La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha advertido de que en el año 2011 se puede repetir la crisis mundial en el precio de los alimentos que se produjo en 2007-2008. Hace dos semanas, la FAO dio a conocer el informe “Guía para los países afectados por el alza de los precios alimentarios”, en el que alertaba de que el precio de los alimentos básicos está aumentando desde mediados de 2010 y que puede alcanzar los niveles de 2008, cuando muchos países sufrieron un drástico aumento de precios en los alimentos. El organismo de Naciones Unidas también ha solicitado a todos los países, especialmente a los productores y exportadores de alimentos básicos, que revisen sus políticas y no se tomen medidas generalizadas sino particulares para cada caso, orientadas a contener el alza de precios y no fomentar la exportación de excedentes.
La crisis alimentaria que se produjo en 2008 tuvo su origen en el aumento del precio de varios productos básicos, especialmente de cereales como el maíz, la soja y el arroz. Una de las causas de este incremento fue que los países productores y exportadores de cereal, como Estados Unidos o Brasil, llegaron a destinar hasta un 20% de sus cosechas para fabricar biocombustibles, en detrimento de la exportación como materia prima para alimentos. Los países importadores de cereal, muchos de ellos en vías de desarrollo y muy sensibles a la elasticidad de los mercados, se encontraron con menor oferta y por consiguiente mayores precios, que se trasladaron a toda la cadena de distribución y a los alimentos de consumo. En ese momento, el precio del arroz, la soja y el maíz en el mercado mundial había llegado a aumentar un 70% respecto a 2007.
El ritmo de crecimiento de la población mundial, las malas cosechas de los últimos dos años, y sobre todo la falta de compromisos para regular la producción y el mercado de materias primas entre los países productores, han provocado que el precio del arroz, la soja, el maíz o el azúcar vuelvan a estar en niveles del año 2008. En diciembre de 2010, los precios de estas materias primas alcanzaron los niveles de 2008, y se prevé que sigan aumentando estos índices durante al menos la primera mitad de 2011.
Por esta razón, ya son muchas las voces críticas en todo el mundo que denuncian y reclaman medidas para garantizar el acceso a los alimentos en aquellos países con menos capacidad de hacer frente a las fluctuaciones del mercado. Las consecuencias de una nueva crisis alimentaria entre la población mundial, especialmente entre los más vulnerables, los niños y niñas, y sus familias, pueden ser de nuevo un problema de alcance internacional durante este año.
martes, 15 de febrero de 2011
miércoles, 9 de febrero de 2011
El campillo
Durante una época -hace ya unos añitos, cuando vivía en Madrid-, me aficioné mucho a los campillos. Aunque en realidad, ahora que lo pienso, de pequeño también era campillero. Todos los veranos solía fabricarme una especie de circuitillo en la chopera del pueblo, a la orilla del río. Digo todos los años, porque como buen campillo había que reconstruirlo cada año y hacer de nuevo el trazado, ya que se quedaba cegado por las hojas y las ramas. Cada verano, o cuando iba a pasar una temporada larga en el pueblo, lo primero que hacía era limpiar el circuito (secreto, por supuesto), para empezar a rodarlo cuanto antes. Pasaba horas enteras dando vueltas al sencillo circuito, que ya tenía algún que otro saltito, unas cuantas curvas cerradas, otras rápidas... Supongo que era una forma preescolar de aprender algo de técnica sobre la bici.
Ya con bicis hechas y derechas, de doble suspensión y eso, volvió la fiebre campillera con circuitos de saltos inspirados en los de BMX. Saltos dobles, empalmadas, peraltes, pasarelas, etc. Para mi, hubo dos escuelas de todo aquello: la Dehesa de la Villa (la Ensaladilla), y el campillo de Bike Comp. La primera era un lugar de reunión de gran parte de los bmxeros de Madrid durante algunos años. Un circuito pequeño, donde a menudo había que hacer cola para montar, y que tenía varios dobles divertidos. Estaba escondido entre Ciudad Universitaria y la Dehesa de la Villa. Allí veías a gente de todo tipo, pero también empezaron a ir los primeros dirt jumpers con ruedas de 26", y los colegas del descenso con bicis de dirt. Allí empezamos a hacer nuestros primeros dobles, a perder el miedo a los saltos (no sin antes un buen rato de mentalización...) Y un poco más tarde, para perfeccionar y dar un paso más bruto, estaba el circuito de los González: el campillo de su casa, literalmente. Esto ya eran palabras mayores. Varios recorridos llenos de saltos, pasarelas y peraltes, para todos los niveles y en medio de un pinar aislado. Nos pasamos horas, días enteros paleando saltos, montando y de risas con los colegas. Había puntos realmente jodidos, pero al final terminabas haciendo casi todas las zonas, sobre todo si tenías un día de engorile.
