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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Las montañas de Sarajevo

En días como hoy, sobrios y grises, me acuerdo de un país que visité hace cinco años (¡cinco años ya!) y que me dejó una gran huella. Sí, también Irlanda, pero en esta ocasión hablo de un lugar que pasó por una de las guerras civiles más crueles y violentas que han existido en la historia reciente. Hablo de Bosnia Hercegovina.

Este post no tiene mucho que ver con las bicis pero sí con el deporte. En unos días en los que la muerte de Nelson Mandela ha conmocionado al planeta, es bueno recordar una de las muchas ideas que el líder de la lucha anti-apartheid dejó como inspiración para la posteridad: "el deporte tiene el poder de transformar el mundo". Mandela y su visión de una Sudáfrica unida quedó plasmada en la copa del mundo de rugby de 1995, en la famosa historia de cómo convirtió a los Springboks, el equipo nacional de un deporte de blancos, en el equipo de todo un país. No hay muchos ejemplos tan claros de cómo el deporte ha sido capaz de unir a un pueblo y de impulsar valores de convivencia, igualdad y solidaridad. Y puede que tardemos mucho tiempo en ver otros así.

En Sarajevo tuvieron lugar, en 1984, los juegos olímpicos de invierno. Recuerdo perfectamente, con mis escasos 8 añitos, la ceremonia de inauguración de aquellos juegos. Yo no sabía lo que era aquello, ni en qué consistían esos extraños deportes que se practicaban en la nieve, pero me pareció un acontecimiento importante. Años más tarde pude ver con mis propios ojos lo que quedaba de aquellos juegos olímpicos. Las preciosas montañas de Bjelasnica forman una pequeña sierra que domina Sarajevo, y en el año 84 fueron el escenario de algunas competiciones, como los saltos o el esquí alpino. Pero durante el asedio de Sarajevo, entre 1992 y 1996, esas montañas también fueron el lugar desde donde las tropas serbias bombardeaban la ciudad a placer. Como si tuvieran una maqueta de trenes a sus pies. Los restos de aquellas instalaciones, los hoteles, resorts, las mismas plataformas de saltos de esquí, siguen en pie hoy en día como un eco que no se ha marchado, y se mezclan con el esbelto paisaje de abetos, pinos y silencio. Permanecen en el mismo sitio, pero abandonadas por el paso del tiempo, y con el añadido de unas cuantas cicatrices. Muchas. Metralla, agujeros de bala, bombas y restos de trincheras por todas partes. Lo que un día fueron instalaciones deportivas, el símbolo de Yugoslavia y del olimpismo, tuvieron una segunda e inesperada vida como baterías ofensivas en una espantosa guerra civil. Mucho peor destino que el complejo olímpico de Atenas 2004, hoy en estado de total abandono...

Traigo esta historia a propósito de un poster que recuperé el otro día. Un poster que me dieron en el estadio olímpico de Sarajevo y en el que venían dibujadas todas las instalaciones de los juegos, como el plano de una estación de esquí, con ese aire ingenuo de las gráficas de los años 80. Y me vino a la mente el silencio y la paz que había en aquellas montañas, y en realidad en toda la querida Sarajevo. Esas montañas lo mismo albergaron a deportistas de todos los países, en unos juegos olímpicos de invierno en un lejano 1984, como sirvieron de mirador turístico para que los tanques y los morteros mataran a cientos de personas, unos años más tarde. Las mismas montañas y sus árboles siguen allí, impasibles y eternas, neutrales, quizás esperando que otras personas lleguen y hagan con ellas lo que realmente deberían hacer, que es utilizarlas para la vida.

Dicen los sabios que la vida y la muerte son la misma cosa, dos caras de una misma realidad. Que ambas conviven entremezcladas en el día a día desde el inicio de los tiempos. Quizás el deporte, como decía Mandela, tenga el poder que no tienen los políticos para unir, dignificar y querer a las personas. Pero para eso creo que antes es necesario saber mirar a los árboles, escuchar a las montañas y darse cuenta de que ellos estarán ahí siempre. Nosotros y nuestras ridículas preocupaciones, no estamos más que de paso.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Las 26" no están muertas


Cotic Bikes Presents #26aintdead from Steel City Media on Vimeo.

Periódicamente, las marcas de bicis y de componentes intentan impulsar las ventas. Es ley de mercado. Hay periodos en los que se estancan las tecnologías y con ello las ventas. Pero hay que mantener la demanda de nuevos productos, y para ello de vez en cuando hay que sacar al mercado una innovación, una nueva tecnología, algo que impulse a los usuarios a renovar su parque de bicis, horquillas... o ruedas.

Las bicis de 29 pulgadas llevan entre nosotros dos o tres temporadas de forma masiva. En realidad, Gary Fischer ya inventó las ruedas de 29" en 1981, y algunas marcas tontearon con este formato en algunos prototipos durante muchos años. Pero claro, en aquel momento no había quien tosiera a las ruedas de 26". Era impensable sencillamente plantear un formato de 29.

Con el paso del tiempo y la evolución vertiginosa de las bicis en los últimos 10 años, se crean nuevas necesidades para el usuario. Nuevas posibilidades de formatos. Y en estas circunstancias sí que encajan las 29". Ahora bien, ¿en qué casos, en qué usuarios y para qué uso interesa utilizar una 29?

En mi opinión, y habiendo probado alguna que otra 29" de enduro, all mountain y cross-country, me parece claro que las 29" tienen muchas ventajas en un uso cross-country y marathon. Y tienen menos ventajas en un uso enduro (que ahora las 27,5" están solucionando). En resumidas cuentas, las 29" tienen sentido y ya son prácticamente insustituibles en un uso cañero de XC. Rodadores, pros del XC, etc... ya no se plantean otra cosa que no sea una 29". Lo mismo para usuarios medios-principiantes, pues la comodidad y seguridad de una 29" no la tiene una 26". Y también son recomendables para el enduro y all mountain, porque una 29" aporta una inercia y estabilidad muy necesaria para trialeras y terrenos complicados.

Pero cuidado. El aluvión del marketing está convirtiendo a las 29" en las nuevas "bicis para todo", "la bici perfecta"... ¿Alguien ha oído estas palabras anteriormente? Yo sí, muchas, demasiadas veces. Y siempre se ha demostrado que la bici perfecta o la bici ideal sencillamente no existe. Creo que lo dijeron hace poco Scot Nicol o Hans Heim, de Ibis. "No existe una bici que lo haga todo bien". Cada bici, cada uso y cada usuario tiene unas necesidades y unos gustos. Por tanto, cuantas más opciones y posibilidades de configurar una bici existan, mejor. Más cerca estaremos de esa bici "perfecta" que existe para cada uno. Pero que no nos quieran vender la moto, otra vez, de que las 29, las 27,5 o las 26 son la bici definitiva. Las marcas están dejando de lado, descaradamente, a las 26". En sus catálogos los modelos tope de gama son los de 29 o 27,5. Las 26 sólo ocupan las gamas bajas y el descenso...

Por eso es muy de agradecer vídeos como este: ¡las 26" no están muertas! (todavía...) Y seguirán dando guerra, aunque sea como bici clásica, vintage y old school. Al final, lo más admirado y lo más cool es siempre lo clásico, y los Mustang cotizados son los del 68. Lo más nuevo no siempre es lo mejor...

viernes, 29 de noviembre de 2013

Fotos

I Enduro Pineda de Mar. Octubre 2013.
Esta semana no me apetece escribir ni contar nada, así que pongo unas fotos que me sacaron en el enduro de Pineda. Una carrerita divertida que organizó el club de MTB de Pineda de Mar. Una lástima que los controles no funcionaran bien y no hubiera lista de resultados. Una prueba compleja como es un enduro, con 5 tramos cronometrados y otros tantos neutralizados, necesita un buen sistema de célula o de medición de cronos. Pero a la próxima seguro que lo harán un poco mejor.

