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viernes, 29 de noviembre de 2013

Fotos

I Enduro Pineda de Mar. Octubre 2013.
Esta semana no me apetece escribir ni contar nada, así que pongo unas fotos que me sacaron en el enduro de Pineda. Una carrerita divertida que organizó el club de MTB de Pineda de Mar. Una lástima que los controles no funcionaran bien y no hubiera lista de resultados. Una prueba compleja como es un enduro, con 5 tramos cronometrados y otros tantos neutralizados, necesita un buen sistema de célula o de medición de cronos. Pero a la próxima seguro que lo harán un poco mejor.

Por lo menos lo pasé bien y creo que hice unas buenas bajadas para terminar la temporada endurera...


jueves, 21 de noviembre de 2013

Días de té y manta

En la BCN-Sitges por el Garraf.
El frío y la lluvia han irrumpido. Por fin, pero súbitamente, parece que el invierno ha llegado con todas las ganas, y con él una cierta pereza para salir a la montaña. Al menos hasta que me aclimate a la nueva estación, después de tantos meses de buen tiempo. Sí, es fácil poner excusas de todo tipo para retardar la apertura oficial del invierno. Pero bueno, en mi caso este año me apetece descansar un poco después de la Pedals, que ha sido como el broche final (otra vez) de la temporada. Y que no me apetece salir con frío, qué demonios. Creo que hay que saber escuchar al cuerpo y si ahora pide descanso, hay que respetarlo. Ya le apetecerá rock and roll. Y si no, cuando me canse de descansar, le meteré caña. Pero todo a su tiempo.

Mientras tanto hay un buen montón de cosas por hacer, como una pedalada de carretera junto a la Federación Catalana de Ciclismo. La clásica Barcelona-Sitges por la carretera del Garraf, para reivindicar entre otras cosas la seguridad vial de los ciclistas. Me lo pasé fenomenal con mi singlespeed, y no se me ocurre mejor manera de flirtear con la carretera que haciendo este tramo, cortado al tráfico y con toda la carretera para los más de 2.000 ciclistas que seríamos aquel día. Divertido.

Y más cosas: leer y ver películas. Tres grandes recomendaciones en estos días, relacionadas con la montaña.

1. Kilian Jornet.

Un chaval que vive semanas enteras en una caravana   en los alpes franceses. Entrena, corre por la montaña, gana ultratrails y bate todos los récords. Es el número 1 mundial. Austero, espartano. El chaval se llama Kilian Jornet. Un tipo que ha convertido los maratones de montaña en deporte de masas. Pues es un caso parecido a Josef Ajram: o le admiras o le odias. No son personas que pasan desapercibidas por el mundo. Quizás no son comparables entre sí, y yo no soy quien para juzgar a deportistas ni a nadie, pero lo que me transmite Jornet es la imagen de un chaval que vive por la montaña y nada más. Sencillo, humilde, taciturno incluso. Un ermitaño. Un tipo que en España lo consideramos un freak, pero que simplemente es coherente con lo que piensa y lo que hace. Este programa de TV3, El Convidat, hizo hace un tiempo un interesante reportaje con Kilian Jornet. Lo vi de casualidad, y me gustó. Inspiracional.

2. La araña blanca.
Regalo por mi último cumpleaños. La crónica de la ascensión al Eiger de Heinrich Harrer. Casi una obsesión para mi, que por fin me he puesto a leer y a desmenuzar. Parece increíble por las penalidades que pasaron los cuatro alpinistas en 1938 para ascender la cara norte del Eiger, tras varios intentos fracasados de ascensiones anteriores. El relato de los que intentaron subir la montaña antes que ellos es dramático y desolador. Ponerse en la piel de esos chavales, del frio, el miedo, el sufrimiento que pasaron, saber que iban a morir en una montaña, solos y abandonados a su suerte... Para mi la montaña es capaz de generar las tragedias más duras y las hazañas más impresionantes del ser humano. Es un sitio donde se ponen a prueba verdaderos límites: amistad, compañerismo, capacidad de sufrimiento, determinación. Elegir opciones.

"Ciertamente, el ser humano es pequeño y no esencial dentro de la naturaleza, pero forma parte de ella. Entonces ¿se debe respetar menos a quien se coloca en el centro de la naturaleza que a aquel que únicamente disfruta del espectáculo resguardado de todo peligro y tempestad? Es cierto que hasta los ridículos gusanos perciben que los témpanos se pueden desprender. Pero también es cierto que han aprendido a observar dónde y cuándo puede suceder esto. Y no son sordos, también ellos escuchan la lengua de la gran montaña. Sin embargo, entienden esa lengua y la interpretan de manera diferente a la de los plácidos observadores".