Pero un campillo siempre es un oasis de paz. Tener un campillo es tener un amigo fiel, que sabes que nunca te defrauda. Un sitio hecho a tu medida y a la de tus colegas donde puedes explayarte, ajustar, pulir y manejar a tu antojo con el único objetivo de hacerte feliz. Un recinto que marcas como si de una propiedad animal se tratara. En vez de mear o dejar tu rastro como hacen los animales, dejas un fino sendero de demarcación para advertir que en esa zona hay bichos de dos ruedas. Luego, hay que rezar para que no te lo echen abajo, pero incluso así tampoco es un problema. Siempre habrá espacios para hacerse otro campillo.
Porque claro, todo campillo, por definición, debe ser ilegal y secreto. Y se debe cuidar. No convertirlo en un parque de atracciones, con chiringuitos de bebidas y eso. Debe mantenerse mimetizado con el entorno, y aprovechar al máximo la naturaleza y el relieve del terreno.
Por eso, es un gran acontecimiento anunciar que "me he hecho un campillo". Que me paso horas arreglando y puliendo el trazado, y que en estos meses de invierno me lo paso teta brincando y sorteando arbolitos, cerca de casa y en medio de un bosquecillo urbano. Espero que dure.
Ya con bicis hechas y derechas, de doble suspensión y eso, volvió la fiebre campillera con circuitos de saltos inspirados en los de BMX. Saltos dobles, empalmadas, peraltes, pasarelas, etc. Para mi, hubo dos escuelas de todo aquello: la Dehesa de la Villa (la Ensaladilla), y el campillo de Bike Comp. La primera era un lugar de reunión de gran parte de los bmxeros de Madrid durante algunos años. Un circuito pequeño, donde a menudo había que hacer cola para montar, y que tenía varios dobles divertidos. Estaba escondido entre Ciudad Universitaria y la Dehesa de la Villa. Allí veías a gente de todo tipo, pero también empezaron a ir los primeros dirt jumpers con ruedas de 26", y los colegas del descenso con bicis de dirt. Allí empezamos a hacer nuestros primeros dobles, a perder el miedo a los saltos (no sin antes un buen rato de mentalización...) Y un poco más tarde, para perfeccionar y dar un paso más bruto, estaba el circuito de los González: el campillo de su casa, literalmente. Esto ya eran palabras mayores. Varios recorridos llenos de saltos, pasarelas y peraltes, para todos los niveles y en medio de un pinar aislado. Nos pasamos horas, días enteros paleando saltos, montando y de risas con los colegas. Había puntos realmente jodidos, pero al final terminabas haciendo casi todas las zonas, sobre todo si tenías un día de engorile.
Pero un campillo siempre es un oasis de paz. Tener un campillo es tener un amigo fiel, que sabes que nunca te defrauda. Un sitio hecho a tu medida y a la de tus colegas donde puedes explayarte, ajustar, pulir y manejar a tu antojo con el único objetivo de hacerte feliz. Un recinto que marcas como si de una propiedad animal se tratara. En vez de mear o dejar tu rastro como hacen los animales, dejas un fino sendero de demarcación para advertir que en esa zona hay bichos de dos ruedas. Luego, hay que rezar para que no te lo echen abajo, pero incluso así tampoco es un problema. Siempre habrá espacios para hacerse otro campillo.
Porque claro, todo campillo, por definición, debe ser ilegal y secreto. Y se debe cuidar. No convertirlo en un parque de atracciones, con chiringuitos de bebidas y eso. Debe mantenerse mimetizado con el entorno, y aprovechar al máximo la naturaleza y el relieve del terreno.
Por eso, es un gran acontecimiento anunciar que "me he hecho un campillo". Que me paso horas arreglando y puliendo el trazado, y que en estos meses de invierno me lo paso teta brincando y sorteando arbolitos, cerca de casa y en medio de un bosquecillo urbano. Espero que dure.
martes, 25 de enero de 2011
¿Y si...?
A veces nos da por elucubrar nuevas y utópicas combinaciones en nuestras bicis. ¿Qué pasaría si le cambio la potencia por esta otra, o si le pongo esta horquilla o este manillar que me sobra...? Así puedes entretenerte durante días enteros, pensando nuevas variaciones y mejoras en tu bici. Otras veces, directamente piensas en cambiar de cuadro y empezar de cero un nuevo proyecto, lo cual ya puede darte para pensar y repensar semanas enteras, meses o años.