Por lo menos lo pasé bien y creo que hice unas buenas bajadas para terminar la temporada endurera...


jueves, 21 de noviembre de 2013

Días de té y manta

En la BCN-Sitges por el Garraf.
El frío y la lluvia han irrumpido. Por fin, pero súbitamente, parece que el invierno ha llegado con todas las ganas, y con él una cierta pereza para salir a la montaña. Al menos hasta que me aclimate a la nueva estación, después de tantos meses de buen tiempo. Sí, es fácil poner excusas de todo tipo para retardar la apertura oficial del invierno. Pero bueno, en mi caso este año me apetece descansar un poco después de la Pedals, que ha sido como el broche final (otra vez) de la temporada. Y que no me apetece salir con frío, qué demonios. Creo que hay que saber escuchar al cuerpo y si ahora pide descanso, hay que respetarlo. Ya le apetecerá rock and roll. Y si no, cuando me canse de descansar, le meteré caña. Pero todo a su tiempo.

Mientras tanto hay un buen montón de cosas por hacer, como una pedalada de carretera junto a la Federación Catalana de Ciclismo. La clásica Barcelona-Sitges por la carretera del Garraf, para reivindicar entre otras cosas la seguridad vial de los ciclistas. Me lo pasé fenomenal con mi singlespeed, y no se me ocurre mejor manera de flirtear con la carretera que haciendo este tramo, cortado al tráfico y con toda la carretera para los más de 2.000 ciclistas que seríamos aquel día. Divertido.

Y más cosas: leer y ver películas. Tres grandes recomendaciones en estos días, relacionadas con la montaña.

1. Kilian Jornet.

Un chaval que vive semanas enteras en una caravana   en los alpes franceses. Entrena, corre por la montaña, gana ultratrails y bate todos los récords. Es el número 1 mundial. Austero, espartano. El chaval se llama Kilian Jornet. Un tipo que ha convertido los maratones de montaña en deporte de masas. Pues es un caso parecido a Josef Ajram: o le admiras o le odias. No son personas que pasan desapercibidas por el mundo. Quizás no son comparables entre sí, y yo no soy quien para juzgar a deportistas ni a nadie, pero lo que me transmite Jornet es la imagen de un chaval que vive por la montaña y nada más. Sencillo, humilde, taciturno incluso. Un ermitaño. Un tipo que en España lo consideramos un freak, pero que simplemente es coherente con lo que piensa y lo que hace. Este programa de TV3, El Convidat, hizo hace un tiempo un interesante reportaje con Kilian Jornet. Lo vi de casualidad, y me gustó. Inspiracional.

2. La araña blanca.
Regalo por mi último cumpleaños. La crónica de la ascensión al Eiger de Heinrich Harrer. Casi una obsesión para mi, que por fin me he puesto a leer y a desmenuzar. Parece increíble por las penalidades que pasaron los cuatro alpinistas en 1938 para ascender la cara norte del Eiger, tras varios intentos fracasados de ascensiones anteriores. El relato de los que intentaron subir la montaña antes que ellos es dramático y desolador. Ponerse en la piel de esos chavales, del frio, el miedo, el sufrimiento que pasaron, saber que iban a morir en una montaña, solos y abandonados a su suerte... Para mi la montaña es capaz de generar las tragedias más duras y las hazañas más impresionantes del ser humano. Es un sitio donde se ponen a prueba verdaderos límites: amistad, compañerismo, capacidad de sufrimiento, determinación. Elegir opciones.

"Ciertamente, el ser humano es pequeño y no esencial dentro de la naturaleza, pero forma parte de ella. Entonces ¿se debe respetar menos a quien se coloca en el centro de la naturaleza que a aquel que únicamente disfruta del espectáculo resguardado de todo peligro y tempestad? Es cierto que hasta los ridículos gusanos perciben que los témpanos se pueden desprender. Pero también es cierto que han aprendido a observar dónde y cuándo puede suceder esto. Y no son sordos, también ellos escuchan la lengua de la gran montaña. Sin embargo, entienden esa lengua y la interpretan de manera diferente a la de los plácidos observadores".

3. Tocando el vacío.
Por último, una película. Un documental excelente y un resumen de todo esto, de la montaña. La dramática, angustiosa, expedición de Joe Simpson y Simon Yates a un pico de los Andes peruanos, filmada de forma magistral por Kevin McDonald (El último rey de Escocia). Una de las películas sobre alpinismo que más me han impresionado, por no decir la que más. Son casos extremos, obviamente, que conforman la épica de un deporte tan incomprendido como criticado, del que muchos hablan y pocos han experimentado (yo el primero), pero dan una idea de lo que puede llegar a significar la montaña y pone en perspectiva muchos valores y conceptos comunes a todos los que la amamos y respetamos.


Enlace a la película: http://www.youtube.com/watch?v=oBJ31YnURg8




...y con esto y un bizcocho... a disfrutar del invierno, ¡un rato con una manta en casa y otro rato en la montaña al aire libre!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapas II, III y IV)

Etapa 2: Castellars-Espui
42km, 1.308m desnivel acumulado, 4h 30.

El despertar del segundo día fue excelente. Descansado y recuperado, y tras un fantástico desayuno, me subí a la bici con algo de pereza porque comenzaba la etapa subiendo. Y de qué manera. Lo que quedaba de la subida del Col del Salvador era una pista de piedra suelta bastante incómoda y puñetera, pero la superé sin demasiados problemas. El cuarto punto de control estaba en Les Esglèsies, donde me tomé un cafetito mañanero mientras charlaba con la simpática viejecita dueña del hostal. El día era magnífico, de sol radiante, y quedaban un par de subidas rompepiernas de media montaña hasta llegar a la dificultad de la jornada: el Coll de Pemir. Para llegar hasta el valle siguiente había que dejar la pista de travesía pirenaica y unirla con la pista del otro valle, a través de una zona que en el mapa figuraba como no-ciclable y que me generaba algunas dudas. Esperaba no perderme, pero al final ese tramo a pie resultó ser bastante fácil de seguir y pude enlazar la ruta perfectamente. Además, el paisaje era precioso y estaba en constante cambio de terreno y de vegetación.


Sin más contratiempos y disfrutando de unos buenos tramos de fluidez, me presenté en el final de etapa antes de lo previsto. Espui, un pequeño pueblo de la comarca del Pallars-Sobirá, vecina del Valle de Arán. Una comarca que noté bastante decepcionada por ver cómo la mayoría de los turistas se quedan en el vecino y famoso valle, y que tenían un proyecto que podía haberles traído muchos beneficios pero que se fue al traste: una estación de esquí. De hecho, se puede ver la estructura principal del telecabina, de hormigón, como un esqueleto abandonado al lado de la carretera. Me pregunto si no habrán salido ganando con este fracaso, en el fondo, para mantener un entorno de paz y tranquilidad, que también puede explotarse turísticamente y generar desarrollo... Pero los lugareños son los que mejor conocen las cosas que les tocan, así que uno no puede más que escucharles e intentar ponerse en su lugar.


Etapa 3. Espui-Espot
56km, 1.560m desnivel acumulado, 5h.

Etapa reina de la ruta. Una larga y tendida ascensión por el Coll de Triador hasta la altitud máxima de la Pedals: 2.268m. Hasta ahora había venido haciendo puertecitos más o menos duros por la poca sucesión de llaneo y de pedaleo fluído. Y ahora venía el plato fuerte. Comencé temprano para que no me pillase el toro y tuviese tiempo de sobra hasta Espot, y la ascensión fue bien. En un par de horas había alcanzado la cumbre y dejado atrás una perfecta lección sobre los niveles vegetales de una montaña: empezando en el bosque de robles y caducifolios, pasando por el pinar y los abetos, helechos y coníferas, hasta llegar a la alta montaña. Aquí empezaba el contacto con otra parte de la ruta, la de alta montaña, colinas y picos pelados. Un paisaje extraordinario que para mí es el gran símbolo de los Pirineos. Así llegué al Coll de la Portella llaneando por pista de montaña, con los Pirineos a los pies. Fue sin duda la parte más bonita de la ruta, para mí. Unos buenos kilómetros de fluidez por la falda de las montañas, viendo águilas, buitres, vacas, caballos salvajes y toda una cadena de montañas en el horizonte, sin nada ni nadie alrededor. En completa soledad y escuchando solamente el viento y el batir de las alas a las águilas. Una etapa memorable.