3. Tocando el vacío.
Por último, una película. Un documental excelente y un resumen de todo esto, de la montaña. La dramática, angustiosa, expedición de Joe Simpson y Simon Yates a un pico de los Andes peruanos, filmada de forma magistral por Kevin McDonald (El último rey de Escocia). Una de las películas sobre alpinismo que más me han impresionado, por no decir la que más. Son casos extremos, obviamente, que conforman la épica de un deporte tan incomprendido como criticado, del que muchos hablan y pocos han experimentado (yo el primero), pero dan una idea de lo que puede llegar a significar la montaña y pone en perspectiva muchos valores y conceptos comunes a todos los que la amamos y respetamos.


Enlace a la película: http://www.youtube.com/watch?v=oBJ31YnURg8




...y con esto y un bizcocho... a disfrutar del invierno, ¡un rato con una manta en casa y otro rato en la montaña al aire libre!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapas II, III y IV)

Etapa 2: Castellars-Espui
42km, 1.308m desnivel acumulado, 4h 30.

El despertar del segundo día fue excelente. Descansado y recuperado, y tras un fantástico desayuno, me subí a la bici con algo de pereza porque comenzaba la etapa subiendo. Y de qué manera. Lo que quedaba de la subida del Col del Salvador era una pista de piedra suelta bastante incómoda y puñetera, pero la superé sin demasiados problemas. El cuarto punto de control estaba en Les Esglèsies, donde me tomé un cafetito mañanero mientras charlaba con la simpática viejecita dueña del hostal. El día era magnífico, de sol radiante, y quedaban un par de subidas rompepiernas de media montaña hasta llegar a la dificultad de la jornada: el Coll de Pemir. Para llegar hasta el valle siguiente había que dejar la pista de travesía pirenaica y unirla con la pista del otro valle, a través de una zona que en el mapa figuraba como no-ciclable y que me generaba algunas dudas. Esperaba no perderme, pero al final ese tramo a pie resultó ser bastante fácil de seguir y pude enlazar la ruta perfectamente. Además, el paisaje era precioso y estaba en constante cambio de terreno y de vegetación.


Sin más contratiempos y disfrutando de unos buenos tramos de fluidez, me presenté en el final de etapa antes de lo previsto. Espui, un pequeño pueblo de la comarca del Pallars-Sobirá, vecina del Valle de Arán. Una comarca que noté bastante decepcionada por ver cómo la mayoría de los turistas se quedan en el vecino y famoso valle, y que tenían un proyecto que podía haberles traído muchos beneficios pero que se fue al traste: una estación de esquí. De hecho, se puede ver la estructura principal del telecabina, de hormigón, como un esqueleto abandonado al lado de la carretera. Me pregunto si no habrán salido ganando con este fracaso, en el fondo, para mantener un entorno de paz y tranquilidad, que también puede explotarse turísticamente y generar desarrollo... Pero los lugareños son los que mejor conocen las cosas que les tocan, así que uno no puede más que escucharles e intentar ponerse en su lugar.


Etapa 3. Espui-Espot
56km, 1.560m desnivel acumulado, 5h.

Etapa reina de la ruta. Una larga y tendida ascensión por el Coll de Triador hasta la altitud máxima de la Pedals: 2.268m. Hasta ahora había venido haciendo puertecitos más o menos duros por la poca sucesión de llaneo y de pedaleo fluído. Y ahora venía el plato fuerte. Comencé temprano para que no me pillase el toro y tuviese tiempo de sobra hasta Espot, y la ascensión fue bien. En un par de horas había alcanzado la cumbre y dejado atrás una perfecta lección sobre los niveles vegetales de una montaña: empezando en el bosque de robles y caducifolios, pasando por el pinar y los abetos, helechos y coníferas, hasta llegar a la alta montaña. Aquí empezaba el contacto con otra parte de la ruta, la de alta montaña, colinas y picos pelados. Un paisaje extraordinario que para mí es el gran símbolo de los Pirineos. Así llegué al Coll de la Portella llaneando por pista de montaña, con los Pirineos a los pies. Fue sin duda la parte más bonita de la ruta, para mí. Unos buenos kilómetros de fluidez por la falda de las montañas, viendo águilas, buitres, vacas, caballos salvajes y toda una cadena de montañas en el horizonte, sin nada ni nadie alrededor. En completa soledad y escuchando solamente el viento y el batir de las alas a las águilas. Una etapa memorable.

