. Una zona borrosa del mapa, silenciada y hecha tabú. Belchite tuvo durante 40 años un uso político: fue la reliquia o el trofeo de guerra para los vencedores. También para construir el imaginario colectivo de posguerra sobre la represión roja y el culto a la violencia. Pero desde los últimos 30 años, Belchite también es una prueba irrefutable de una nación avergonzada y traumatizada por su pasado, que ha sido incapaz de hacer una verdadera memoria de la historia, que ha querido mirar hacia otro lado -progreso, olimpiadas, llámalo como quieras- en lugar de ajustar cuentas con los fantasmas, con honestidad y buena voluntad, y que las pocas veces que lo ha intentado ha sido en la burda forma de películas, libros o ensayos falsamente correctos, políticamente timoratos y diplomáticamente cínicos.
Así que Belchite, el Belchite viejo a 2km del nuevo, sigue siendo una mancha del pasado, como lo han sido Srebrenica y tantos otros lugares marcados por la guerra. Una mancha que primero hay que entender, para luego limpiar y después restañar. Pero lejos de ser sólo una mancha que sigue sin borrarse, es una mancha que se agranda con la desidia y la desmemoria de la sociedad actual. El falso ejercicio de memoria histórica que nos quisieron vender hace unos años nada tiene que ver con lo que debería ser un verdadero ejercicio de relato histórico objetivo, basado en el entendimiento entre las partes y el resarcimiento de todas las víctimas. Los procesos de paz de los últimos 30 años en varias partes del mundo no se han siquiera contemplado en España.
Y lo que es peor en el caso de Belchite: cuando se trata de proteger la escasa memoria que queda todos se lavan las manos: diputación, ayuntamiento, comunidad autónoma, Unesco, ministerios... Todos se pasan la pelota, miran para otro lado y evitan convertir Belchite viejo en un museo de la memoria, en un centro de la paz o un monumento a la convivencia. En cualquier cosa que evite su olvido, que estimule a sus vecinos actuales o que simbolice a lo que se llega con la ignorancia y la violencia. Eso es lo que debería ser, en lugar de un museo del horror al aire libre, espectral y grotesco, como una pintura de Goya (los horrores de la posguerra, quizás), que de vez en cuando sigue apareciéndose en la estepa entre voces y banderas.
Es muy triste Belchite viejo. Pasear por sus calles es como hacerlo por Srebrenica, Auswitz, Mostar o Normandía. Te invade el desasosiego, una pesadumbre en el estómago. Pero en este caso, Belchite tiene un aliciente más. No tanto por lo que fue, porque al fin y al cabo no es imprescindible pasear por un pueblo arrasado para entender lo que fue una guerra. Sino sobre todo, por lo que es ahora: un recordatorio de la dejadez que parece decirnos a todos: ¿habéis aprendido la lección? Un reflejo de lo que, después de todo, quizás seamos. El fruto silvestre que ha crecido en el campo: un pueblo abandonado por la razón.
miércoles, 9 de mayo de 2012
"Home is where the road is"
Bueno, las últimas semanas han sido algo movidas. Parece que estoy siempre sobre un camino. De ahí el título del post... El mes de mayo siempre trae consigo eventos, viajes, carreras y cosas así, y este año está siendo igual. Primero, remontándonos al último post, al final no pude participar en la Trek12. Una lástima, pero supongo que viendo los tiempos de la categoría en solitario más me vale no haber ido, sopena de hacer el ridículo... ¡La gente está fuertísima!
Esto lo comprobé el sábado pasado en la Orbea Monegros 29er, una clásica que este año he repetido por cuarta o quinta vez, porque es un espectáculo de paisajes y de afición. Es como un gran premio de Jerez o de Assen, algo así como la meca del MTB de competición amateur. De los casi ¡¡6.000!! inscritos, los que tiraban tiraban mucho, pero mucho. La crisis está generando (ya lo he dicho antes) una raza de deportistas super-entrenados. La gente tiene más tiempo para entrenar y todo eso. Pero 6.000 participantes en una prueba de MTB (de la que por cierto no se ha oído hablar en los grandes medios) da que pensar.