Continué así durante un buen rato, recorriendo las cumbres entre la pista, hasta llegar a la altura de las pistas de esquí de Espot. Ya sólo quedaba bajar hasta allí. ¡Y qué bajada! Aunque por pista, las de los Pirineos no son cosa cualquiera, y se parecen más a un sendero ancho que a un pistón. El simple hecho de descender entre bosque ya lo convertía en un descenso épico, así que disfruté enormemente de las sensaciones de velocidad entre los abetos y las curvas caprichosas de las montañas. El día no podía haber salido mejor. ¡Y además me crucé con un zorro casi llegando a Espot! Qué mejor cosa que ver animalejos yendo en bici...




Etapa 4. Espot-Vielha
64km, 1.320m desnivel acumulado, 6h.

No lo podía creer, pero ya terminaba la ruta. Después de tres días que habían pasado con la misma intensidad que rapidez, aquello se acababa. Pero en fin, quedaba la etapa más larga y me propuse exprimirla al máximo para sacarle todo el jugo. La mañana de Todos los santos refrescaba, pero me puse en marcha, una vez más, saborendo el copioso desayuno que me brindaban. En una hora ya lo tenía digerido, y menos mal, porque empezaba a rodar por senderos y singletracks de categoría. Hasta ahora, el porcentaje de terreno que había recorrido calculo que era un 60% pista (que no quiere decir fácil), 20% carretera y 20% sendero técnico (con bastantes partes no ciclables). Pero hoy el porcentaje de sendero iba a aumentar hasta un 30%. ¡Y qué senderos! A media mañana comencé a adentrarme en el territorio del Parque Nacional de Aigües Tortes, y allí empezó la fiesta. El otoño estaba haciendo estragos en los bosques de hayas y castaños, así que el paisaje era digno de El señor de los anillos. Los senderos de bosque estaban especialmente bonitos, suaves, sinuosos y fluídos gracias a la humedad de estas fechas y la sombra que los cubría. Puedo decir que estos tramos de la ruta fueron los más celebrados junto con los de alta montaña del día anterior. Sólo que estos, además, no se acababan nunca. Era imposible ir a la velocidad que te pedía el cuerpo, porque te perdías la visión del entorno. Pero por otra parte, ¿cómo iba a renunciar a darle caña en uno de los lugares más especiales por los que había montado hasta ahora?


Después de un buen rato de festival senderil, en la más absoluta soledad y el apogeo de los colores otoñales, los senderos se terminaron y volví a las pistas de montaña, atravesando ya el corazón del Parque. Ríos, picos nevados, casas y refugios a un lado, vacas al otro... El paisaje era de estampa suiza, y de hecho me recordaba mucho a los Alpes. Pero no, no estaba en los Alpes sino en los Pirineos. La jornada se estaba haciendo larga y durilla, entre tantos kilómetros, sube y baja, piedras y senderos. Empezaba a hacer fresquito (ese día no me quité la tercera capa en todo el día), y el menú diario que empleaba (barritas) estaban empezando a escasear. Pero todo era tan acojonantemente bonito que me daba igual. Y además sabía que iba sobrado para llegar a Vielha. El último tramo hasta Pla de Beret se me hizo más duro, pero por fin llegué al parking de la estación, y desde allí sólo quedaba BAJAR.

Y efectivamente, la bajada hasta Vielha fue alucinante. La ruta había sido de 10, pero quedaba el remate. La guinda del pastel. Cualquier diseñador de rutas de chichinabo habría bajado por la carretera desde Beret hasta Vielha, pero en una ruta así no se podía terminar de esta forma. Así que la bajada fue la digna gota que colmó el vaso de la diversión. Sendero, pista, senderos, curvas, más pistas, más senderos... no se acababa nunca. Y además, en una de esas, me encontré con unos buenos amigos (y vecinos) de Barcelona en medio de un sendero entre pueblo y pueblo... debieron flipar cuando me vieron con mi cara de felicidad, manchado de barro y sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja.



Y así, a media tarde volvía al punto de partida de la Pedals, habiendo dado la vuelta a una de las zonas más bellas y escondidas de los Pirineos, y con la satisfacción de haber vivido sobre una mountain bike durante esos últimos cuatro días. Creo que eso es lo que más me gusta de un viaje así: la sensación de llevar en una mochila lo necesario para viajar, y tu bici. La cama, la ducha caliente, y el buen yantar son otra cosa, claro. Pero lo esencial consiste en unas pocas cosas, y a veces tienes la suerte de poder llevarlas sobre tu espalda, algunas, y bajo tu culo, la otra.



Hasta la próxima ruta épica...


Ver también:
PDF Etapa I
Pedals de Foc (Intro)

Gracias a PowerBar España y a Pep de Pedals del Mundo por su iniciativa y a Axier, del Hotel Ribaeta por su amabilidad.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (etapa I)

Etapa 1: Vielha-Abadía de Castellars
53km. 1357m desnivel acumulado. 6h

Km. 0. Frío de cojones.
Las primeras pedaladas de la Pedals fueron frías, dubitativas. El mochilón de 12 o 13kg que llevaba a la espalda no ayudaba a ir fluído, y me sentía un poco más de corcho que habitualmente cuando empiezas a rodar sobre la bici. Sin embargo, los primeros senderos de la ruta empezaron con muy buen pie. Senderos otoñales preciosos bordeando el embalse de Baserca. Ya estaba en territorio de la Ribagorza aragonesa. Los primeros kilómetros de la ruta prometían, por tanto. Pista medio ancha pero agreste, y paisajes espectaculares. Y lo mejor de todo: en 10 minutos había entrado en calor, a pesar de ir la mayor parte de la mañana por umbrías.

A una buena media fui atravesando los pueblos de Forcat, Viñal y Ginaste, donde comenzaba a sellar la credencial de paso de la Pedals, que llevaba en mi roadbook. El roadbook me daba un aire a piloto del Paris-Dakar, con ese artilugio amarrado entre el manillar y la potencia. Me fue obviamente muy útil y no dio problemas en ningún momento.

Los enlaces entre estos primeros pueblos, pequeños y deshabitados a esas horas de un martes cualquiera de otoño, empezaron a sacarme los primeros gritos de entusiasmo. ¡Qué senderos! El sol de la mañana creaba reflejos dorados entre los árboles y los cercados de piedra, y las hojas que tapizaban el suelo crujían como galletas al paso de mis ruedas. El recorrido estaba siendo muy atractivo, con constantes subidas y bajadas pero con recompensas evidentes como eran estos singletracks dorados. ¡Acierto!
Coll de Sant Salvador, ermita.
Desde aquí se veía el Aneto.

Esta primera etapa tuvo dos ascensiones destacadas, ambas adentrándose en bosques preciosos, por lo que era realmente agradable darle a los pedales. También tuve un tramo de pateo y biciempuja interesante, en el Coll de Serreres. Aquí la ruta se juntaba con la Ruta de la Ribagorza Románica, una red de senderos que recorren esta comarca. Pueblos como Iran o Irgo se iban sucediendo, siempre a una altitud de media montaña, en dirección al Valle de Boí, ya dentro de los dominios de Aigües Tortes.

Al final del día me esperaba otra bonita montaña a escalar. Superado el Coll de Sant Salvador había un fantástico descenso por pista divertida prácticamente hasta Malpás. Los nombres de los pueblos me estaban encantando: Iran, Malpás... parecían sacados de películas y sin embargo eran cuatro casas medio deshabitadas. El último reto del día era la subida hasta la Abadía de Castellars, una fantástica masía en lo alto de una montaña, absolutamente perdida y aislada. Empezaban a divisarse pueblos abandonados, lomas peladas típicas de más altitud pirenaica y un olor intenso a vaca, mientras la tarde amenazaba con caer en cualquier momento y esconderse entre las montañas antes de lo previsto. El reciente cambio de hora no jugaba a mi favor, y no podía distraerme mucho si quería llegar a los finales de etapa a una hora prudencial. Durante todo el día había hecho una temperatura perfecta y agradable, pero entre el sol y la sombra había una diferencia de 5º como mínimo. Eso significaba que al ponerse el sol no habría más de 7º u 8º de temperatura.
La tarde cae sobre las montañas, y yo calentito.

