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jueves, 12 de marzo de 2009

Breaking the law


Lo habitual es que me salte una media de entre 5 o 6 semáforos por trayecto. Siempre lo hago porque a) me sale de los cojones, b) los autobuses o los taxis no me cierren contra la acera, y c) es absurdo esperar un semáforo siempre que no haya peligro. Esta política antisistema, gratuita y anárquica es obviamente un desafío a los guardias y policías municipales de cualquier ciudad, al menos española. Soy consciente del riesgo que entraña montar en bici por una ciudad, aunque dudo mucho que este riesgo lo incremente el hecho de pasarse los semáforos por el forro. Más bien lo que es un riesgo es verse inmerso en el mar de coches, motos y autobuses que no suelen respetar a los ciclistas. Es un riesgo asumido pero que es minimizable si te haces respetar sobre la bici, y esto a menudo se traduce en pasarte las normas por el arco del triunfo con el fin de no ser apisonado por los vehículos. De ahi que me tome la justicia por mi mano.

Pero ayer me echaron el lazo. Con sirenas y todo, enmedio de la rúa. En un primer momento pensé en huir del coche patrulla. Si me saltaba otro semáforo, me metía en un parque donde ya no podrían alcanzarme si pedaleaba como un cabrón y les daba esquinazo por los caminos. Pero me paré. Supongo que huir de la guardia urbana ya es una especie de delito bastante más grave que saltarse un semáforo. Un resorte ético en mi conciencia apretó la maneta del freno y me paré en seco, como el atracador que sabe que le han pillado con la bolsa llena de fajos de billetes frescos y sin marcar. Me dispuse a probar el exquisito tratamiento de la autoridad sobre mi culo.

Al final, multa de 50 euros por pasarme un semáforo (sin riesgo) y por llevar los cascos puestos (eso no tuvo multa, pero sí una ligera "bronca"). No valieron mis argumentos ni mis quejas justificadas sobre lo jodido que lo tenemos los ciclistas. Al cabo de un rato de documentación y trámites empatizamos, ya con más confianza y diplomacia, pero nada. Si circulas por la calzada, tienes que respetar las normas como todo el mundo, -ya, pero yo no soy como todo el mundo, estoy en inferioridad de condiciones-, me la suda.

Aún así, quiero pensar que el guardia se enrolló, y en un guiño de complicidad, al devolverme el DNI, me suelta: "bueno, te he puesto la dirección que tienes en Madrid, así que a lo mejor la multa no te llega". Pero durante un rato no dejé de sentirme como un vulgar delincuente, un atracador o un camello, por culpa de una autoridad represora que se empeña en perseguir a un peligro público evidente como es... un ciclista.

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