viernes, 5 de octubre de 2012
Ritchey
Tom Ritchey's 40-Year Ride (English subtitles) from Jay Bird Films on Vimeo.
Un bonito vídeo homenaje al gran Tom Ritchey, al que tuve la suerte de entrevistar hace unos años, por sus 40 años creando bicis.
jueves, 4 de octubre de 2012
Rampage
Este fin de semana vuelve el Red Bull Rampage para deleite de los amantes de Jackass. Mientras, preparo mi vuelta a la bici tras casi 2 meses de inactividad rutera.
Este es el vídeo de la edición 2010.
Reflexiones XVI
Normalmente en este blog hablo de frivolidades. Porque no
nos engañemos, el deporte es una frivolidad, siempre lo ha sido. Las personas
sin recursos, explotadas o en medio de una guerra no hacen deporte. No emplean
sus recursos en otra actividad que no sea intentar sobrevivir.
Este blog es un espacio sobre otro nivel de la realidad que
–aunque también existe- está despejado de problemas, o al menos del tipo de
problemas cotidianos que los seres humanos manejan a diario. En mi trabajo real
estoy en contacto con esa otra realidad. Macroproblemas reales del mundo:
derechos humanos, pobreza, desarrollo. Pero esto también incluye los problemas,
problemillas y obstáculos que todos afrontamos día a día. Como alguien decía:
“un problema es una dificultad que requiere una solución, y la mayoría de las
veces la gente no se refiere a problemas en sus vidas, sino a obstáculos que se deben superar”.
La situación social y económica de mucha gente, también en
nuestro país, es muy dura. Es un problema, y dura 24 horas. Desde que te
levantas hasta que te acuestas. No es una dificultad ni un obstáculo. No se
termina al salir de la oficina o al terminar de pagar la hipoteca.
En el mundo, por tanto, y en la vida hay problemas,
obstáculos y dificultades. Esto es así; es lo que convierte a la vida en un
reto y al ser humano en un ser vivo que tiene que luchar para sobrevivir. ¿Qué
tiene que ver esto y qué hago hablando de este tema? ¿Dónde quiero ir a parar?
Quiero ir a parar a lo siguiente. A plantear una pregunta.
¿Qué sentido tiene hablar de bicis
con la que está cayendo? ¿Qué sentido tiene a veces hablar de frivolidades
estando como estamos, con la gente protestando en la calle, con los políticos
prevaricando, con el país yéndose a la mierda?
Algunos pueden decir que tiene sentido para cambiar de tema, para evadirse un rato de la realidad, porque
la salud es importante, etc, etc. Es decir, son temas menores. Entretenimientos
de la clase media. Otros pueden decir que simplemente se la suda lo que pasa en
el mundo y que no es asunto suyo, así que hacen lo que les gusta sin más. Se
dedican al hedonismo en tiempos de
crisis. Por último, hay quien podrá decir que todo forma parte de todo. Que la realidad es multidimensional.
Esto es una reflexión sobre la postura ante la vida, sobre
el papel que uno toma ante la realidad. Una explicación de uno mismo. Lo que en
filosofía se llama metafísica.
Estamos en un mundo interrelacionado, en el que todo tiene
que ver con todo. Las antiguas esferas de poder como la religión o la política han
perdido su prestigio. A ellas les ha sucedido la democracia participativa como núcleo
nebuloso de poder –y que ni siquiera está en la adolescencia -. Las fuentes de
conocimiento clásico como las ciencias y el mundo académico han sido
desbordadas por la sociedad de la información. Las fronteras se han desdibujado,
los problemas son globales, lo local se confunde con lo internacional. Es lo
que Bauman llama la sociedad líquida.
De manera que no tiene sentido delimitar temas serios o
temas frívolos como si estuvieran separados. Está claro que el hecho de que
Greg Minaar haya ganado el último mundial de DH es una noticia irrelevante
comparada con que en Siria hayan asesinado a 5.000 niños en un conflicto
armado. Pero son dos esferas de la realidad que no pueden compararse.
Simplemente, suceden. Y es importante que se conozcan, conocer su dimensión
real y contextualizar ambos datos.
Creo que en la vida es importante saber un poco de todo.
Quizá eso sea un defecto de profesión. En la facultad siempre me dijeron que
un buen periodista es alguien que es capaz de hablar durante 15 minutos de
prácticamente cualquier tema. Quizás por eso entonces me dedico a ello, a ambas
cosas: una suerte de compaginar dos niveles distintos de realidad, dos planos.
Uno en la vida puede optar por muchos caminos. Vocacional o
profesionalmente te puedes dedicar a aquello que mejor haces o te sientes
capacitado a realizar –al menos en teoría, porque hoy en día esto es harto complicado-.
Y puedes hacerlo desde distintos puntos de vista. Puedes tener como vocación
servir a tu comunidad, ayudar a los demás, intentar crear un proyecto propio o
simplemente ganar dinero. El suficiente para vivir, vivir bien o vivir muy
bien. Todas estas opciones son igual de respetables.