De todas formas, llegué sobrado de tiempo. Creo que la llegada a la Abadía de Castellars esa primera etapa, el descanso, el clinic de media tarde con cervecitas y la impresionante cena que cocinó la gran Teresa para mi, el único huésped del día en aquel paraje remoto, fueron el final perfecto para el primer día de Pedals. Y también para romper el hielo con la historia. Todo había ido más que bien. Tenía los dedos de los pies que apenas podía caminar por culpa de las zapatillas pequeñas, pero el día había sido para enmarcar. Un 10.

Y esto sólo estaba empezando.

martes, 5 de noviembre de 2013

Pedals de Foc (I)


"O sea, que sí hay gente a la que le tocan los concursos". Eso me decía el taxista que me llevaba en la furgoneta desde Vielha hasta la entrada del túnel. "El túnel del tiempo", como él lo llamaba, que une o separa el Valle de Arán de la comarca de Ribagorza, entre Lérida y Huesca, en el corazón de los Pirineos. Notaba un poco de sana envidia en él, aunque con el día que se había levantado se diría que prefería quedarse conduciendo de un lado a otro del valle, con la cazadora puesta y al calor de la calefacción de la furgoneta. Eran las 8:30 de la mañana y las nubes habían ocupado la cara norte del valle, el lado de Vielha, dejando una estampa más invernal que otoñal. A estas alturas del año y en estas altitudes de los Pirineos, ya casi debería estar nevando. Sin embargo, los primeros fríos sólo habían empezado a asomarse. Y precisamente habían elegido el día en que yo comenzaba la Pedals de Foc.

Gracias a los amigos de PowerBar había ganado una invitación a hacer la Pedals de Foc en 4 días a través de un concurso fotográfico. Las fechas que proponían, a priori, no eran las más apetecibles. Finales de octubre y principios de noviembre. De hecho, yo iba a ser el último inscrito en la ruta por esta temporada. El 1 de noviembre se cerraba oficialmente la posibilidad de contratar la Pedals por este año. Sin embargo, al final no hice más que celebrar haber elegido estas fechas para hacerla. Por una sola razón: el otoño.

Sí, el otoño en los Pirineos y en bici era una asignatura pendiente en mi historial delictivo. Igual que volver a las sensaciones de enfrentarse a una ruta en solitario. La última vez había sido en Túnez, 2006. Siete años en los que he estado alejado de esos viajes de aventura, de esa mezcla de excitación y acojone que produce encarar lo desconocido, ya sea el desierto o la montaña. Un buen tiempo sin saber lo que es dar la primera pedalada de muchas, siendo consciente del mogollón de kilómetros que tienes por delante, las montañas que tendrás que subir, las situaciones de todo tipo que tendrás que lidiar, el sufrimiento que soportar y, también, las recompensas que obtener.

Una ruta en bici y en solitario es siempre una idea descabellada y ridícula, y por eso mismo absolutamente adictiva. Una vez que surge de tu cabeza no puedes dejarla en paz hasta que no la consumas, te metes en ella hasta el fondo, te domina primero, la dominas después, y finalmente la superas. Entonces ya estás curado, y empiezas a buscar la siguiente.

Ese día, a las 8:30 de la mañana, lo último que me apetecía era enfrentarme a los 5º y el cielo turbio de Vielha. Tampoco me apetecía ponerme unas zapatillas SPD que no eran las mías, ya que me las había dejado en casa (ERROR). Afortunadamente, el bueno de Axier del Hotel Ribaeta me había dejado las suyas (ACIERTO), con el pequeño hándicap de que eran dos tallas más pequeñas que mi pie. La noche anterior pusieron en la tele la película "127 horas". Esa en la que un chaval queda atrapado en la montaña yendo de excursión él solo con la bici. ¿Y si me perdía en un valle sin cobertura? ¿Y si me caía por un barranco? Hace dos años me perdí en el monte por primera vez y no me gustó nada la experiencia... ¿Estaba recibiendo señales para que no hiciera esta ruta?

Racionalmente, no me apetecía nada de aquello. Y sin embargo algo me decía que todo iba a salir bien, otra vez. Que a pesar de que lloviera aquel día e hiciera frío y fuese temprano, el resto de la semana iba a hacer bueno, que iba a ver bonitos paisajes, y que iba a merecer la pena el esfuerzo de superar 5.500m de desnivel acumulado en cuatro días y 225 km.

Todo gran viaje presenta sus pequeños grandes miedos, y todo gran viaje comienza con un pequeño paso.

Fue atravesar "el Túnel del Tiempo" de Vielha y disiparse las nubes. Un espléndido día se abría paso y un magnífico viaje comenzaba.

viernes, 25 de octubre de 2013

Bici nueva pero antigua

Esta semana he estrenado bici. Después de mucho sopesar, valorar, analizar y buscar excusas para no hacerlo, no encontré ninguna. Todo me conducía a desprenderme de mi noble bici urbana (El Cuervo), que me ha acompañado durante un par de años, y lanzarme a una nueva aventura ciclista. Agradecido por el buenísimo comportamiento de la Univega convertida en singlespeed, buscaba otra cosa. Ruedas grandes, geometría aún más retro. Nos despedimos con mutuo afecto, se la entregué a su nuevo dueño (un chaval de Hong Kong de Erasmus en Barcelona, muy majete) y se queda en buenas manos.

En mi búsqueda de lo esencial, lo sencillo y lo primigenio había llegado a dos opciones. Decantarme por una bici de montaña de 29 pulgadas o por una bici de carretera. Ambas opciones, singlespeed. Porque tengo claro que todo lo que no sean bicis dobles, de montaña pura, no pueden ser más que singlespeed. Al menos es lo que yo busco: bicis simples, cuanto más mejor. Para moverse por la ciudad, para entrenar o pasear. Y además que estéticamente aporten algo, claro.

Así que me he decidido por la opción más rebuscada, pero también la más simple y la más antigua. El antepasado, el neanderthal de las bicis, el fósil redescubierto y reinventado por una marca que, hay que decirlo, es irregular y errática como pocas, pero que mantiene unas líneas y unos principios que nadie más en la industria de la bici mantiene. Kona. Capaz de ser los mejores bestsellers del freeride en los principios de los 2000, morir de éxito y malvivir a base de gamas mediocres en los últimos años, y renacer hace un par de temporadas con maravillas y delicatessen minoritarias como son la Unit o la Honzo.

Mi nueva bici es la Kona Paddy Wagon. Un 42-16 de rueda libre o fixed con la que estoy aprendiendo a montar de nuevo. Con 37 años esta es mi primera bici de carretera (si se puede llamar así), y MOLA.


Me gusta haberme reecontrado con una casa familiar como es Kona. Siempre me ha gustado y es una de las marcas con más personalidad del mercado, a pesar de esos vaivenes que comentaba. Así que nada, a disfrutarla.

Y ahora, este video es una divertida parodia de lo que somos los mountain bikers, manías y actitudes que nos delatan. Muy bueno y bastante acertado. Aunque yo añadiría una cosa más: los pantalones. No se es un auténtico mountain biker sin todos tus pantalones marcados con grasa de cadena o descosidos en la pernera derecha. Es uno de los rasgos que delatan inevitablemente a cualquier biker.










jueves, 17 de octubre de 2013

Iconos del deporte con manual de uso

Hablar de ciertos personajes no merece el esfuerzo. Personajes que intentan llamar la atención y convertirse en productos de marketing, utilizando el deporte para fines personales. Aunque intenten disfrazar estos fines con cosas tan loables en apariencia como "esfuerzo", "superación", "dónde está el límite", etc. (véis por dónde voy, ¿no?). Lo criticable de estos personajes no es que intenten hacer las cosas, o que hagan deporte, o que se esfuercen. Eso está muy bien. Lo que los convierte en payasos de circo es que vendan esos valores y comercien con ellos. Y lo explicaré con argumentos de marketing.


