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viernes, 2 de octubre de 2009

En Israel


Israel es un país extraño y duro, con pocas concesiones a la relajación. Una tierra áspera y bronca de la que emana uno de los conflictos más enraizados de la humanidad. Quizás por eso los israelíes disfrutan del hedonismo y el deporte en las ocasiones concretas de que disponen, como una forma de descargar la presión de vivir en una olla. Y una de estas formas es el fin de semana. Jueves y viernes son para salir por la noche, pero el sábado muchos se levantan muy temprano para salir a montar en bici. Pese a la normativa del Sabbath (no cargar peso el sábado, día sagrado de los judíos), habitualmente se produce un masivo éxodo de las ciudades al campo en este día, al menos de los bikers, buscando una forma de desconectar temporalmente de la realidad.

Hay que madrugar, eso por supuesto. El calor ya es sofocante a las 10 de la mañana, por lo que las rutas empiezan a las 8 o las 9. El estilo freeride es el más común entre los locales. Bastante parafernalia "pro": cascos integrales, rodilleras, coderas... para en realidad montar por senderos sin grandes desniveles. El país tiene pocas montañas, poco desnivel, y menos aún zonas de bosque. Es un paisaje desértico o semidesértico, con algunos bosques en zonas reforestadas, pero nada que no se pueda hacer con una bici de cross-country. Supongo que la moda pesa más, y los bikers locales montan con este estilo freeride-descender como una forma de verse dentro del mundo libre y normalizado.

Fuimos Dani y yo en su coche, él con la Yeti ASX y yo con su Chameleon rígida. Allí nos encontramos con Haim y con otro chaval de nuestra edad. Uno con una Nomad y el otro con una Iron Horse Sunday, ambos muy preparados para descender. En realidad, bajábamos por un sendero con rocas que presentaba algún salto, cortados pequeños, curvas... muy divertido, pero mucho más apropiado para otro tipo de bici más ligera y endurera. Yo con el Chamaleon me defendía, aunque quizás tampoco era la bici adecuada para ese terreno. Al terminar la bajada volvíamos a subir por una carretera hasta el comienzo, y luego vuelta a empezar. Era divertido, el terreno era un bosque de tipo mediterráneo, con pinos y rocas calizas pegadas. Y sobre todo era curioso ver la forma de montar en este lugar. Se nos añadieron unos chavales, al cabo del rato, más pequeños pero que saltaban cortados con bastante estilo en sus rígidas de dirt. Después de unas bajadas y una ruta improvisada entre pedaleo y paseo, a las 11 paramos y volvimos para casa.

Uno de los chavales, Haim, el de la Nomad, se vino con nosotros a casa. Le invitamos a tomar chorizo, queso y vino tinto español en la terraza, cosa que casi agradecimos más nosotros que él. El barrio de Dani es uno de los más exclusivos y residenciales de Jerusalén, se encuentra justo enfrente de la puerta de Yaffa, en las murallas, y es un barrio realmente pintoresco, con las casas y las aceras empedradas. Un barrio totalmente seguro y sin problemas. Convencimos a Haim para que dejara la bici donde la traía, sobre la baca del coche, candada. Así que nos fuimos a tomar nuestro merecido aperitivo español en Jerusalén.

A la vuelta, ya un poco tocados por las dos botellas de Ribera junto a Paco (Forjas, el corresponsal de RNE y vecino de Dani), fuimos con Haim al coche, y la Nomad había desaparecido. Afortunadamente, la tenía asegurada, y tras algunas llamadas, idas y venidas, el seguro se presentó allí el lunes. Le iban a devolver gran parte del valor de la bici, así que Haim ya estaba pensando qué bici comprarse. Pero héte aqui que unos días después del robo, un amigo de Haim estaba en un restaurante y vio a un chavalín palestino en una Nomad azul. Desafortunadamente, resulta bastante cantoso ver a un palestino sobre una bici de 5.000 euros, las cosas como son. Así que este colega simplemente se acercó al palestino, le cogió la bici y se largó por donde había venido. Haber hecho otra cosa por parte del palestino habría sido meterse en demasiados problemas.

Así que esta es la historia. Los israelíes pueden montar en bicis de 5.000 euros. Los bikers israelíes, a pesar de la opinión que uno tenga del conflicto y de su sociedad, dejan de ser judíos con una visión de la realidad chocante con la tuya, y se convierten en colegas. Uno les ayuda cuando le roban la bici, y les abre las puertas de casa. Es lo bonito del deporte. Que por un momento se derriban mitos, prejuicios, opiniones, muros, y se comparte algo en común. Ojalá ese chaval palestino también pudiera haber compartido esto con nosotros.

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