Pero aparte de eso, y entre ambos eventos, hubo uno bastante especial que fue el curso de monitores de la Escuela Española de MTB, de la que puedo decir orgullosamente que formo parte desde este año. El curso, celebrado el 28 y 29 de abril en Robledo de Chavela en un clima invernal, fue un éxito con alrededor de 60 alumnos y alumnas, entre ellas la olímpica Silvia Rovira. Mucha gente, mucho nivel y muchos proyectos que se están fraguando entre los entusiastas del MTB y los deportes de montaña. Gente interesante, sana y con intereses comunes, de los cuales seguro saldrán nuevas relaciones y contactos. Una magnífica experiencia, en suma, para proyectar el lado emprendedor del MTB como actividad de ocio y de empresa deportiva sostenible.
Y este fin de semana nos espera la III Kedada Zona Zero en Aínsa, una kedada enduro que ya el año pasado nos dejó un sabor de boca excelente y que este año no nos hemos pensado repetir. Aunque arrastro (de nuevo) problemillas físicos (esta vez una inoportuna gastroenteritis), espero estar a tope para disfrutar de los senderos y trialeras del Pirineo oscense. Por cierto, me declaro fan incondicional de la provincia de Huesca y de su variedad paisajística.
Últimos kilómetros de la Maratón de Monegros, entre polvo y barro. |
Pero aparte de eso, y entre ambos eventos, hubo uno bastante especial que fue el curso de monitores de la Escuela Española de MTB, de la que puedo decir orgullosamente que formo parte desde este año. El curso, celebrado el 28 y 29 de abril en Robledo de Chavela en un clima invernal, fue un éxito con alrededor de 60 alumnos y alumnas, entre ellas la olímpica Silvia Rovira. Mucha gente, mucho nivel y muchos proyectos que se están fraguando entre los entusiastas del MTB y los deportes de montaña. Gente interesante, sana y con intereses comunes, de los cuales seguro saldrán nuevas relaciones y contactos. Una magnífica experiencia, en suma, para proyectar el lado emprendedor del MTB como actividad de ocio y de empresa deportiva sostenible.
Sesión práctica del curso de Monitor-Guía de la EEMTB |
Y este fin de semana nos espera la III Kedada Zona Zero en Aínsa, una kedada enduro que ya el año pasado nos dejó un sabor de boca excelente y que este año no nos hemos pensado repetir. Aunque arrastro (de nuevo) problemillas físicos (esta vez una inoportuna gastroenteritis), espero estar a tope para disfrutar de los senderos y trialeras del Pirineo oscense. Por cierto, me declaro fan incondicional de la provincia de Huesca y de su variedad paisajística.
martes, 17 de enero de 2012
Post de reflexión
Relacionado con esto, hoy he escuchado a un tipo hablar sobre los movimientos sociales antiglobalización. Aparte de caer en los típicos argumentos que se suelen escuchar en este tipo de entornos, y de hacer una lectura muy particular de la historia del capitalismo y de la economía (y eso que era economista, o licenciado), decía una cosa que me ha dado pie a las siguientes reflexiones.
Explicaba que los movimientos sociales (agrupando en ellos al sindicalismo moderno y a los movimientos antimilitarista, ecologista y feminista, principalmente, que se desarrollaron desde los años 60), llegaron a un punto hacia los años 80, en pleno auge de la primera oleada neoliberal, en que se condensaron en una gran plataforma alternativa al sistema: el movimiento antisistema (o antiglobalización). Fruto de él han sido los foros sociales mundial (Porto Alegre, Nairobi, Génova, Dakar, Caracas, etc). Su base ideológica: una respuesta de la sociedad civil hacia el capitalismo globalizado neoliberal. La crítica desde el Sistema hacia este movimiento es que no hacen ninguna propuesta. Y su respuesta es: no es tan importante la propuesta sino identificar el problema.
Pasadas las primeras oleadas neoliberal y la respuesta antiglobalización de los 90, el capitalismo ha vuelto a contraatacar. La última crisis financiera y la ofensiva de recortes sociales al Estado del bienestar están rediseñando el panorama socioeconómico del mundo: actores transnacionales, nuevos y descentralizados. La respuesta ante ese contraataque ha sido el 15-M. Los Indignados, como así los conocen ya en Italia, Francia, Europa entera, desde aquellos ciudadanos que se reunieron en la Puerta del Sol en primavera del año pasado. La lectura que hacía esta persona, ligada al movimiento del foro social, de este panorama de movimientos y cambios sociales evidentes, era también particular. En su opinión, no acababa de ver la conexión entre los Antiglobalización y lo que está siendo el 15-M y los Indignados. Para mi, la relación está clara.