Efectivamente, todo el deporte es un negocio en sí, y no pasa nada. Todo está en venta y todo se compra. Pero hay diferencias, no todo vale. Uno puede "comprar" -identificarse con un valor del deporte, representado en un icono- ciertos productos: puedes comprar a Cristiano Ronaldo, a Sebastian Vettel, a Lance Armstrong... incluso puedes comprar a un tipo que se hace pasar por broker y deportista de resistencia. Cada uno es libre de comprarse lo que quiera y de comulgar con lo que le guste, por supuesto. Pero la publicidad de estos productos suele ser engañosa.

¿Verdad que los productos de consumo habituales cumplen con unas normas de calidad? Hablo de productos y bienes de consumo de supermercado, producto final, retail. Coches, bicis, muebles. En cambio, cuando uno compra un valor, cuando se identifica con un icono del deporte, no hay ningún control de calidad sobre ese producto. Se puede llegar a vender cualquier cantamañanas que le interese a una marca en concreto, en un momento determinado. La gente lo comprará, se identificará con esa imagen, habrá hasta quien lo imite y quiera emularlo, y en definitiva hará con él lo que con cualquier otro producto de consumo en su ciclo de vida.

Yo llamaría a estos iconos "productos de valor". También se llama marketing de celebridades. Son productos de una marca, generalmente. Lance Armstrong, Michael Jordan, gente así. Estos grandes productos son apuestas (arriesgadas) de las marcas por grandes deportistas, y ha habido de todo desde que se inventaron. Desde casos de éxito rotundo, como Michael Jordan, hasta fracasos como Lance Armstrong. A Nike le salió muy bien Jordan y le salió fatal Armstrong. Pero en ese camino hizo un negocio descomunal, por supuesto. Y la gente estuvo satisfecha consumiendo la imagen de estos iconos, que los inspiraban para superarse a sí mismos. Hasta ahí, todo bien.

Pero, ¿quién regula la calidad de los valores que me están vendiendo? A una marca le puede gustar un tipo, lo vende y es legítimo, pero ¿y si sólo es fachada? Eso sería publicidad engañosa, ¿no? Hay infinidad de casos polémicos en este tema. Dennis Rodman, por ejemplo. Shaun Palmer. Deportistas que vendían una imagen de transgresores y eran criticados, pero resulta que luego eran genios en su deporte. Nada que objetar, por tanto. La gente amaba al estrambótico Shaun Palmer y detestaba a Nicolas Vouilloz, un tipo soso y sin sustancia. Las marcas, obviamente, detectan eso y comercian en consecuencia. Venden lo que la gente quiere comprar. ¿Seguro? Las marcas invierten en aquello que quieren vender, y de hecho crean la necesidad de consumir un determinado estereotipo. El deportista de acción no puede ser un soso, debe ser un descerebrado. ¿Por qué no se vendió la imagen Vouilloz ganando 10 mundiales? Porque era mucho más fácil vender el estilo rockstar de Shaun Palmer, por ejemplo.

Por tanto, no es una cuestión de que un deportista sea mejor o peor que otro. No es ni siquiera que uno lleve tatuajes y otro no. No es cuestión de que gane más trofeos o gane menos. Es una cuestión de crear estereotipos, productos e iconos, según el estilo de vida dominante. Es más guay ser Shaun Palmer que Nicolas Vouilloz, pero ¿por qué? ¿Porque hay unas marcas que eligen a ese icono para vender sus valores? Si los deportistas hacen algo es inspirar a la agente, nos orientan sobre dónde están los límites, los retos, pero utilizarlos para transmitir una escala de valores a la sociedad es más arriesgado que los deportes en sí. Por eso decía que no todo vale. Por supuesto, no vale lo fácil. Y fácil es convertir a un tipo que sabe venderse en la imagen de conceptos como "dónde está el límite". Pero, ¿por qué no coger a un tipo cualquiera, a uno de los cientos que corren triatlones hoy en día, que entrenan duro, que se esfuerzan, que tienen el dinero justo para llegar a fin de mes y pagarse sus inscripciones y viajes a las carreras, y los conviertes en iconos? ¿Eso es más difícil, verdad? ¿O por qué no coges un deporte minoritario (casi todos en este país) y patrocinas carreras o competiciones, campeonatos y ligas? Porque es más fácil vender un icono que promocionar un deporte, ¿no?

Por tanto, digamos las cosas por su nombre. El mal marketing vende lo fácil, lo obvio. La imagen, la fachada, sin pararse a pensar qué hay detrás. Si hay algo o si simplemente vale con vender el impacto, desentendiéndose del resultado. ¿Qué servicio post-venta tiene un producto de consumo como un icono del deporte? ¿Alguien me atendería si reclamo que he intentado hacer 7 ironmanes seguidos y me ha dado un infarto?

En fin, que las grandes marcas del deporte utilizan a supuestos deportistas (algunos lo son, otros no) para vender. Pero ¡eh! en el fondo nos hacen un favor a todos, porque prefiero que se utilice la imagen de un producto de consumo como Josef Ajram, a pervertir la imagen de un deportista anónimo que se hace 30 ironmanes en 30 días. O la de nuestro gran campeón del mundo de triatlón, Javier Gómez Noya. Ese tipo sí es un valor de deporte, y ese tipo sí que vende valores auténticos. Porque no vende actitud, ni resultados. No vende nada, y por eso es creíble. El otro tiene que estar ahí para hacer la pose, como un actor, y vendernos algo, dar un mensaje. Eso no lo convierte en una mala persona, obviamente. No se puede odiar a alguien por hacer lo que hace Josef Ajram. Se le puede adorar como a un semidios, se puede pasar de él o se puede mirar hacia otro lado. Pero que alguien explique qué se compra cuando se compra a Josef Ajram. Consumir este tipo de valores debería llevar adjunto un manual de instrucciones, una letra pequeña o algo, para saber de qué estamos hablando. Si hablamos de productos o si hablamos de valores. Y que cada uno consuma a gusto pero sin engaños.


jueves, 10 de octubre de 2013

La calle para el que la trabaja

El pasado fin de semana tuvo lugar el I Descenso Urbano en Barcelona, DUB, un evento organizado por los chicos de Ocisport que en principio iba a celebrarse en la semana de las fiestas de la Mercè, pero que al final se pospuso a mejores fechas y previsiones meteorológicas. La prueba fue un éxito, al menos teniendo en cuenta las inscripciones, afluencia de público y organización en general. Y sobre todo fue un éxito habida cuenta de la NULA, cero, niet, zero difusión que tuvo la prueba desde medios públicos y privados. Es curioso que en la ciudad que se volcó con los X Games hace escasos meses no se preste atención a una prueba que puede convertirse, a poco que triunfe, en un referente nacional. No vamos a decir que el DUB sea como el Lisboa Downtown porque sería mentir, pero sin duda un descenso urbano en una ciudad como Barcelona tiene muchas posibilidades de crecer si encuentra el compromiso de un sponsor.

Roger González en el I Descenso Urbano Barcelona.

En esta edición, el ayuntamiento de la ciudad dio el visto bueno a la prueba propuesta por Ocisport. Y para lo poco que los han ayudado, ha salido fenomenal. Espero que un patrocinador apueste por este formato y que la prueba crezca, porque como dependa del ayuntamiento... El mismo ayuntamiento (o poder público, me da lo mismo) que quiere imponer la normativa de circular con casco por las ciudades y poner multas por alcoholemia a los ciclistas, el mismo que no hace nada para conciliar el uso del vehículo con la bici, que se gasta millones en traer unos X Games y luego no mantiene ningún equipamiento deportivo para modalidades como el dirt, bmx o skate, y el mismo que ocasionalmente sanciona y multa a estos mismos deportes urbanos pero vende suelo público a los grandes equipos de fútbol para financiar su deuda. Deuda que ha contraído malgastando coches oficiales, abandonando (o privatizando) infraestructuras y equipamientos o invirtiendo en eventos, campañas o congresos por intereses descaradamente personales o políticos. De este tipo de ayuntamientos, como de todos en realidad, no podemos esperar nada mientras los que están al mando ignoren a los colectivos a los que afectan cuando toman decisiones. Es decir, a todos.