Continué así durante un buen rato, recorriendo las cumbres entre la pista, hasta llegar a la altura de las pistas de esquí de Espot. Ya sólo quedaba bajar hasta allí. ¡Y qué bajada! Aunque por pista, las de los Pirineos no son cosa cualquiera, y se parecen más a un sendero ancho que a un pistón. El simple hecho de descender entre bosque ya lo convertía en un descenso épico, así que disfruté enormemente de las sensaciones de velocidad entre los abetos y las curvas caprichosas de las montañas. El día no podía haber salido mejor. ¡Y además me crucé con un zorro casi llegando a Espot! Qué mejor cosa que ver animalejos yendo en bici...




Etapa 4. Espot-Vielha
64km, 1.320m desnivel acumulado, 6h.

No lo podía creer, pero ya terminaba la ruta. Después de tres días que habían pasado con la misma intensidad que rapidez, aquello se acababa. Pero en fin, quedaba la etapa más larga y me propuse exprimirla al máximo para sacarle todo el jugo. La mañana de Todos los santos refrescaba, pero me puse en marcha, una vez más, saborendo el copioso desayuno que me brindaban. En una hora ya lo tenía digerido, y menos mal, porque empezaba a rodar por senderos y singletracks de categoría. Hasta ahora, el porcentaje de terreno que había recorrido calculo que era un 60% pista (que no quiere decir fácil), 20% carretera y 20% sendero técnico (con bastantes partes no ciclables). Pero hoy el porcentaje de sendero iba a aumentar hasta un 30%. ¡Y qué senderos! A media mañana comencé a adentrarme en el territorio del Parque Nacional de Aigües Tortes, y allí empezó la fiesta. El otoño estaba haciendo estragos en los bosques de hayas y castaños, así que el paisaje era digno de El señor de los anillos. Los senderos de bosque estaban especialmente bonitos, suaves, sinuosos y fluídos gracias a la humedad de estas fechas y la sombra que los cubría. Puedo decir que estos tramos de la ruta fueron los más celebrados junto con los de alta montaña del día anterior. Sólo que estos, además, no se acababan nunca. Era imposible ir a la velocidad que te pedía el cuerpo, porque te perdías la visión del entorno. Pero por otra parte, ¿cómo iba a renunciar a darle caña en uno de los lugares más especiales por los que había montado hasta ahora?


Después de un buen rato de festival senderil, en la más absoluta soledad y el apogeo de los colores otoñales, los senderos se terminaron y volví a las pistas de montaña, atravesando ya el corazón del Parque. Ríos, picos nevados, casas y refugios a un lado, vacas al otro... El paisaje era de estampa suiza, y de hecho me recordaba mucho a los Alpes. Pero no, no estaba en los Alpes sino en los Pirineos. La jornada se estaba haciendo larga y durilla, entre tantos kilómetros, sube y baja, piedras y senderos. Empezaba a hacer fresquito (ese día no me quité la tercera capa en todo el día), y el menú diario que empleaba (barritas) estaban empezando a escasear. Pero todo era tan acojonantemente bonito que me daba igual. Y además sabía que iba sobrado para llegar a Vielha. El último tramo hasta Pla de Beret se me hizo más duro, pero por fin llegué al parking de la estación, y desde allí sólo quedaba BAJAR.

Y efectivamente, la bajada hasta Vielha fue alucinante. La ruta había sido de 10, pero quedaba el remate. La guinda del pastel. Cualquier diseñador de rutas de chichinabo habría bajado por la carretera desde Beret hasta Vielha, pero en una ruta así no se podía terminar de esta forma. Así que la bajada fue la digna gota que colmó el vaso de la diversión. Sendero, pista, senderos, curvas, más pistas, más senderos... no se acababa nunca. Y además, en una de esas, me encontré con unos buenos amigos (y vecinos) de Barcelona en medio de un sendero entre pueblo y pueblo... debieron flipar cuando me vieron con mi cara de felicidad, manchado de barro y sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja.