Lo cierto es que nunca se termina de hacer una bici. Constantemente puedes mejorarla y cambiarla, tanto que terminas modificándola hasta que no tiene nada que ver el concepto de bici que compraste, si era entera, o evolucionándola a partir del cuadro virgen que empezaste desde cero. Y gran culpa de este vicio, el de dedicarse a cambiar, mejorar y evolucionar la bici, lo tienen los foros y webs de compra-venta de componentes. Malditas gangas de todo tipo... Eso, y las jugosas ofertas que cada vez más en estos tiempos duros, se ven en las tiendas reales.
Cuento todo esto por el caso reciente de un amigo (cercano) que se enamoró de un cuadro Yeti ARC. Uno de los cuadros míticos que ya forman parte de la Historia del MTB. Un cuadro de 1.000 euros, del año pasado, por poco más de 600. El colega en cuestión se flipó tanto con la Yeti que a punto estuvo de cometer una locura y desenfundar la Visa a quemarropa. Pero razonando con él (nos conocemos desde hace tiempo), le convencí para que, en lugar de empezar un proyecto desde cero con la Yeti -sin duda un pedazo de máquina-, sería más interesante y más bonito en realidad -y sobre todo más rentable-, evolucionar su actual rígida. Una Marin (curiosamente, como la mía), que también tiene su historia detrás.
El tío al final se ha decidido por la opción B, y de hecho ya ha empezado una operación bikini radical para dejar su bici de los 12 Kg actuales en poco más de 10. Es una decisión correcta, pero en el fondo, todos sabemos que lo más apetecible habría sido decantarse por una Yeti. Soy de la opinión de que todos deberíamos tener una Yeti o haber tenido una en la vida. Es como los San Fermines, el Camino de Santiago o las Santa Cruz: algo que todo el mundo debería probar al menos una vez.
Sin embargo, también soy de la opinión de que no es bueno conseguir todo lo que deseas -ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad-. Porque, ¿qué pasaría si tienes las dos bicis perfectas al mismo tiempo en la misma vida? ¿Las dos bicis de tus sueños, una doble y una rígida, una al lado de otra en casa? No sé, yo entraría en una espiral de locura y delirio obsesivo-compulsivo. Me convertiría al onanismo y la zoofilia ciclista y lo practicaría con mis dos bicis de montaña en la cama. Entraría en una escalada de problemas: absentismo laboral, tics en la cara, manías persecutorias, tendría pesadillas de que me persigue gente con Specializeds y fixers desnudos... Estaría acojonado por si entran a robar en mi casa, viviría incómodo, jodido, no se me levantaría la picha... En fin, que no, que es un lío.
Prefiero quedarme como estoy, que ya estoy muy bien. Aún así me quedan años para pensar cómo hacerme una Yeti, una Moots, o una Suputamadre. La bici perfecta.
Lo cierto es que nunca se termina de hacer una bici. Constantemente puedes mejorarla y cambiarla, tanto que terminas modificándola hasta que no tiene nada que ver el concepto de bici que compraste, si era entera, o evolucionándola a partir del cuadro virgen que empezaste desde cero. Y gran culpa de este vicio, el de dedicarse a cambiar, mejorar y evolucionar la bici, lo tienen los foros y webs de compra-venta de componentes. Malditas gangas de todo tipo... Eso, y las jugosas ofertas que cada vez más en estos tiempos duros, se ven en las tiendas reales.
Cuento todo esto por el caso reciente de un amigo (cercano) que se enamoró de un cuadro Yeti ARC. Uno de los cuadros míticos que ya forman parte de la Historia del MTB. Un cuadro de 1.000 euros, del año pasado, por poco más de 600. El colega en cuestión se flipó tanto con la Yeti que a punto estuvo de cometer una locura y desenfundar la Visa a quemarropa. Pero razonando con él (nos conocemos desde hace tiempo), le convencí para que, en lugar de empezar un proyecto desde cero con la Yeti -sin duda un pedazo de máquina-, sería más interesante y más bonito en realidad -y sobre todo más rentable-, evolucionar su actual rígida. Una Marin (curiosamente, como la mía), que también tiene su historia detrás.