El uso del espacio público, y esto enlaza con lo anterior, es una de las conquistas sociales que más peligra ahora mismo, desde el punto de vista del activismo y la legitimidad ciudadana. Lo vimos con el movimiento del 15M, el desalojo brutal de manifestantes y acampados pacíficos en la Puerta del Sol, etc. El uso de la calle y del espacio público siempre ha sido parte de los movimientos revolucionarios o de derechos civiles y sociales como el espacio común en el que se pueden y se deben llevar a cabo manifestaciones cívicas de la ciudadanía en cualquiera de sus formas: desde mostrar el desacuerdo de un colectivo con determinadas cosas, hasta practicar cualquier forma de cultura o expresión artística. Siempre que no violente a los demás y se desarrolle en unas formas razonables de civismo. Ciudades como Berlín o Londres han sido históricos ejemplos de espacios públicos amigables con la ciudadanía. Pero desde la contraofensiva neocon de las últimas décadas los espacios públicos están en franco retroceso, aquí y en todas partes. El nuevo pecado capital que han inventado los poderosos es que la calle es sagrada, es el santuario de la democracia y el pensamiento único, y no se puede dejar en manos de la chusma. ¿Una democracia para el pueblo? ¡Dónde se ha visto eso!

Bansky
Por eso, ante el avance del ejército de Sauron y sus malolientes orcos, hay que proponer contraofensivas creativas. Mientras ocupemos los espacios públicos y no se adueñen de todo, hay esperanza. Por eso hay que seguir apoyando el skate, los músicos y artistas de la calle, la manifestación, el flautista, el partido de fútbol espontáneo... y por supuesto las bicis en cualquiera de sus formas. Laissez faire, laissez passer. Libres, cívicos y solidarios. ¿Una utopía? No creo, "it's easy if you try". Las revoluciones empiezan por uno mismo.

jueves, 3 de octubre de 2013

Sobre Lauda y Hunt

La Formula 1 siempre ha sido un deporte apasionante para mi. De niño solía ver las carreras por la tele con mi padre, ya desde los tiempos de Fittipaldi, que era el mito a batir en esos años. Keke Rosberg, Jacques Laffitte, Jacky Ixx o Didier Pironi fueron los primeros pilotos de F1 de los que oí hablar. Por supuesto, para un niño aquellos tipos eran héroes que llevaban bólidos con los que yo jugaba, los gladiadores de la velocidad. Unos superhombres por encima del bien y del mal. Años más tarde me olvidé por completo de la Formula 1, sobre todo en los años de la dictadura de Schumacher y cuando la tecnología y los presupuestos desorbitados empezaron a dejar de lado a los pilotos y a centrarse en la pasta.

Hace unos años, desde que Fernando Alonso está donde está, he vuelto a aficionarme a las carreras, al espectáculo y a lo que simbolizan esos tíos, que no es otra cosa que la historia viva del automovilismo. Pero sobre todo, a admirar a aquellos tipos, muchos de ellos ya muertos, otros lisiados. Y también a aquellos artefactos de velocidad y riesgo "a pelo".

Recién vista Rush, la película sobre James Hunt y Niki Lauda, me he reecontrado con aquella época. Cuando los pilotos se dejaban las manos cambiando las marchas, cuando el estilo de pilotaje de cada uno no lo tapaban los controles de tracción ni los difusores, y cuando la Formula 1 era un deporte de ricos, de playboys y de melenudos adictos al riesgo. James Hunt y Niki Lauda fueron los máximos rivales de la F1 durante 1975 y 1976, y además tenían dos estilos absolutamente opuestos. Hunt era el estereotipo de niño bien británico, guapo, juerguista, con carisma y con un estilo salvaje. Un rockstar. Nada que ver con ese austríaco feo, metódico, cuadriculado y obsesivo de la mecánica, también forrado de billetes heredados, que había comprado su sitio en Ferrari a base de talonario. En lo único que ambos coincidían era en su ambición por ganar. Eso, y que ambos corrían como demonios, aunque Lauda lo hacía calculando porcentajes y Hunt después de tomarse un whisky.

Son dos estilos de vida ante el deporte, o dos estilos de deporte ante la vida. El uno, indudablemente atractivo... ¿a quién no le gusta sentirse el puto amo de vez en cuando? Ser el rey del mambo, el guaperas-forrado que además es un crack en lo suyo... Pero el otro, sin ser quizás atractivo, es más real. De carne y hueso (nunca mejor dicho). No serás el más guapo ni el más deseado, pero sigues siendo el puto amo porque ganas con la cabeza. El otro gana con el corazón. Pero, ¿Niki Lauda ganaba sólo con la cabeza? Lo dudo, porque cuando se quemó el cuerpo en Nürburgring, seguro que la cabeza le decía "no vuelvas a subirte a ese coche en la vida", y sin embargo a los 30 días volvió a correr un Gran Premio y quedó cuarto. Eso con la cabeza no lo consigues. Lo consigues con el corazón. O con cojones. O con ambas cosas.

Ahora, en la era de los deportistas de laboratorio, las actitudes de aquellos años están mal vistas. Como Raikkonen, que se toma una cerveza después de ganar un Gran Premio y sale en todas las televisiones. "Oh, se ha tomado una cerveza". ¡Lo que tendría que tomarse es una caja! Los patrocinadores quieren pilotos-anuncio que no den problemas, que se cuiden y sean estables, para que los titulares y los flashes los ocupen las marcas. El capital. La personalidad y el estilo son bienes cada vez más escasos en estos tiempos. Pero estoy seguro de que la mayoría de los pilotos actuales se cagarían en el mono de carreras si tuvieran que coger los coches que llevaban Lauda, Hunt y compañía en esos años.

En definitiva, viva el estilo de cada uno y muerte al capital.


jueves, 26 de septiembre de 2013

El Real Madrid del mountain bike

Hay marcas, equipos, símbolos, a los que uno puede profesar simpatía, indiferencia o aversión. Son opciones, gustos determinados, y por tanto a menudo no hay explicación racional a ellas. Te gusta un equipo de fútbol y no otro por simpatía, porque te identificas con unos valores que crees ver en él, por afinidad, por tradición familiar, etc. Son motivos subjetivos, personales. Normalmente, nadie va a argumentar que es seguidor de un equipo de fútbol porque las alineaciones y la técnica de los jugadores es la más acorde a su criterio o la más eficiente para conseguir victorias. Uno simpatiza con algo y tiene ese tipo de afiliaciones por motivos emocionales, irracionales, incomprensibles. Porque sí, y punto. Como el famoso spot del Atleti.

De la misma forma, uno tiende hacia una marca de coche u otra no por razones técnicas, en la mayoría de los casos. Hoy en día la tecnología en los automóviles es sustancialmente similar. En el fondo se trata de un artefacto con cuatro ruedas para meter cosas y transportarse, no nos engañemos. Eso lo sabían bien en la antigua RDA con los Wartburg Trabant. Lo que nos hace decantarnos por un modelo u otro son básicamente tres cosas, en mi opinión: el precio, las prestaciones y la marca. Y de estas tres, la más importante, para mi, es la marca. Porque cuando existe una variedad de productos genéricamente similares entre sí (ya sean coches, teléfonos móviles, pantalones vaqueros o gafas de sol), al final lo que más peso tiene en la decisión de compra es la marca. O para ser más exactos, la confianza. Un producto de marca blanca, por muchas prestaciones o buen precio que tenga, si no transmite confianza no lo compraremos. A similares niveles de confianza entre marca blanca y marca, lo más seguro es que elijamos en función del precio o las prestaciones. Pero sin confianza, sin esperanza de cumplir expectativas, no hay debate posible.

Sin entrar demasiado en teorías de marketing ni historias, lo que se suele simplificar con el término "marca" en realidad hay que entenderlo como "confianza", como expectativa de satisfacción, como identificación o reconocimiento de una serie de valores. Y eso es, precisamente, una cuestión subjetiva.

Una marca (un producto) es un nombre, un símbolo, pero también es una proyección de la personalidad del consumidor. Cada uno nos relacionamos con una serie de marcas por el simple hecho de que consumimos cosas, aunque no queramos. Incluso si se rehúye de las marcas como opción personal y militante, cada uno tenemos un ránking interno de marcas globales y locales que nos mueven a consumir, ya sea evitando las marcas o buscando las que nos gustan. Pero el mapa interno de las marcas existe en una sociedad de consumo como la nuestra.