Lo que un día fue un movimiento global, anticapitalista (el más importante quizás, desde las Internacionales socialistas), ha evolucionado en un grado más local, concreto y a pie de calle. La segunda oleada neoliberal, de la primera década del siglo XXI, ha sido quizás más profunda y radical, al no existir ya ningún bloque ideológico de contrapeso. Quizás por eso se ha generalizado el impacto social y con ello el malestar. No ya hacia el Sistema, que en estos 10 años ha intoxicado a casi todos los ámbitos y se ha convertido en algo totalmente difuso y etéreo, como un organismo en cloud. Sobre todo se ha generado malestar hacia la política y la forma clásica de organización social.
Conclusión: el Contrato Social actual, aquello que todos hemos firmado tácitamente (el trabajo, el capital, la delegación de la soberanía en el Estado, etc), ha expirado. Era un contrato firmado en los cimientos de la revolución francesa, y ya es papel podrido. El socialismo intentó romperlo, pero fracasó. El problema es que nadie sabe muy bien qué lo va a sustituir, si es que lo va a sustituir algo nuevo. Y volviendo a Bauman y su teoría del Estado líquido "todo es impredecible". El estado cada vez se asemeja más a una empresa, no se sabe bien dónde empieza y dónde acaba; y los movimientos sociales que este año han barrido buena parte de Occidente y de los países árabes-mediterráneos, no se sabe bien hacia dónde van, qué pretenden o cómo quieren cambiar las cosas. Pero al menos están aqui. La alternativa, de no haber existido, quién sabe cómo de nefasta sería.
martes, 17 de mayo de 2011
Droga dura
A casi 3.000 metros, la montaña del Puigmal es una de las cumbres más altas de Cataluña, y una cima mítica para los muchos aficionados catalanes al montañismo. El Puigmal también marca la frontera (no real, pero casi) entre España y Francia, y entre el pirineo catalán y el francés, en plena Cerdaña. Es una montañita muy atractiva, en definitiva. Y muy turística. En el lado catalán del Puigmal existe un centro-resort desde donde se pueden hacer infinidad de rutas: el Valle de Nuria que, a pesar de ser bastante turístico, es de visita obligada para cualquier aficionado a la montaña.
El Valle de Nuria tiene una mezcla de verbena montañera y santuario mariano, -de cierta grima, por tanto-, pero es un sitio que merece la pena totalmente. Más que eso: es imprescindible si se tiene la ocasión de ir por la zona. Sobre todo para perderse por los senderos que se adentran en los valles y los bosques, y para intentar subir al Puigmal. Es una especie de campo base perfecto para atacar un montón de rutas. Y la más emblemática de todas es el Puigmal.
Sin madrugar mucho, el domingo nos levantamos un tanto escépticos. La tarde y la noche anteriores había hecho muy mal tiempo, pero el domingo amaneció completamente despejado, para sorpresa mía. Creo que esa sensación de incertidumbre cuanto te levantas, vas hacia la ventana y ves que hace buen día... es una de esos momentos en que parece que te estás jugando que la ruta, la excursión, el día entero que has estado esperando salga bien o sea un fracaso. Y cuando abres la ventana y ves que hace un sol radiante... es como cuando ganas a la lotería o a las cartas. Te la juegas a cara o cruz, y te sale cara.
Tras un desayuno pantagruélico, pusimos rumbo a la cima. Dos horas 45 minutos estimadas. La cosa empieza fuerte, con una subida preciosa entre un sendero de pinos. Me hago con un buen bastón-rama, y poco a poco vamos calentando el ritmo. El bosque desemboca en un collado que a esas horas está lleno de escarcha nevada, pero sólo en la cara norte del suelo. De forma que si mirabas hacia adelante, hacia el norte y a contrapelo, veías algunos trazos de nieve sobre la hierba, pero si mirabas hacia el sur lo veías todo blanco, al estar de cara al norte. Un efecto divertido.
Seguimos subiendo, cada vez con menos vegetación. El deshielo de la primavera va descubriendo ríos bajo los neveros, horadando y derritiendo las acumulaciones de nieve y dejando paso a enormes torrentes de agua clara. La vegetación está en pleno estallido de vida después de meses bajo cero, aunque el día tampoco invita a mucho destape, ya que un vientecillo del norte mantiene las cosas en su sitio. Algunas marmotas corretean por las laderas, silbando.
