jueves, 25 de julio de 2013

Tormenta de verano

La semana pasada, con La Molina, cerré la trilogía de visitas obligadas anuales a estaciones de los Pirineos. Falta Vallnord, adonde iremos mañana para ver la copa del mundo. Dolor de manos y dedos, las típicas tormentas de la tarde y mucha diversión han sido las notas dominantes de estos días. Me sorprendió gratamente La Molina, que parece haberse quedado satisfecha asumiendo un papel de estación modesta, limitada en su infraestructura, pero que esconde grandes regalos. Este año incluso se han permitido retocar (para mejor) algunos tramos y puntos concretos de los circuitos. Sin ser una estación explotada ni al 80% de su potencial, sigue manteniendo la dignidad.



Lo mejor de todo fue que justo al terminar de montar, a eso de las 4 y media (apurando al máximo los 20€ de forfait) se desató un tormentón formidable, de esos que mola quedarse mirando. La tormenta fue tan gorda que al bajar con el coche hacia Toses y Ribes de Freser, me encontré una caravana de coches colapsando la carretera, ante el granizo y la nieve que se estaba acumulando en el asfalto y las cunetas. NIEVE un 20 de julio.

Con esto y alguna salida que quizás se tercie por aquí cerca, cerramos la temporada con la Black Mamba y nos iremos de vacaciones con los deberes hechos.





jueves, 18 de julio de 2013

Grandvalira

Con seis hermosos moratones en las piernas aún frescos y lozanos, como souvenirs del viaje a Suiza, me planté en el fin de semana siguiente de regresar de los Alpes. Ya había pasado una semana desde que volvimos del viaje y, al contrario de lo que me pasó el año pasado, ya quería volver a coger la bici.  El año pasado, al volver de Zermatt, pasó una cosa muy curiosa, y es que dejé la bici embalada en la caja un mes entero. Según la había traído en el avión. Acabé tan satisfecho que no quise tocar la bici durante un buen tiempo, esperando que no se empañaran los recuerdos de aquel pedazo de viaje y de senderos. Cualquier cosa que hiciese después de Zermatt iba a ser una auténtica mierda comparado con aquello, así que no merecía la pena ni sacar la bici de la caja de cartón en la que la llevé. Y no fui el único, porque a mi colega de aquel viaje, Simon, le pasó lo mismo.

Con cara de bobo en el telesilla... ji, ji.
Este año ha sido distinto. No es que el viaje fuera peor, ni mucho menos, pero no quería desaprovechar el buen momento en el que me veía. El calor no está castigando demasiado, tenía pendiente subir a los Pirineos, y apetecía pasar un finde fuera de la ciudad con Cris. Así que una semana después de volver de Suiza nos fuimos a Andorra. Concretamente a Grandvalira.

Granvalira es una estación y bikepark que me encanta. Por su situación no es un destino masificado, y la calidad de las bajadas son excelentes. Además las hay de todos los tipos, y en especial de las que más me gustan: las fáciles. Senderos sin dificultad técnica pero donde se pueden alcanzar grandes velocidades y muchísimo flow. Bajadas largas desde cotas altas, que atraviesan praderas infestadas de marmotas, con curvas y switchbacks interminables, y fluidez total. Las últimas tormentas de verano habían dejado un terreno perfecto, con un agarre excelente, y las montañas estaban preciosas.

Así que el sábado lo pasé disfrutando de las bajaditas a buen ritmo, y del deporte local por excelencia: el avistamiento de marmotas. Especialmente había una que cada vez que subía en el telesilla de la Solana la encontraba en la misma postura: haciendo de guardiana en su madriguera. La marmota tenía su guarida justo debajo de uno de los postes del telesilla, y se pasó la mañana apostada a la entrada mirando pasar a unos cuantos muchachos con sus bicicletas, por encima de su cabeza.

Y como es habitual en esas latitudes, a eso de las 2 de la tarde el cielo comenzó a cubrirse de nubarrones negros. No tardaron en descargar una buena cantidad de agua y unos cuantos rayos y truenos, y ya no paró hasta el día siguiente. Toda la tarde lloviendo. Algo muy de agradecer, la verdad. Yo ya me había quedado a gusto con las bajadas de la mañana, así que no me importó en absoluto tener que meter la bici en el coche y largarnos al camping. Pasar la tarde en los Pirineos, escuchando la lluvia en la tienda de campaña también es parte del encanto que tiene la montaña. ¡No todo en la vida es bici, aunque parezca mentira!