Hablamos de productos que socialmente están considerados como objetos personales: aquellos que definen en cierta forma los gustos y la personalidad del que los posee o no los posee (siempre nos estamos definiendo en función de las marcas o no-marcas). Por ejemplo: coche, teléfono, ropa, etc. Y también bicicletas.

En el terreno de las bicicletas y las marcas, hay una en particular a la que quiero referirme hoy. Una que ha creado tendencia, ha marcado la historia reciente del ciclismo de montaña a nivel mundial y buena parte de la industria generalista de la bici. Es una marca importantísima, de peso, que realiza enormes inversiones en investigación y desarrollo de producto, en marketing, en ventas y en competición. Una marca que ha acaparado páginas y páginas de pruebas de producto en las revistas españolas, seguidas por páginas enteras de publicidad, curiosamente anunciando ese mismo modelo de prueba. Una marca que ha creado legiones de fans (y legiones de detractores), y que inventó el término "tienda de marca", donde el usuario podía degustar toda la gama de productos de la marca en un único espacio. Una marca caracterizada por un símbolo y que me recuerda mucho al Real Madrid.

Por varias cosas. Una, porque veo ambos logotipos en multitud de productos. En el caso del Real Madrid, en productos tan variopintos como unas zapatillas de andar por casa, una toalla de playa, una sombrilla, mecheros, relojes, bolsas de viaje... hasta camisas he visto con el escudo del Real Madrid. En el caso del fabricante de bicis, también puede verse su sello en una variedad de productos desde zapatillas a cascos, desde horquillas a amortiguadores, y desde cubiertas a sillines. Otra razón de paralelismo entre ambas marcas se debe a su política de fichajes de competición. Cuando un corredor destaca a nivel internacional, no importa en qué equipo milite, esta marca lo ficha para el año siguiente. Como el Real Madrid. Y curiosamente, en ese mismo momento en el que ficha por esta compañía, los resultados del corredor se desploman. Por último y de forma más clara, me recuerda esta marca al Real Madrid por su postura de "señorío", ya que habitualmente se jacta de ser la marca número 1 de la bici, la que más vende y la que mejores productos posee. Aunque estén todos hechos en China (como el resto, claro). Pero una marca así no puede alardear de ser la número uno, igual que el Real Madrid no debería hacerlo siendo un club con más de 600 millones de euros de deuda.

Todos sabemos a qué marca me refiero, ¿no?


jueves, 8 de agosto de 2013

Copa del Mundo en Vallnord

Ir a una prueba de la copa del mundo de mountain bike es siempre una experiencia excitante. Ver de primera mano a los tipos que ilustran las revistas, vídeos y webs, palpar las mejores bicis y los últimos modelos de componentes, y sobre todo empaparse del ambiente que reina por un par de días en el sitio donde tocan las carreras. Calles, restaurantes, bares, repletos de gente con camisetas de marcas conocidas, gorras... en definitiva, unas pintas que nos delatan. Y nos reconocemos nada más mirarnos. "Mira, ese también ha venido a ver las bicis". El ambiente de las carreras (de las grandes carreras, sobre todo) es de las mejores cosas que tiene el mundillo de la bici, después de montar en sí.

En este caso las carreras fueron de nuevo en Andorra, concretamente en Vallnord, que renovó completamente el planteamiento y los recorridos tanto del cross country como del descenso. Y lo cambió de tal manera que resultó un éxito absoluto, esta vez sí, de público, entre los corredores y de espectáculo en general.

No voy a hablar aquí de resultados y de carreras, que para eso hay otras webs y revistas. Simplemente diré aquí que la organización fue un éxito, que los 35.000 asistentes (según Vallnord y los viajes del telecabina), que el ambientazo, las carreras, la meteorología, el espectáculo y los corredores, fueron un 10. Seguramente, ahora que Vallnord ha presentado su candidatura para albergar los Mundiales 2015 de MTB, veremos muchas más pruebas de la copa del mundo en Andorra en el futuro, aunque no el próximo año. La afición española necesita ir cada año a una copa del mundo de MTB, y si ya no es en Granada ni en Vigo ni en la Casa de Campo, lo lógico es que este peregrinaje anual se produzca en Andorra, como poco. El año que viene no figura Vallnord en el calendario UCI, pero seguro que en 2015 lo hará. No será Fort Williams ni Mont Saint Anne, pero ¡qué demonios, es mucho más auténtico y divertido! Que Vallnord sea el Spa Francochamps del MTB hispanofrancés es cuestión de tiempo.

Y además ¿qué otra copa del mundo tiene
el bar de Commençal y Cedric Gracia a pie de meta?

Aquí unas imágenes de las carreras.



jueves, 25 de julio de 2013

El Eiger

Ayer 24 de julio se cumplieron 75 años de la primera ascensión al Eiger ("ogro", en alemán) por la cara norte, una de las montañas más duras de los Alpes. Ese 24 de julio de 1938 alcanzaba cumbre la expedición de los alemanes Heckmair y Börg y los austriacos Harrer y Kasparek. La expedición la patrocinaba el gobierno alemán de la época, los nazis. Y eran dos cordadas independientes, los alemanes y los austriacos, pero que después se juntaron bajo el liderazgo de Anderl Heckmair.
El Eiger desde Grindelwald.

Los dos austriacos eran Harrer y Kasparek. Heinrich Harrer. Sí, el de Siete años en el Tíbet. Resulta que Harrer, que se había metido en las SS pocos meses antes, ya destacaba como montañero y alpinista. Los nazis quisieron poner la bandera en el Eiger, hasta entonces virgen, como demostración del poderío del Reich, y utilizaron a los mejores escaladores arios que pudieron permitirse. Al regresar a Alemania, la cordada fue recibida por Hitler con grandes honores.

Harrer, que murió en 2006, siempre reconoció que meterse en el movimiento nazi fue un gran error en su vida. Según dijo, sólo vistió una vez el uniforme de las SS, el día de su boda. Poco después, en 1939, Harrer integró otra expedición del Reich para alcanzar el Nanga Parbat. Allí, entre Pakistán y Nepal, y en medio de un territorio dominado por los ingleses, les sorprendió el estallido de la guerra, quedando atrapados en una tierra de nadie y dando lugar a la famosa aventura y libro de Harrer, Siete años en el Tibet, más tarde película.

Célebres alpinistas como Reinhold Messner y actualmente Ueli Steck han pulverizado los récords de subir al Eiger por la cara norte. Ahora ascender ese monstruo de roca y hielo se ha convertido en una competición, y el récord lo tiene Dani Arnold, con 2 horas 20 minutos. Lo que hace 75 años costaba vidas (y las ha seguido costando), ahora gracias a los materiales, la preparación física y mental, etc, es cuestión de un par de horas.

Por todo esto, observar el Eiger de cerca hace unas semanas, cuando estuvimos en Grindelwald, es como contemplar un monumento al valor y la determinación del ser humano. Una mole de caliza y hielo, peligrosa y amenazante, a menudo cubierta de nubes y tormentas. Ahí han perecido los sueños de muchos valientes, y han alcanzado la gloria otros tantos. Un puñado de locos que vieron necesario llegar hasta allí y retar a la naturaleza de tú a tú.

Por lo tanto, efectivamente. Brad Pitt, que interpretó a Heinrich Harrer en Siete años en el Tibet, tiene algo que ver con el Eiger. La teoría de los seis grados de separación entre las cosas, vuelve a cumplirse.

Con todo esto, ya tengo lecturas para poner a la cola:
La araña blanca.
Siete años en el Tibet, ambos de Heinrich Harrer.

Tormenta de verano

La semana pasada, con La Molina, cerré la trilogía de visitas obligadas anuales a estaciones de los Pirineos. Falta Vallnord, adonde iremos mañana para ver la copa del mundo. Dolor de manos y dedos, las típicas tormentas de la tarde y mucha diversión han sido las notas dominantes de estos días. Me sorprendió gratamente La Molina, que parece haberse quedado satisfecha asumiendo un papel de estación modesta, limitada en su infraestructura, pero que esconde grandes regalos. Este año incluso se han permitido retocar (para mejor) algunos tramos y puntos concretos de los circuitos. Sin ser una estación explotada ni al 80% de su potencial, sigue manteniendo la dignidad.