La nieve ya se puede ver en todas las cumbres que rodean el valle, aunque a nosotros no nos toca pisarla hasta los últimos tramos de la subida. Justo cuando empieza la piedra, ya sin vegetación ni tierra bajo las botas. Piedras y rocas sueltas forman la base de la cumbre, y el viento cada vez es más fuerte. Hasta la cima, la ascensión se hace a paso cada vez más lento, pendiente y rítmico. Cristina y yo, con prendas algo rudimentarias, sin guantes y casi "de paseo" vamos a buen ritmo. Empezamos con mucha precaución y sin mucho convencimiento de llegar a la cima, pero poco a poco nos hemos ido creciendo y sintiéndonos más cómodos. Nos cruzamos con algunos montañeros ultraequipados que suben o bajan corriendo, y en ese momento me parece una locura total, aunque luego no lo será tanto. Cuando estás concentrado regulando la respiración y el ritmo de subida, y ves bajar a unos tíos corriendo por donde tú subes te parece una barbaridad. Pero poco después tú estás haciendo lo mismo...
A pocos metros de la cima el viento se hace más y más fuerte. Y al llegar a la cumbre es insoportable. Al sacar las manos para hacernos la foto de rigor comencé a notar que a cada segundo que pasaba me ardían más los dedos, hasta dejar de sentirlos durante un momento. Entonces me acojoné, y comencé a bajar de la cima. ¡El frío era increíble! El chubasquero me protegía bien, pero en las manos sencillamente no podía moverlas! Así que tras unos pocos minutos arriba, comenzamos el descenso.
Entonces vino la parte divertida: como ya me pasó al bajar el volcán Izalco, en El Salvador, el descenso entre piedra suelta cuando la montaña es muy pendiente, se hace esquiando. Es decir, bajar soltando frenos como si estuvieras sobre nieve. Espectacular. Mucho más fácil que si bajas cargando las patas.
Tras celebrar el ascenso y el descenso en poco más de 4 horas, la sensación de haber cumplido con el objetivo marcado fue reconfortante. Una pequeña montaña de 3.000m, de paisajes espectaculares, que marca una gran experiencia. Siempre quise dedicar más tiempo a subir montañas, algo que siempre he hecho, pero menos de lo que quisiera. Mi primo, un consumado montañero, lo llama "la droga más dura". La adicción máxima. ¿Más que la bici? No lo sé. Pero me ha gustado tanto este viaje, después de un tiempo sin probarlo, que ya estoy buscando repetirlo. No recordaba que era tan buena. Sea como sea, cualquier cosa que sucede en la montaña, es adictivo y bestial.
El Valle de Nuria tiene una mezcla de verbena montañera y santuario mariano, -de cierta grima, por tanto-, pero es un sitio que merece la pena totalmente. Más que eso: es imprescindible si se tiene la ocasión de ir por la zona. Sobre todo para perderse por los senderos que se adentran en los valles y los bosques, y para intentar subir al Puigmal. Es una especie de campo base perfecto para atacar un montón de rutas. Y la más emblemática de todas es el Puigmal.
Sin madrugar mucho, el domingo nos levantamos un tanto escépticos. La tarde y la noche anteriores había hecho muy mal tiempo, pero el domingo amaneció completamente despejado, para sorpresa mía. Creo que esa sensación de incertidumbre cuanto te levantas, vas hacia la ventana y ves que hace buen día... es una de esos momentos en que parece que te estás jugando que la ruta, la excursión, el día entero que has estado esperando salga bien o sea un fracaso. Y cuando abres la ventana y ves que hace un sol radiante... es como cuando ganas a la lotería o a las cartas. Te la juegas a cara o cruz, y te sale cara.
Tras un desayuno pantagruélico, pusimos rumbo a la cima. Dos horas 45 minutos estimadas. La cosa empieza fuerte, con una subida preciosa entre un sendero de pinos. Me hago con un buen bastón-rama, y poco a poco vamos calentando el ritmo. El bosque desemboca en un collado que a esas horas está lleno de escarcha nevada, pero sólo en la cara norte del suelo. De forma que si mirabas hacia adelante, hacia el norte y a contrapelo, veías algunos trazos de nieve sobre la hierba, pero si mirabas hacia el sur lo veías todo blanco, al estar de cara al norte. Un efecto divertido.