Otra visita anual a Grandvalira y al camping Santa Creu (como no podía ser de otra forma) realizada con éxito. Me encanta Andorra.



martes, 16 de julio de 2013

En los Alpes

Ya han pasado unos cuantos días. Y es que para ponerse a escribir sobre un viaje así, uno necesita reposar y que se asienten las imágenes almacenadas en la retina. Digerir el festín de momentos, esfuerzos y diversión. Y es que el retorno de los Alpes es duro. Siempre lo es cuando te pasas una semana (casi) en un sitio rodeado de tresmiles y cuatromiles, con algunas de las montañas más famosas del planeta como fondo de pantalla mientras desayunas. Es duro volver, pero hay que hacerlo y contarlo para convencerse de que es real.

En esa semana tuvimos buen tiempo excepto un día, que al final lo declaramos apto para montar, y que nos regaló unos paisajes dignos de Juego de Tronos o El Señor de los Anillos. Nieblas, lloviznas, bosques húmedos repletos de musgo y raíces... paisajes encantados. Una jornada excepcional. Pero no menos que las demás, ya que el resto de los días hábiles para montar disfrutamos del sol y las altas temperaturas, gracias a las cuales los glaciares de los Alpes se están derritiendo como un Frigodedo, en los últimos años. Efectivamente, amigos. Esta fue una de las muchas enseñanzas culturales que nos dejó este viaje a Suiza. Los glaciares alpinos han retrocedido más de un 60% en los últimos cien años, y lo pudimos comprobar en vivo y en directo. En algunos glaciares a los que pudimos acercarnos en las rutas, había fotos de alrededor del año 1900 y se veía perfectamente cómo la morrena llegaba hasta escasos metros del punto en el que estábamos. Ahora había retrocedido tanto que ya no se veía desde esos sitios y había que ascender hasta mucho más arriba para verlo.

En fin, que ese buen tiempo que tanto gusta a los domingueros y que tantos carcinomas está causando a la peña, es el mismo que también está derritiendo los glaciares y las grandes masas de hielo del Atlántico norte. El tema "cambio climático" fue, de hecho, un tema de debate en el grupo durante esta semana, pero dejémoslo aparte y centrémonos en el concepto. El montar, el riding.

Las agradables temperaturas y las precipitaciones recientes en esa zona habían dejado el suelo en condiciones óptimas para rodar en bici. Curiosamente, y tal como habíamos previsto durante la preparación del viaje, nos íbamos a un punto para nada caliente de los Alpes, en el sentido de que íbamos a encontrarnos a poca gente haciendo lo nuestro. Al huir de los bike parks se abre un mundo de posibilidades y de senderos, la mayoría para caminantes, pero por eso precisamente también más vírgenes y sin tráfico de bicis. Esto tiene sus pros y sus contras, claro, pero la elección de un "secret spot" frente a un "hot spot" creo que va más con la filosofía de montar que a nosotros nos gusta. Esto te hace currar mucho más, evidentemente. Superar mayor desnivel, mirar el mapa constantemente, etc. Ser creativo y saber improvisar. Pero eso lo hace, al fin y al cabo, más divertido y con más dosis de aventura que si te dejas caer por pistas marcadas y trazadas para bicis.

El caso es que con esa filosofía en mente nos adentramos en el mundo de las megasubidas a cotas de 2.500, salvando mil metros de desnivel, para luego deslizarnos por más o menos progresivos descensos, atravesando páramos y bosques sin parar, intentando perder poca cota y enlazando líneas de altura, hasta el punto inicial. Las subidas eran duras y largas, pero compensaban por el increíble paisaje que disfrutábamos mientras tanto. Y una vez arriba, las bajadas en su mayoría (excepto alguna muy extrema que apenas era ciclable) tenían una mezcla de todo un poco: partes con algo de técnica, piedras, raíces húmedas... y sobre todo mucho curveo, singletrack, escalones, sendero ancho muy rápido... todo aderezado con unas vistas de infarto. Si no era el mítico Eiger, era el Jungfrau, el Mönch o cualquiera de las cumbres que el alpinismo y la escalada han hecho famosas.

Así que, como siempre, una semana da para mucho pero siempre vuelves con ganas de más, y con la sensación de que has hecho la punta de un iceberg gigantesco que se esconde en esos bosques, y que nunca se acabaría. Ni aunque vivieras allí cien años.
















viernes, 28 de junio de 2013

Preparando las maletas (otra vez)