El tío al final se ha decidido por la opción B, y de hecho ya ha empezado una operación bikini radical para dejar su bici de los 12 Kg actuales en poco más de 10. Es una decisión correcta, pero en el fondo, todos sabemos que lo más apetecible habría sido decantarse por una Yeti. Soy de la opinión de que todos deberíamos tener una Yeti o haber tenido una en la vida. Es como los San Fermines, el Camino de Santiago o las Santa Cruz: algo que todo el mundo debería probar al menos una vez.
Sin embargo, también soy de la opinión de que no es bueno conseguir todo lo que deseas -ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad-. Porque, ¿qué pasaría si tienes las dos bicis perfectas al mismo tiempo en la misma vida? ¿Las dos bicis de tus sueños, una doble y una rígida, una al lado de otra en casa? No sé, yo entraría en una espiral de locura y delirio obsesivo-compulsivo. Me convertiría al onanismo y la zoofilia ciclista y lo practicaría con mis dos bicis de montaña en la cama. Entraría en una escalada de problemas: absentismo laboral, tics en la cara, manías persecutorias, tendría pesadillas de que me persigue gente con Specializeds y fixers desnudos... Estaría acojonado por si entran a robar en mi casa, viviría incómodo, jodido, no se me levantaría la picha... En fin, que no, que es un lío.
Prefiero quedarme como estoy, que ya estoy muy bien. Aún así me quedan años para pensar cómo hacerme una Yeti, una Moots, o una Suputamadre. La bici perfecta.
jueves, 13 de enero de 2011
Consume o muere
Hacía tiempo que un documental no me impactaba tanto. En realidad, lo que cuenta es sólo la confirmación de lo que siempre hemos sospechado: que existe un "plan secreto" para hacer que los productos no duren lo que deberían durar. Lavadoras, televisores, ordenadores, ¡bicicletas! son diseñados para que duren un determinado tiempo, y no más. Si durasen para siempre no habría consumo, la economía actual está basada en el consumo, y por tanto sería un colapso. Ya digo: es gratificante ver plasmado lo que era un secreto a voces. Más que un descubrimiento extraordinario, el valor del documental está en que alguien se ha atrevido a hacerlo y a demostrar que existe una teoría real y tangible que se dedica a hacer de los productos bienes de consumo.
Lo malo es que resulta un tanto deprimente darse cuenta de algunas cosas cuando te las dicen a la cara. Verse a uno mismo como un eslabón de mierda más en una infinita cadena de producción y consumo resulta poco decoroso. Pero es lo que hay, y el tono del documental es optimista, porque la conclusión es que es cada vez es más posible, hoy en día, sortear y evitar el esclavismo al que estamos sometidos gracias al Capitalismo.
Lo que no me resulta tan esperanzador es que la otra opción -que invoca el documental de forma romántica, indirectamente- es el Socialismo. Y las economías planificadas -sé que está mal decirlo, pero...- fueron un puto fracaso, no lo olvidemos. Pero las alternativas, a mi desde luego no se me ocurren... Lo que está claro es que es imprescindible que las cosas cambien.
Ahí va el docu:
Lo malo es que resulta un tanto deprimente darse cuenta de algunas cosas cuando te las dicen a la cara. Verse a uno mismo como un eslabón de mierda más en una infinita cadena de producción y consumo resulta poco decoroso. Pero es lo que hay, y el tono del documental es optimista, porque la conclusión es que es cada vez es más posible, hoy en día, sortear y evitar el esclavismo al que estamos sometidos gracias al Capitalismo.
Lo que no me resulta tan esperanzador es que la otra opción -que invoca el documental de forma romántica, indirectamente- es el Socialismo. Y las economías planificadas -sé que está mal decirlo, pero...- fueron un puto fracaso, no lo olvidemos. Pero las alternativas, a mi desde luego no se me ocurren... Lo que está claro es que es imprescindible que las cosas cambien.
Ahí va el docu:
miércoles, 12 de enero de 2011
Corriendo a 2011
Después de los fastos navideños vienen las rebajas, o sea, la cuesta de enero. Y creo que es peor empezar el año después de unos días de vacaciones en Navidad, que volver a la rutina después de las vacaciones de verano. El caso es que estos días he aprovechado para algo que durante muchos, muchos años, por no decir siempre, había denostado: correr. La excusa era la San Silvestre. El año pasado, sin comerlo ni beberlo, me dejé liar para correr la última carrera del año en Las Palmas de Gran Canaria, donde estábamos pasando unos días con unos amiguetes. Y este año me propuse correrla en Madrid, en la San Silvestre Vallecana, la carrera popular más popular posiblemente de España. Así que me lo tomé en serio y me puse a entrenar. 10 kilómetros no es una maratón, pero hay que entrenar un poco si no se quiere sufrir.