Seguimos subiendo, cada vez con menos vegetación. El deshielo de la primavera va descubriendo ríos bajo los neveros, horadando y derritiendo las acumulaciones de nieve y dejando paso a enormes torrentes de agua clara. La vegetación está en pleno estallido de vida después de meses bajo cero, aunque el día tampoco invita a mucho destape, ya que un vientecillo del norte mantiene las cosas en su sitio. Algunas marmotas corretean por las laderas, silbando.
La nieve ya se puede ver en todas las cumbres que rodean el valle, aunque a nosotros no nos toca pisarla hasta los últimos tramos de la subida. Justo cuando empieza la piedra, ya sin vegetación ni tierra bajo las botas. Piedras y rocas sueltas forman la base de la cumbre, y el viento cada vez es más fuerte. Hasta la cima, la ascensión se hace a paso cada vez más lento, pendiente y rítmico. Cristina y yo, con prendas algo rudimentarias, sin guantes y casi "de paseo" vamos a buen ritmo. Empezamos con mucha precaución y sin mucho convencimiento de llegar a la cima, pero poco a poco nos hemos ido creciendo y sintiéndonos más cómodos. Nos cruzamos con algunos montañeros ultraequipados que suben o bajan corriendo, y en ese momento me parece una locura total, aunque luego no lo será tanto. Cuando estás concentrado regulando la respiración y el ritmo de subida, y ves bajar a unos tíos corriendo por donde tú subes te parece una barbaridad. Pero poco después tú estás haciendo lo mismo...
A pocos metros de la cima el viento se hace más y más fuerte. Y al llegar a la cumbre es insoportable. Al sacar las manos para hacernos la foto de rigor comencé a notar que a cada segundo que pasaba me ardían más los dedos, hasta dejar de sentirlos durante un momento. Entonces me acojoné, y comencé a bajar de la cima. ¡El frío era increíble! El chubasquero me protegía bien, pero en las manos sencillamente no podía moverlas! Así que tras unos pocos minutos arriba, comenzamos el descenso.
Entonces vino la parte divertida: como ya me pasó al bajar el volcán Izalco, en El Salvador, el descenso entre piedra suelta cuando la montaña es muy pendiente, se hace esquiando. Es decir, bajar soltando frenos como si estuvieras sobre nieve. Espectacular. Mucho más fácil que si bajas cargando las patas.
Tras celebrar el ascenso y el descenso en poco más de 4 horas, la sensación de haber cumplido con el objetivo marcado fue reconfortante. Una pequeña montaña de 3.000m, de paisajes espectaculares, que marca una gran experiencia. Siempre quise dedicar más tiempo a subir montañas, algo que siempre he hecho, pero menos de lo que quisiera. Mi primo, un consumado montañero, lo llama "la droga más dura". La adicción máxima. ¿Más que la bici? No lo sé. Pero me ha gustado tanto este viaje, después de un tiempo sin probarlo, que ya estoy buscando repetirlo. No recordaba que era tan buena. Sea como sea, cualquier cosa que sucede en la montaña, es adictivo y bestial.
martes, 10 de mayo de 2011
Conspiraciones
Son tiempos extraños y absurdos estos que vivimos. Cada época tiene sus tiempos extraños y absurdos, claro, pero a nosotros nos toca hablar de los nuestros. Y los hechos que nos tocan a nosotros se caracterizan por ser extrañamente ridículos. Sucesos que nos venden y nosotros compramos como si se tratase de píldoras de realidad, de colores y sabores. Nos las tragamos. Las de los colores que más nos gustan. Sucesos planos y simples que aceptamos sin cuestionar ni analizar. Ñam, ñam, qué ricas. Los medios de comunicación ayudan a hacer esta digestión, claro. Y ahora también, las redes sociales. Que son el paraíso de las pildoritas. La ciudad de las pirulas. El gran centro comercial. Si ayer la tele era un hipermercado de la realidad proyectada, hoy las redes sociales son un mall. No solo las píldoras de los medios. También las de los otros. Atracón.