Lo mejor de todo fue que justo al terminar de montar, a eso de las 4 y media (apurando al máximo los 20€ de forfait) se desató un tormentón formidable, de esos que mola quedarse mirando. La tormenta fue tan gorda que al bajar con el coche hacia Toses y Ribes de Freser, me encontré una caravana de coches colapsando la carretera, ante el granizo y la nieve que se estaba acumulando en el asfalto y las cunetas. NIEVE un 20 de julio.

Con esto y alguna salida que quizás se tercie por aquí cerca, cerramos la temporada con la Black Mamba y nos iremos de vacaciones con los deberes hechos.





jueves, 18 de julio de 2013

Grandvalira

Con seis hermosos moratones en las piernas aún frescos y lozanos, como souvenirs del viaje a Suiza, me planté en el fin de semana siguiente de regresar de los Alpes. Ya había pasado una semana desde que volvimos del viaje y, al contrario de lo que me pasó el año pasado, ya quería volver a coger la bici.  El año pasado, al volver de Zermatt, pasó una cosa muy curiosa, y es que dejé la bici embalada en la caja un mes entero. Según la había traído en el avión. Acabé tan satisfecho que no quise tocar la bici durante un buen tiempo, esperando que no se empañaran los recuerdos de aquel pedazo de viaje y de senderos. Cualquier cosa que hiciese después de Zermatt iba a ser una auténtica mierda comparado con aquello, así que no merecía la pena ni sacar la bici de la caja de cartón en la que la llevé. Y no fui el único, porque a mi colega de aquel viaje, Simon, le pasó lo mismo.

Con cara de bobo en el telesilla... ji, ji.
Este año ha sido distinto. No es que el viaje fuera peor, ni mucho menos, pero no quería desaprovechar el buen momento en el que me veía. El calor no está castigando demasiado, tenía pendiente subir a los Pirineos, y apetecía pasar un finde fuera de la ciudad con Cris. Así que una semana después de volver de Suiza nos fuimos a Andorra. Concretamente a Grandvalira.

Granvalira es una estación y bikepark que me encanta. Por su situación no es un destino masificado, y la calidad de las bajadas son excelentes. Además las hay de todos los tipos, y en especial de las que más me gustan: las fáciles. Senderos sin dificultad técnica pero donde se pueden alcanzar grandes velocidades y muchísimo flow. Bajadas largas desde cotas altas, que atraviesan praderas infestadas de marmotas, con curvas y switchbacks interminables, y fluidez total. Las últimas tormentas de verano habían dejado un terreno perfecto, con un agarre excelente, y las montañas estaban preciosas.

Así que el sábado lo pasé disfrutando de las bajaditas a buen ritmo, y del deporte local por excelencia: el avistamiento de marmotas. Especialmente había una que cada vez que subía en el telesilla de la Solana la encontraba en la misma postura: haciendo de guardiana en su madriguera. La marmota tenía su guarida justo debajo de uno de los postes del telesilla, y se pasó la mañana apostada a la entrada mirando pasar a unos cuantos muchachos con sus bicicletas, por encima de su cabeza.

Y como es habitual en esas latitudes, a eso de las 2 de la tarde el cielo comenzó a cubrirse de nubarrones negros. No tardaron en descargar una buena cantidad de agua y unos cuantos rayos y truenos, y ya no paró hasta el día siguiente. Toda la tarde lloviendo. Algo muy de agradecer, la verdad. Yo ya me había quedado a gusto con las bajadas de la mañana, así que no me importó en absoluto tener que meter la bici en el coche y largarnos al camping. Pasar la tarde en los Pirineos, escuchando la lluvia en la tienda de campaña también es parte del encanto que tiene la montaña. ¡No todo en la vida es bici, aunque parezca mentira!

Otra visita anual a Grandvalira y al camping Santa Creu (como no podía ser de otra forma) realizada con éxito. Me encanta Andorra.



martes, 16 de julio de 2013

En los Alpes

Ya han pasado unos cuantos días. Y es que para ponerse a escribir sobre un viaje así, uno necesita reposar y que se asienten las imágenes almacenadas en la retina. Digerir el festín de momentos, esfuerzos y diversión. Y es que el retorno de los Alpes es duro. Siempre lo es cuando te pasas una semana (casi) en un sitio rodeado de tresmiles y cuatromiles, con algunas de las montañas más famosas del planeta como fondo de pantalla mientras desayunas. Es duro volver, pero hay que hacerlo y contarlo para convencerse de que es real.

En esa semana tuvimos buen tiempo excepto un día, que al final lo declaramos apto para montar, y que nos regaló unos paisajes dignos de Juego de Tronos o El Señor de los Anillos. Nieblas, lloviznas, bosques húmedos repletos de musgo y raíces... paisajes encantados. Una jornada excepcional. Pero no menos que las demás, ya que el resto de los días hábiles para montar disfrutamos del sol y las altas temperaturas, gracias a las cuales los glaciares de los Alpes se están derritiendo como un Frigodedo, en los últimos años. Efectivamente, amigos. Esta fue una de las muchas enseñanzas culturales que nos dejó este viaje a Suiza. Los glaciares alpinos han retrocedido más de un 60% en los últimos cien años, y lo pudimos comprobar en vivo y en directo. En algunos glaciares a los que pudimos acercarnos en las rutas, había fotos de alrededor del año 1900 y se veía perfectamente cómo la morrena llegaba hasta escasos metros del punto en el que estábamos. Ahora había retrocedido tanto que ya no se veía desde esos sitios y había que ascender hasta mucho más arriba para verlo.

En fin, que ese buen tiempo que tanto gusta a los domingueros y que tantos carcinomas está causando a la peña, es el mismo que también está derritiendo los glaciares y las grandes masas de hielo del Atlántico norte. El tema "cambio climático" fue, de hecho, un tema de debate en el grupo durante esta semana, pero dejémoslo aparte y centrémonos en el concepto. El montar, el riding.

Las agradables temperaturas y las precipitaciones recientes en esa zona habían dejado el suelo en condiciones óptimas para rodar en bici. Curiosamente, y tal como habíamos previsto durante la preparación del viaje, nos íbamos a un punto para nada caliente de los Alpes, en el sentido de que íbamos a encontrarnos a poca gente haciendo lo nuestro. Al huir de los bike parks se abre un mundo de posibilidades y de senderos, la mayoría para caminantes, pero por eso precisamente también más vírgenes y sin tráfico de bicis. Esto tiene sus pros y sus contras, claro, pero la elección de un "secret spot" frente a un "hot spot" creo que va más con la filosofía de montar que a nosotros nos gusta. Esto te hace currar mucho más, evidentemente. Superar mayor desnivel, mirar el mapa constantemente, etc. Ser creativo y saber improvisar. Pero eso lo hace, al fin y al cabo, más divertido y con más dosis de aventura que si te dejas caer por pistas marcadas y trazadas para bicis.

El caso es que con esa filosofía en mente nos adentramos en el mundo de las megasubidas a cotas de 2.500, salvando mil metros de desnivel, para luego deslizarnos por más o menos progresivos descensos, atravesando páramos y bosques sin parar, intentando perder poca cota y enlazando líneas de altura, hasta el punto inicial. Las subidas eran duras y largas, pero compensaban por el increíble paisaje que disfrutábamos mientras tanto. Y una vez arriba, las bajadas en su mayoría (excepto alguna muy extrema que apenas era ciclable) tenían una mezcla de todo un poco: partes con algo de técnica, piedras, raíces húmedas... y sobre todo mucho curveo, singletrack, escalones, sendero ancho muy rápido... todo aderezado con unas vistas de infarto. Si no era el mítico Eiger, era el Jungfrau, el Mönch o cualquiera de las cumbres que el alpinismo y la escalada han hecho famosas.

Así que, como siempre, una semana da para mucho pero siempre vuelves con ganas de más, y con la sensación de que has hecho la punta de un iceberg gigantesco que se esconde en esos bosques, y que nunca se acabaría. Ni aunque vivieras allí cien años.