La cosa salió bien. Nunca había participado en una carrera así. Más de 35.000 personas de toda edad y condición corrieron el día 31 de diciembre a las 17.30 horas. Cientos de personas nos animaban desde las aceras, muchos de ellos niños. Las calles del centro de Madrid, la Cibeles, Neptuno, para nosotros. Muchos de los corredores iban disfrazados con cosas estrafalarias... vamos, que era un cachondeo. Un ambiente genial, sano, deportista y divertido. Cosas, por cierto, que nunca he visto en una carrera de bicis. En ningún momento te daba la sensación de estar fuera de lugar, o de que los corricolaris más machacas te fueran a mear en la cara. Y eso a veces se aprecia en otros deportes, aunque sean de un nivel no competitivo profesional. No sé por qué pasa, pero en la bici el rollo es muy distinto.
Así que desde el año pasado, la manía que siempre he tenido a todo lo que oliera a correr ha desaparecido. Misteriosamente, un día me dije: "¿por qué no ir por el monte corriendo en vez de caminando?" Y así surgió. Ahora, en invierno, le he cogido el gusto a eso de salir a correr algunas tardes por el barrio. A diferencia de lo que pensaba, no es para nada aburrido. Se trata de ir concentrado, regulando la respiración, los pasos, y el ritmo. Es un ejercicio más mental que físico, como otros muchos, aunque obviamente la resistencia y el rendimiento es mejor según sea tu condición física. Y por último es un deporte totalmente compatible y complementario con la bici: ejercicio aeróbico y cardiovascular, fortalece el tren inferior y superior, y te dan las mismas ganas de llegar a casa y tomarte un par de birras, así que me vale.
Sin ser ahora un flipao del atletismo ni el footing, y siempre como segundo deporte de apoyo, incluso me está picando el gusanillo y quizás me plantee carreras más largas, quién sabe. Por lo menos, el ambiente en las carreras es muy bueno, y no hace falta federarse. Algo que en el caso de la bici, voy a olvidar radicalmente. Eso de tener que federarse para correr, y así financiar a un lobby corrupto que suspende cautelarmente a ciclistas, sin tener resultados a favor o en contra, se va a terminar. Empieza mi boikot particular a la UCI.
La cosa salió bien. Nunca había participado en una carrera así. Más de 35.000 personas de toda edad y condición corrieron el día 31 de diciembre a las 17.30 horas. Cientos de personas nos animaban desde las aceras, muchos de ellos niños. Las calles del centro de Madrid, la Cibeles, Neptuno, para nosotros. Muchos de los corredores iban disfrazados con cosas estrafalarias... vamos, que era un cachondeo. Un ambiente genial, sano, deportista y divertido. Cosas, por cierto, que nunca he visto en una carrera de bicis. En ningún momento te daba la sensación de estar fuera de lugar, o de que los corricolaris más machacas te fueran a mear en la cara. Y eso a veces se aprecia en otros deportes, aunque sean de un nivel no competitivo profesional. No sé por qué pasa, pero en la bici el rollo es muy distinto.
Así que desde el año pasado, la manía que siempre he tenido a todo lo que oliera a correr ha desaparecido. Misteriosamente, un día me dije: "¿por qué no ir por el monte corriendo en vez de caminando?" Y así surgió. Ahora, en invierno, le he cogido el gusto a eso de salir a correr algunas tardes por el barrio. A diferencia de lo que pensaba, no es para nada aburrido. Se trata de ir concentrado, regulando la respiración, los pasos, y el ritmo. Es un ejercicio más mental que físico, como otros muchos, aunque obviamente la resistencia y el rendimiento es mejor según sea tu condición física. Y por último es un deporte totalmente compatible y complementario con la bici: ejercicio aeróbico y cardiovascular, fortalece el tren inferior y superior, y te dan las mismas ganas de llegar a casa y tomarte un par de birras, así que me vale.
Sin ser ahora un flipao del atletismo ni el footing, y siempre como segundo deporte de apoyo, incluso me está picando el gusanillo y quizás me plantee carreras más largas, quién sabe. Por lo menos, el ambiente en las carreras es muy bueno, y no hace falta federarse. Algo que en el caso de la bici, voy a olvidar radicalmente. Eso de tener que federarse para correr, y así financiar a un lobby corrupto que suspende cautelarmente a ciclistas, sin tener resultados a favor o en contra, se va a terminar. Empieza mi boikot particular a la UCI.
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