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Billy Idol, icono del pop-art. |
miércoles, 25 de julio de 2012
domingo, 8 de julio de 2012
El olor a mierda de vaca
Ayer, en La Molina a 2.500m |
No sé muy bien por qué la gente hace vela. Supongo que por lo mismo que nosotros hacemos bici de montaña. Ayer en la tele salían los que han dado la vuelta al mundo sin escalas, en vela. Y me daba cuenta de lo poco que me gusta el mar y lo mucho que me gusta la tierra. Tampoco el aire especialmente. Eso de ir mojado todo el día, cubierto de salitre... hace que una actividad durísima (y admirable) como es navegar en alta mar se convierta en una tortura. Lo mismo con los que se dedican a volar, por ejemplo. Evidentemente sí me gustaría volar, pero para eso tendría que ser un ave. Quiero decir, ¿para qué jugar a volar? Prefiero ver volar a otros animales que saben hacerlo de serie. En fin, que de los 5 elementos de la naturaleza con el que más cómodo me siento es con la tierra. El barro, el polvo, las piedras, la arena... todo esto me es conocido y familiar. Hasta puedo, a veces, anticiparme a su comportamiento y tratar con ellos de tú a tú, sin que me hagan pagar por ser un forastero en su casa. Porque no dejo de ser un forastero siempre que los visito, solo que con el paso de los años voy conociendo su extensa familia. Las piedras de granito, las pizarras, las raíces -siempre escurridizas-, la arena fina, el barro... Por supuesto, los árboles en toda su dimensión, las plantas y los animales. Todos tienen sus peculiaridades, unos son más afectuosos que otros, aunque generalmente nos tratan mejor de lo que les tratamos nosotros. Pero si tratas con todos ellos comprendes que forman parte de la misma familia de elementos. Y si los escuchas, te hablan.
Y como buen organismo vivo, tienen sus olores propios. De ahí lo del principio. Entrar en una habitación donde huele a algo familiar no es lo mismo que entrar en una oficina o en un lugar desconocido. Lo mismo pasa en la montaña. Quizás sean aromas que tenemos grabados a fuego por nuestra joven historia como homínidos que bajaron de los árboles hace cuatro días. Pero cada vez que subo a la montaña y huelo a mierda de vaca, en este mundo donde los tomates ya no huelen y solo saben a plástico, juro que me hace sentir más vivo, y hasta creo que aún quedan cosas auténticas.
lunes, 2 de julio de 2012
jueves, 21 de junio de 2012
Hemos abierto la caja de Pandora
Pocas veces se juntan en un mismo viaje tantas expectativas, y pocas veces éstas no solo se superan sino que alcanzan nuevas cotas de proyección. Desde hacía tiempo, la montaña del Matterhorn, en Zermatt (Suiza) se había convertido en una especie de icono obsesivo, en un símbolo de la palabra, el concepto, la filosofía MONTAÑA. La vi por primera vez en directo hacia el año 91, y me impresionó. Pero no sabía que aquel fugaz avistamiento, que duró poco porque en seguida se cubrió de nubes, iba a extender un virus en mi organismo llamado Matterhorn que no se curaría hasta que no volviera a ese lugar montado sobre una bici.
Veintiún años después de aquella visión, y con algunos miles de kilómetros recorridos en bici por bastantes lugares, se presentó la ocasión de saldar esa cuenta pendiente con la montaña. No estamos hablando de alpinismo, por supuesto, pero en nuestro caso rodar por los alrededores de una montaña así equivale a conquistarla. Y esa ocasión se ha presentado hace una semana.
Ahora, ya de vuelta a casa, todo lo que se pueda contar de este viaje no serviría para describir lo que es aquello. Un alpinista volvería del Himalaya exclamando "¡Aquello es el infierno!, pero... lo hemos conseguido". Sobre Zermatt y el MTB, yo digo: "¡Aquello es el paraíso!, y... sólo es la punta del iceberg". Hemos abierto la caja de Pandora y ya nada volverá a ser como antes. Después de Zermatt, cualquier sendero nos sabrá a poco a Simon y a mi. Como el replicante de Blade Runner, yo digo que hemos visto cosas que vosotros no creeríais: singletracks kilométricos al borde del abismo. He escuchado derretirse los glaciares al paso de nuestras bicis, y he comprendido el significado de la palabra flow a más de 2.000m de altitud. Todos esos momentos quedarán para el recuerdo... ¡¡en un próximo vídeo, un próximo álbum de fotos detallado y un posible reportaje en una revista!!
Riffelberg, 2.500m |
Veintiún años después de aquella visión, y con algunos miles de kilómetros recorridos en bici por bastantes lugares, se presentó la ocasión de saldar esa cuenta pendiente con la montaña. No estamos hablando de alpinismo, por supuesto, pero en nuestro caso rodar por los alrededores de una montaña así equivale a conquistarla. Y esa ocasión se ha presentado hace una semana.
Ahora, ya de vuelta a casa, todo lo que se pueda contar de este viaje no serviría para describir lo que es aquello. Un alpinista volvería del Himalaya exclamando "¡Aquello es el infierno!, pero... lo hemos conseguido". Sobre Zermatt y el MTB, yo digo: "¡Aquello es el paraíso!, y... sólo es la punta del iceberg". Hemos abierto la caja de Pandora y ya nada volverá a ser como antes. Después de Zermatt, cualquier sendero nos sabrá a poco a Simon y a mi. Como el replicante de Blade Runner, yo digo que hemos visto cosas que vosotros no creeríais: singletracks kilométricos al borde del abismo. He escuchado derretirse los glaciares al paso de nuestras bicis, y he comprendido el significado de la palabra flow a más de 2.000m de altitud. Todos esos momentos quedarán para el recuerdo... ¡¡en un próximo vídeo, un próximo álbum de fotos detallado y un posible reportaje en una revista!!
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