Pero hoy en día, en pleno siglo XXI, nadie puede alimentarse a base de píldoras, gominolas, pastillas o cacahuetes. Podemos consumir algunas, comer de aqui y de allá, como complemento vitamínico, de aperitivo, de postre... Pero atragantarse a base de pirulas le deja a uno gilipollas. Y te vuelves un inocente ciudadano crédulo y manejable. Me refiero a este tipo de sucesos, de acontecimientos históricos que suceden o nos cuentan. No son como los pintan. No son tan fáciles ni tan fotogénicas como aparecen en los medios (es decir, como se proyecta la realidad). Algunas cosas, sencillamente, están meticulosa y precisamente planeadas por ciertos intereses que a nosotros los mortales, se nos escapan.
Ejemplo: la única Superpotencia que queda viva se jacta de liquidar al enemigo mundial Nº1. Coincidiendo con un largo periodo de crisis mundial y el fin de un ciclo en muchos países árabes y de Oriente Medio, el Imperio Democrático acaba con el último villano que amenazaba la hegemonía del American Way of Democracy. Se da la circunstancia de que el Premio Nobel de la Paz asume el papel de Capitán América y con su escudo decapita al malvado Bin Laden. Ahora ya no hay excusa para que otros posibles villanos vuelvan a obstruir las incipientes democracias populares del mundo árabe, y quiten su parte del pastel al Imperio. Obama se apunta la victoria de una
Por eso, cada vez que escucho la palabra conspiración me sigue viniendo un olorcillo friki y se me asoma una sonrisa. Pero la sonrisa cada vez dura menos, y da paso a un gesto de duda y ceño fruncido. Poner en duda todas y cada una de las fachadas que se nos venden como reales, eso sí es posible gracias al acceso a más información y al contacto con más personas que piensen y sean críticas. Y desmontar las mentiras y farsas en las que nadamos, también. Las mentiras de unos y otros. Pero eso está lejos, hoy por hoy. Todavía estamos viviendo en un mundo de pastillas, hipermedicado, con multitud de recetas y pirulas para cada cosa. Una ilusión , un producto virtual, por más que nos quieran hacer creer lo contrario.
Conspiraciones y teorías en Zeitgeist.
martes, 16 de noviembre de 2010
Dar, dando, dándote.
Vivimos tiempos en los que parece que todo vale o da igual. Situaciones en las que parece que cada vez tenemos menos el control de la realidad. Quizás la cosa, "the thing", se nos esté escapando de las manos en nuestros propios morros. Y no nos damos cuenta porque todas esas situaciones tienen un nexo en común: que estamos bien jodidos.
Situación 1: ¿Se hunde el capitalismo? ¿Hay crisis y hay que salvar de la quiebra a bancos y entidades financieras? No pasa nada, nos inventamos el socialismo capitalista: privatizamos las ganancias, socializamos las pérdidas, y todos tan contentos. ¿Algún problema? Ah, me había parecido escuchar que organizábais una huelga general... algo me parece oir a lo lejos, pero vamos, que a mi lo mismo me da. Te voy a seguir dando por el culo igual.
Situación 2: ¿Se violan los derechos humanos en el Sahara, en Palestina, debajo de casa, en el instituto? ¿Y a mi, qué? Por encima de los derechos humanos hay otras muchas cosas importantes en la vida: los acuerdos pesqueros, el buen talante para con los agresores, el no complicarnos la vida con el vecino... la última bufonada del entrenador del Madrid... Y todo eso son razones como para mirar hacia otro lado sin que me tiemble el pulso. Además, como levantes la voz te voy a dar por el culo hasta que votes Sí a la OTAN, así que más te vale no protestar.
Situación 3: ¿Unos políticos son investigados por haberse llevado fajos de billetes públicos en los bolsillos? Hombre, por algo lo habrán hecho. No son tan tontos como para hacer esas cosas siendo quienes son y pudiendo ser pillados. Nada, vosotros a lo vuestro, seguid pringando como parias que sois, pagadnos nuestros sueldos de 100.000 euros al año, trajes aparte, y dadnos las gracias de que no os robemos más. Gilipollas, que sois unos gilipollas. Mira que dejar que os robemos en vuestra puta cara... ¡Que sí hombre, que sí, que os estamos estafando! Pero vamos, que cada uno a lo suyo, a mi me da igual lo que digas, lo voy a seguir haciendo porque me da la gana. Por cierto, vótame en las próximas elecciones, para que pueda seguir dándote por el culo, que parece que te gusta.