Yo quiero pensar que me gano la vida ejerciendo como
profesional en una actividad que me satisface enormemente desde el punto de
vista intelectual, social y ético. Y que también me dedico, de modo amateur o
semiprofesional, a otra actividad en la que a lo largo del tiempo he llegado a
acumular mucha experiencia, algo de conocimiento y que también me ha enseñado
muchas cosas para la vida. En realidad, hablamos de valores. Y sucede que los
valores del deporte, los que empleamos día a día en la montaña (sacrificio,
lucha, generosidad, superación), son los mismos o parecidos a los que utilizo
en mi vida diaria, cuando trabajo o cuando hablo del ser humano.
Simplemente, son valores universales. Valores humanos.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Belchite
Belchite, julio de 1937.
Belchite, septiembre de 2012.
75 años de diferencia.
Este pueblo de la provincia de Zaragoza fue el escenario durante la guerra civil uno de los episodios más violentos y también significativos del enfrentamiento entre las dos Españas. La localidad, situada en la margen norte del Ebro, se encontraba en medio del avance republicano desde Cataluña hacia Zaragoza. El avance hacia la capital aragonesa era constante hasta que los republicanos se toparon con una bolsa de resistencia de los sublevados nacionales en Belchite. El ejército del general Líster tomó Belchite entre agosto y septiembre de 1937, tras un enorme esfuerzo y recursos militares que a la postre impidieron a los republicanos llegar hasta Zaragoza a costa de asegurar la retaguardia. La toma de Belchite supuso alrededor de 6.000 bajas entre población civil, soldados nacionales y soldados republicanos.
Al fracasar la ofensiva republicana, el ejército sublevado lanzó una contraofensiva para contrarrestar el relativo avance republicano en el Ebro. Los generales nacionales movilizaron divisiones del frente de Madrid hasta el frente del Ebro, adonde incluso llegaron los temidos Tercios Regulares de Ceuta. Con todos ellos, y paralelamente continuando el avance en el frente del norte peninsular, el ejército sublevado hizo retroceder a los republicanos hasta la otra orilla del Ebro, en lo que terminaría siendo la retirada y descomposición final que condujo a partir en dos el frente republicano y permitir a los nacionales llegar hasta Valencia y Barcelona.
En esa contraofensiva, Belchite estaba de nuevo en medio, y ahora además había adquirido una dimensión simbólica. Franco no iba a permitir que ningún general republicano le arrebatara ninguna posición, así que el ejército nacional sometió Belchite a hierro y fuego, esta vez sin contemplaciones. Cinco divisiones enteras abrasaron la localidad, que entre huídos, refugiados y muertos quedó diezmada. El símbolo de la resistencia nacional, primero, y de su reconquista a los republicanos, después, se convirtió en un gran instrumento de propaganda para Franco. Tanto que éste, ya en la posguerra, decidió conservar Belchite tal como había quedado, para escarmiento de los rojos y para honrar a los caídos nacionales, y lo dejó así hasta que en 1954 construyó Belchite nuevo, un pueblo nuevo al que se irían trasladando los vecinos del Belchite viejo.
A finales de los años 60 terminaron de abandonar el pueblo viejo sus últimos habitantes y desde entonces Belchite viejo ha quedado olvidado como un vestigio intacto de la guerra. Quedó sumido en eso tan siniestro que es la tierra de nadie. Ni destruido del todo, ni habitado, ni del todo enterrado. Una zona borrosa del mapa, silenciada y hecha tabú. Belchite tuvo durante 40 años un uso político: fue la reliquia o el trofeo de guerra para los vencedores. También para construir el imaginario colectivo de posguerra sobre la represión roja y el culto a la violencia. Pero desde los últimos 30 años, Belchite también es una prueba irrefutable de una nación avergonzada y traumatizada por su pasado, que ha sido incapaz de hacer una verdadera memoria de la historia, que ha querido mirar hacia otro lado -progreso, olimpiadas, llámalo como quieras- en lugar de ajustar cuentas con los fantasmas, con honestidad y buena voluntad, y que las pocas veces que lo ha intentado ha sido en la burda forma de películas, libros o ensayos falsamente correctos, políticamente timoratos y diplomáticamente cínicos.
Así que Belchite, el Belchite viejo a 2km del nuevo, sigue siendo una mancha del pasado, como lo han sido Srebrenica y tantos otros lugares marcados por la guerra. Una mancha que primero hay que entender, para luego limpiar y después restañar. Pero lejos de ser sólo una mancha que sigue sin borrarse, es una mancha que se agranda con la desidia y la desmemoria de la sociedad actual. El falso ejercicio de memoria histórica que nos quisieron vender hace unos años nada tiene que ver con lo que debería ser un verdadero ejercicio de relato histórico objetivo, basado en el entendimiento entre las partes y el resarcimiento de todas las víctimas. Los procesos de paz de los últimos 30 años en varias partes del mundo no se han siquiera contemplado en España.