Y así, a media tarde volvía al punto de partida de la Pedals, habiendo dado la vuelta a una de las zonas más bellas y escondidas de los Pirineos, y con la satisfacción de haber vivido sobre una mountain bike durante esos últimos cuatro días. Creo que eso es lo que más me gusta de un viaje así: la sensación de llevar en una mochila lo necesario para viajar, y tu bici. La cama, la ducha caliente, y el buen yantar son otra cosa, claro. Pero lo esencial consiste en unas pocas cosas, y a veces tienes la suerte de poder llevarlas sobre tu espalda, algunas, y bajo tu culo, la otra.



Hasta la próxima ruta épica...


Ver también:
PDF Etapa I
Pedals de Foc (Intro)

Gracias a PowerBar España y a Pep de Pedals del Mundo por su iniciativa y a Axier, del Hotel Ribaeta por su amabilidad.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapa I)

Etapa 1: Vielha-Abadía de Castellars
53km. 1357m desnivel acumulado. 6h

Km. 0. Frío de cojones.
Las primeras pedaladas de la Pedals fueron frías, dubitativas. El mochilón de 12 o 13kg que llevaba a la espalda no ayudaba a ir fluído, y me sentía un poco más de corcho que habitualmente cuando empiezas a rodar sobre la bici. Sin embargo, los primeros senderos de la ruta empezaron con muy buen pie. Senderos otoñales preciosos bordeando el embalse de Baserca. Ya estaba en territorio de la Ribagorza aragonesa. Los primeros kilómetros de la ruta prometían, por tanto. Pista medio ancha pero agreste, y paisajes espectaculares. Y lo mejor de todo: en 10 minutos había entrado en calor, a pesar de ir la mayor parte de la mañana por umbrías.

A una buena media fui atravesando los pueblos de Forcat, Viñal y Ginaste, donde comenzaba a sellar la credencial de paso de la Pedals, que llevaba en mi roadbook. El roadbook me daba un aire a piloto del Paris-Dakar, con ese artilugio amarrado entre el manillar y la potencia. Me fue obviamente muy útil y no dio problemas en ningún momento.

Los enlaces entre estos primeros pueblos, pequeños y deshabitados a esas horas de un martes cualquiera de otoño, empezaron a sacarme los primeros gritos de entusiasmo. ¡Qué senderos! El sol de la mañana creaba reflejos dorados entre los árboles y los cercados de piedra, y las hojas que tapizaban el suelo crujían como galletas al paso de mis ruedas. El recorrido estaba siendo muy atractivo, con constantes subidas y bajadas pero con recompensas evidentes como eran estos singletracks dorados. ¡Acierto!
Coll de Sant Salvador, ermita.
Desde aquí se veía el Aneto.

Esta primera etapa tuvo dos ascensiones destacadas, ambas adentrándose en bosques preciosos, por lo que era realmente agradable darle a los pedales. También tuve un tramo de pateo y biciempuja interesante, en el Coll de Serreres. Aquí la ruta se juntaba con la Ruta de la Ribagorza Románica, una red de senderos que recorren esta comarca. Pueblos como Iran o Irgo se iban sucediendo, siempre a una altitud de media montaña, en dirección al Valle de Boí, ya dentro de los dominios de Aigües Tortes.

Al final del día me esperaba otra bonita montaña a escalar. Superado el Coll de Sant Salvador había un fantástico descenso por pista divertida prácticamente hasta Malpás. Los nombres de los pueblos me estaban encantando: Iran, Malpás... parecían sacados de películas y sin embargo eran cuatro casas medio deshabitadas. El último reto del día era la subida hasta la Abadía de Castellars, una fantástica masía en lo alto de una montaña, absolutamente perdida y aislada. Empezaban a divisarse pueblos abandonados, lomas peladas típicas de más altitud pirenaica y un olor intenso a vaca, mientras la tarde amenazaba con caer en cualquier momento y esconderse entre las montañas antes de lo previsto. El reciente cambio de hora no jugaba a mi favor, y no podía distraerme mucho si quería llegar a los finales de etapa a una hora prudencial. Durante todo el día había hecho una temperatura perfecta y agradable, pero entre el sol y la sombra había una diferencia de 5º como mínimo. Eso significaba que al ponerse el sol no habría más de 7º u 8º de temperatura.
La tarde cae sobre las montañas, y yo calentito.