...Simplificar las cosas y hacer un ejercicio de hipérbole a veces ayuda a entender mejor la realidad. La burguesía, finalmente, ha conseguido lo que tanto buscaba: dominar el pensamiento crítico y someterlo al dictado del progresismo liberal. Cuando el periódico más leído de este país es El País, es que algo va mal. Algo ha fallado en la matriz. ¿Un periódico "de izquierdas" con Vargas Llosa en nómina? ¿Me tomas el pelo? ¿Cuál fue el momento en el que las ideas se arrodillaron ante el poder? ¿Cuándo confiamos el poder ejecutivo a la Reserva Federal de Estados Unidos y al Banco Central Europeo? ¿Cuándo delegamos el poder legislativo a una panda de iletrados que confunden hacer políticas de igualdad y preservar los derechos humanos, con cambiar el género de las palabras? ¿Cuándo elegimos en las urnas a unos legisladores que no persiguen a quienes infringen la ley, o no la ponen en práctica, y encima nos gobiernan? Confirmado: ha ganado el mal, ha ganado el capital.
Parece que cuando Siniestro Total cantaba "cuánta puta y yo qué viejo" ya veían lo que se venía encima. ¡Ojo! que no lea esto la SGAE, que me empapelan.
jueves, 15 de julio de 2010
El mundial
Por fin ganamos algo gordo. Lo más gordo del mundo que se puede ganar: una Copa del Mundo de fútbol. Algo lo suficientemente gordo como para paralizar un país entero y hacer Historia. Algo que recordaremos siempre hasta el día en que nos vayamos al hoyo. España ganando un Mundial. Algo inaudito sólo de imaginarlo cuando éramos pequeños. Y ahora es real.
Estos días me he acordado mucho de Naranjito, cuando hace casi 30 años, en un país que intentaba subirse al carro del desarrollo, acogimos un Mundial de fútbol. En todos estos años hemos sido unos pupas, cada vez hemos llegado un poco más lejos en los mundiales, pero siempre con ese complejo de inferioridad que arrastramos desde hace tanto tiempo (o quizás es congénito). Hasta que desde hace unos años, las cosas parece que empezaron a cambiar, con una generación de deportistas que ganan cosas impensables: Fórmula 1, motos, Tours, Roland Garros, Wimbledons, NBA, y la Eurocopa.
Al ganar el mundial hemos pasado de ser unos eternos aspirantes a algo grande, a ser de los grandes. Esto en cuanto al fútbol. Pero no sólo en esto. Nos hemos limpiado definitivamente de viejos fantasmas, y hemos sacado a relucir que ser español, ondear tu bandera y animar a tu país no es ser un facha ni un nacionalista, aunque les pese a muchos. El triunfo de La Roja es el de todo un pueblo, hecho de gente diversa y plural, cada uno de su padre y de su madre, de su pueblo y de su provincia. Y cualquiera de los caciques que intentan hacer patria de su pequeño pueblo están equivocados de cabo a rabo, porque la historia nos ha demostrado que cuando estamos juntos, somos mejores y más fuertes. Más solidarios y menos egoístas. Menos diferentes y más iguales.
Ayer vi Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela y el mundial de rugby del 95 en Sudáfrica. La historia ha querido que un país como España, sin ser favorito, haya ganado el mundial de Sudáfrica, y lo haya hecho en gran parte empujado por un pueblo –evidentemente no comparable con el que sufría las heridas de Sudáfrica en 1995- pero sí con ciertas cicatrices que supuran de vez en cuando.
Y la peli, a la que encuentro formidable, emocionante, me sugiere unos cuantos paralelismos con la victoria de España en el mundial. Sin ir más lejos, que la victoria de un equipo es la victoria de un pueblo, simboliza el bien común y el entusiasmo colectivo que nos hace iguales a todos. Y esto es positivo, suma a los pueblos y no los resta. Villarriba y Villabajo seguro que se juntaron en la Fuente de Enmedio para celebrar el Mundial.
La forma en que Mandela se sirvió de un deporte de blancos para unir a todo un país bajo una bandera, un himno y unos colores no es hacer nacionalismo, que es la puta palabra maldita desde el siglo pasado –ojalá la borraran del mapa. Eso es hacer un pueblo, construir una sociedad, unos valores comunes. En realidad, es una gestión de management como la copa de un pino, aunque ahora a cualquier cosa se le llama “management”; no insultemos a Mandela.