Y lo que es peor en el caso de Belchite: cuando se trata de proteger la escasa memoria que queda todos se lavan las manos: diputación, ayuntamiento, comunidad autónoma, Unesco, ministerios... Todos se pasan la pelota, miran para otro lado y evitan convertir Belchite viejo en un museo de la memoria, en un centro de la paz o un monumento a la convivencia. En cualquier cosa que evite su olvido, que estimule a sus vecinos actuales o que simbolice a lo que se llega con la ignorancia y la violencia. Eso es lo que debería ser, en lugar de un museo del horror al aire libre, espectral y grotesco, como una pintura de Goya (los horrores de la posguerra, quizás), que de vez en cuando sigue apareciéndose en la estepa entre voces y banderas.
Es muy triste Belchite viejo. Pasear por sus calles es como hacerlo por Srebrenica, Auswitz, Mostar o Normandía. Te invade el desasosiego, una pesadumbre en el estómago. Pero en este caso, Belchite tiene un aliciente más. No tanto por lo que fue, porque al fin y al cabo no es imprescindible pasear por un pueblo arrasado para entender lo que fue una guerra. Sino sobre todo, por lo que es ahora: un recordatorio de la dejadez que parece decirnos a todos: ¿habéis aprendido la lección? Un reflejo de lo que, después de todo, quizás seamos. El fruto silvestre que ha crecido en el campo: un pueblo abandonado por la razón.
Belchite, septiembre de 2012.
75 años de diferencia.
Al fracasar la ofensiva republicana, el ejército sublevado lanzó una contraofensiva para contrarrestar el relativo avance republicano en el Ebro. Los generales nacionales movilizaron divisiones del frente de Madrid hasta el frente del Ebro, adonde incluso llegaron los temidos Tercios Regulares de Ceuta. Con todos ellos, y paralelamente continuando el avance en el frente del norte peninsular, el ejército sublevado hizo retroceder a los republicanos hasta la otra orilla del Ebro, en lo que terminaría siendo la retirada y descomposición final que condujo a partir en dos el frente republicano y permitir a los nacionales llegar hasta Valencia y Barcelona.
En esa contraofensiva, Belchite estaba de nuevo en medio, y ahora además había adquirido una dimensión simbólica. Franco no iba a permitir que ningún general republicano le arrebatara ninguna posición, así que el ejército nacional sometió Belchite a hierro y fuego, esta vez sin contemplaciones. Cinco divisiones enteras abrasaron la localidad, que entre huídos, refugiados y muertos quedó diezmada. El símbolo de la resistencia nacional, primero, y de su reconquista a los republicanos, después, se convirtió en un gran instrumento de propaganda para Franco. Tanto que éste, ya en la posguerra, decidió conservar Belchite tal como había quedado, para escarmiento de los rojos y para honrar a los caídos nacionales, y lo dejó así hasta que en 1954 construyó Belchite nuevo, un pueblo nuevo al que se irían trasladando los vecinos del Belchite viejo.
A finales de los años 60 terminaron de abandonar el pueblo viejo sus últimos habitantes y desde entonces Belchite viejo ha quedado olvidado como un vestigio intacto de la guerra. Quedó sumido en eso tan siniestro que es la tierra de nadie. Ni destruido del todo, ni habitado, ni del todo enterrado. Una zona borrosa del mapa, silenciada y hecha tabú. Belchite tuvo durante 40 años un uso político: fue la reliquia o el trofeo de guerra para los vencedores. También para construir el imaginario colectivo de posguerra sobre la represión roja y el culto a la violencia. Pero desde los últimos 30 años, Belchite también es una prueba irrefutable de una nación avergonzada y traumatizada por su pasado, que ha sido incapaz de hacer una verdadera memoria de la historia, que ha querido mirar hacia otro lado -progreso, olimpiadas, llámalo como quieras- en lugar de ajustar cuentas con los fantasmas, con honestidad y buena voluntad, y que las pocas veces que lo ha intentado ha sido en la burda forma de películas, libros o ensayos falsamente correctos, políticamente timoratos y diplomáticamente cínicos.
Y lo que es peor en el caso de Belchite: cuando se trata de proteger la escasa memoria que queda todos se lavan las manos: diputación, ayuntamiento, comunidad autónoma, Unesco, ministerios... Todos se pasan la pelota, miran para otro lado y evitan convertir Belchite viejo en un museo de la memoria, en un centro de la paz o un monumento a la convivencia. En cualquier cosa que evite su olvido, que estimule a sus vecinos actuales o que simbolice a lo que se llega con la ignorancia y la violencia. Eso es lo que debería ser, en lugar de un museo del horror al aire libre, espectral y grotesco, como una pintura de Goya (los horrores de la posguerra, quizás), que de vez en cuando sigue apareciéndose en la estepa entre voces y banderas.
Es muy triste Belchite viejo. Pasear por sus calles es como hacerlo por Srebrenica, Auswitz, Mostar o Normandía. Te invade el desasosiego, una pesadumbre en el estómago. Pero en este caso, Belchite tiene un aliciente más. No tanto por lo que fue, porque al fin y al cabo no es imprescindible pasear por un pueblo arrasado para entender lo que fue una guerra. Sino sobre todo, por lo que es ahora: un recordatorio de la dejadez que parece decirnos a todos: ¿habéis aprendido la lección? Un reflejo de lo que, después de todo, quizás seamos. El fruto silvestre que ha crecido en el campo: un pueblo abandonado por la razón.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
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