De todas formas, llegué sobrado de tiempo. Creo que la llegada a la Abadía de Castellars esa primera etapa, el descanso, el clinic de media tarde con cervecitas y la impresionante cena que cocinó la gran Teresa para mi, el único huésped del día en aquel paraje remoto, fueron el final perfecto para el primer día de Pedals. Y también para romper el hielo con la historia. Todo había ido más que bien. Tenía los dedos de los pies que apenas podía caminar por culpa de las zapatillas pequeñas, pero el día había sido para enmarcar. Un 10.

Y esto sólo estaba empezando.

martes, 5 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (I)


"O sea, que sí hay gente a la que le tocan los concursos". Eso me decía el taxista que me llevaba en la furgoneta desde Vielha hasta la entrada del túnel. "El túnel del tiempo", como él lo llamaba, que une o separa el Valle de Arán de la comarca de Ribagorza, entre Lérida y Huesca, en el corazón de los Pirineos. Notaba un poco de sana envidia en él, aunque con el día que se había levantado se diría que prefería quedarse conduciendo de un lado a otro del valle, con la cazadora puesta y al calor de la calefacción de la furgoneta. Eran las 8:30 de la mañana y las nubes habían ocupado la cara norte del valle, el lado de Vielha, dejando una estampa más invernal que otoñal. A estas alturas del año y en estas altitudes de los Pirineos, ya casi debería estar nevando. Sin embargo, los primeros fríos sólo habían empezado a asomarse. Y precisamente habían elegido el día en que yo comenzaba la Pedals de Foc.

Gracias a los amigos de PowerBar había ganado una invitación a hacer la Pedals de Foc en 4 días a través de un concurso fotográfico. Las fechas que proponían, a priori, no eran las más apetecibles. Finales de octubre y principios de noviembre. De hecho, yo iba a ser el último inscrito en la ruta por esta temporada. El 1 de noviembre se cerraba oficialmente la posibilidad de contratar la Pedals por este año. Sin embargo, al final no hice más que celebrar haber elegido estas fechas para hacerla. Por una sola razón: el otoño.

Sí, el otoño en los Pirineos y en bici era una asignatura pendiente en mi historial delictivo. Igual que volver a las sensaciones de enfrentarse a una ruta en solitario. La última vez había sido en Túnez, 2006. Siete años en los que he estado alejado de esos viajes de aventura, de esa mezcla de excitación y acojone que produce encarar lo desconocido, ya sea el desierto o la montaña. Un buen tiempo sin saber lo que es dar la primera pedalada de muchas, siendo consciente del mogollón de kilómetros que tienes por delante, las montañas que tendrás que subir, las situaciones de todo tipo que tendrás que lidiar, el sufrimiento que soportar y, también, las recompensas que obtener.

Una ruta en bici y en solitario es siempre una idea descabellada y ridícula, y por eso mismo absolutamente adictiva. Una vez que surge de tu cabeza no puedes dejarla en paz hasta que no la consumas, te metes en ella hasta el fondo, te domina primero, la dominas después, y finalmente la superas. Entonces ya estás curado, y empiezas a buscar la siguiente.

Ese día, a las 8:30 de la mañana, lo último que me apetecía era enfrentarme a los 5º y el cielo turbio de Vielha. Tampoco me apetecía ponerme unas zapatillas SPD que no eran las mías, ya que me las había dejado en casa (ERROR). Afortunadamente, el bueno de Axier del Hotel Ribaeta me había dejado las suyas (ACIERTO), con el pequeño hándicap de que eran dos tallas más pequeñas que mi pie. La noche anterior pusieron en la tele la película "127 horas". Esa en la que un chaval queda atrapado en la montaña yendo de excursión él solo con la bici. ¿Y si me perdía en un valle sin cobertura? ¿Y si me caía por un barranco? Hace dos años me perdí en el monte por primera vez y no me gustó nada la experiencia... ¿Estaba recibiendo señales para que no hiciera esta ruta?

Racionalmente, no me apetecía nada de aquello. Y sin embargo algo me decía que todo iba a salir bien, otra vez. Que a pesar de que lloviera aquel día e hiciera frío y fuese temprano, el resto de la semana iba a hacer bueno, que iba a ver bonitos paisajes, y que iba a merecer la pena el esfuerzo de superar 5.500m de desnivel acumulado en cuatro días y 225 km.

Todo gran viaje presenta sus pequeños grandes miedos, y todo gran viaje comienza con un pequeño paso.

Fue atravesar "el Túnel del Tiempo" de Vielha y disiparse las nubes. Un espléndido día se abría paso y un magnífico viaje comenzaba.