Algunos historiadores han dicho que en España habría hecho falta un Mandela para unir la sociedad tras la dictadura. Puede que sea verdad. Pero yo creo que aquí habría sido distinto. Todos estos “héroes nacionales” que tanto les gustan a los anglosajones aquí no funcionan. Ya hemos tenido muchos. Y nosotros a los héroes los fusilamos. Quizás seamos tan simples como pueblo que lo que necesitamos es un partido de fútbol, o ganar Eurovisión... Pero espero, sinceramente, que lo que ha empezado el otro día ganando un símbolo de alcance mundial, no lo rompan los políticos. Aunque eso a lo mejor ya es demasiado pedir.
Podemos pedir a Vicente del Bosque que gane un mundial de fútbol, pero no pidamos a nuestros políticos que hagan bien su trabajo.
Estos días me he acordado mucho de Naranjito, cuando hace casi 30 años, en un país que intentaba subirse al carro del desarrollo, acogimos un Mundial de fútbol. En todos estos años hemos sido unos pupas, cada vez hemos llegado un poco más lejos en los mundiales, pero siempre con ese complejo de inferioridad que arrastramos desde hace tanto tiempo (o quizás es congénito). Hasta que desde hace unos años, las cosas parece que empezaron a cambiar, con una generación de deportistas que ganan cosas impensables: Fórmula 1, motos, Tours, Roland Garros, Wimbledons, NBA, y la Eurocopa.
Al ganar el mundial hemos pasado de ser unos eternos aspirantes a algo grande, a ser de los grandes. Esto en cuanto al fútbol. Pero no sólo en esto. Nos hemos limpiado definitivamente de viejos fantasmas, y hemos sacado a relucir que ser español, ondear tu bandera y animar a tu país no es ser un facha ni un nacionalista, aunque les pese a muchos. El triunfo de La Roja es el de todo un pueblo, hecho de gente diversa y plural, cada uno de su padre y de su madre, de su pueblo y de su provincia. Y cualquiera de los caciques que intentan hacer patria de su pequeño pueblo están equivocados de cabo a rabo, porque la historia nos ha demostrado que cuando estamos juntos, somos mejores y más fuertes. Más solidarios y menos egoístas. Menos diferentes y más iguales.
Ayer vi Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela y el mundial de rugby del 95 en Sudáfrica. La historia ha querido que un país como España, sin ser favorito, haya ganado el mundial de Sudáfrica, y lo haya hecho en gran parte empujado por un pueblo –evidentemente no comparable con el que sufría las heridas de Sudáfrica en 1995- pero sí con ciertas cicatrices que supuran de vez en cuando.
Y la peli, a la que encuentro formidable, emocionante, me sugiere unos cuantos paralelismos con la victoria de España en el mundial. Sin ir más lejos, que la victoria de un equipo es la victoria de un pueblo, simboliza el bien común y el entusiasmo colectivo que nos hace iguales a todos. Y esto es positivo, suma a los pueblos y no los resta. Villarriba y Villabajo seguro que se juntaron en la Fuente de Enmedio para celebrar el Mundial.
La forma en que Mandela se sirvió de un deporte de blancos para unir a todo un país bajo una bandera, un himno y unos colores no es hacer nacionalismo, que es la puta palabra maldita desde el siglo pasado –ojalá la borraran del mapa. Eso es hacer un pueblo, construir una sociedad, unos valores comunes. En realidad, es una gestión de management como la copa de un pino, aunque ahora a cualquier cosa se le llama “management”; no insultemos a Mandela.
Algunos historiadores han dicho que en España habría hecho falta un Mandela para unir la sociedad tras la dictadura. Puede que sea verdad. Pero yo creo que aquí habría sido distinto. Todos estos “héroes nacionales” que tanto les gustan a los anglosajones aquí no funcionan. Ya hemos tenido muchos. Y nosotros a los héroes los fusilamos. Quizás seamos tan simples como pueblo que lo que necesitamos es un partido de fútbol, o ganar Eurovisión... Pero espero, sinceramente, que lo que ha empezado el otro día ganando un símbolo de alcance mundial, no lo rompan los políticos. Aunque eso a lo mejor ya es demasiado pedir.
Podemos pedir a Vicente del Bosque que gane un mundial de fútbol, pero no pidamos a nuestros políticos que hagan bien su trabajo.
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