Preparar las maletas para un viaje siempre es excitante. La perspectiva de un viaje siempre lo es, o casi siempre -si es por trabajo puede llegar a ser un coñazo-, y hacer las maletas forma parte del ritual que lo acompaña. Así que, normalmente, pensar en qué llevar al viaje suele ser parte del mismo. Comenzarlo desde casa. Este año ya me ha tocado hacer la maleta unas cuantas veces, por trabajo y por placer, y ahora toca una de placer -aunque quizás también conlleve algo de trabajo. El caso es que a poco que uno esté familiarizado con los desplazamientos, fines de semana y vacaciones de guardar, cada cual tiene sus métodos propios de hacer la maleta. El mío es bastante simple.
Preparativos de viaje, mapas, billetes, revistas... 
Si el viaje es largo, hago una lista de cosas para llevar. Si es corto no, pero dependiendo del sitio puede que también. También suelo hacer la maleta con una cerveza a mano. Así sucede, que a menudo me dejo las cosas en casa. Si voy a un país con enchufes distintos a los nuestros, me olvido los adaptadores. Si voy a un sitio de playa, se me olvidan las chanclas. Si voy a la montaña, me dejo el gorro de lana. Y así sucesivamente. Pero la experiencia es un grado, así que siempre que puedo intento hacer la maleta con varios días de antelación. De esta forma siempre me acuerdo de algo con lo que no contaba o se me había olvidado.

Otro gran truco a la hora de preparar la maleta para un viaje es mentalizarse para llevar pocas cosas. Si piensas en llevar muchas cosas acabarás cargando un maletón y medio, pero si te propones llevar un equipaje pequeño, con un poco de suerte cabrá todo en una mochila. Es decir, que siempre llevamos más de lo que queremos y de lo que acabamos necesitando. Calculo que normalmente llevo un 40% 20% más del equipaje que después necesito. No falla. El problema es que si de entrada pienso en quitar ese 20% que sé que me va a sobrar, lo acabaré pagando muy caro. Es posible que me vea sin cepillo de dientes, calcetines, calzoncillos o cualquier otra cosa de necesidad básica. Así que ya cuento con ese extra de más y no me complico la vida.

Muestra de maleta el año pasado.
En definitiva, mi forma de hacer las maletas es bastante cutre, nada práctica y desde luego improvisada. No soy un ejemplo en hacer maletas, vamos. Y cuando hay aparatos electrónicos de por medio, olvídate. Últimamente la proporción de cables, cargadores, adaptadores y cámaras es bastante superior al de calzoncillos y calcetines, lo cual puede ser preocupante para más de uno.

Pero en fin... Todo este rollo para decir que... ¡LLEGÓ LA HORA DEL VIAJE ANUAL DE BICI! Seis días en el corazón de los Alpes Berneses darán para mucho, pasarán rápidos y sucederán un sinfín de anécdotas y escenas. Así que hay que aprovechar cada minuto.

Llevamos meses preparando este viaje con los sospechosos habituales del Team, así que voy a ponerme con la maleta, abrir una cerveza y a empezar de una vez otra nueva aventura absurda y fenoménica.






martes, 25 de junio de 2013

Roadtrip II parte


Nos habíamos quedado en mi pueblo, cuando apagué el cerebro durante un par de días. Venía de pasar unas jornadas en Calatayud y Logroño, en un comienzo de junio frío y lluvioso. Pues nada, al llegar a mi pueblo soriano, obviamente, las condiciones siguieron así. Tanto que nada más llegar a casa encendí la chimenea. Y abrí una cerveza, claro. No podía ser mejor: mes de junio, chimenea y cielos grises. El paraíso.

Estuve aletargado ese fin de semana, y el lunes ya me puse en marcha. El objetivo, después de dos días sin tocar la bici, era atacar una bonita ruta que hice hace unos meses con los colegas de Navaleno BTT. No toda la ruta entera sino un bucle con comienzo y fin en San Leonardo de Yagüe.

En tierra de Pinares.
San Leonardo, en la comarca de Pinares, es uno de los pocos municipios españoles que conservan el nombre con el que se le bautizó durante el régimen franquista. El antigüamente conocido como San Leonardo de Arganza, cambió a San Leonardo de Yagüe en honor al militar falangista Juan Yagüe, conocido como "el carnicero de Badajoz". Objetivamente no veo ningún motivo para que San Leonardo (como cualquier otro pueblo de España) lleve el apellido de militares franquistas o republicanos en sus topónimos. Una cosa es la historia, respetarla y conocerla sin ideologías ni prejuicios, y otra cosa es hacer de la historia un lastre, que ofenda a las víctimas y ensucie el presente de sus honrados habitantes, 70 años después de una guerra civil. San Leonardo debería eliminar ese apellido de su topónimo, que hace referencia a un personaje infame de la historia, y quedarse así. ¿O es que alguien se imagina que Srebrenica, en Bosnia, pasara a llamarse Srebrenica de Mladic? La historia para los libros, no en los carteles de las calles.

Aparte de la polémica, San Leonardo es un pueblo que me encanta. Y desde allí parte una ruta formidable que atraviesa el Cañón del Río Lobos. Bueno, no exactamente desde allí. Antes hay que dar una vuelta por la comarca. El caso es que para la ocasión decidí hacer uso de la bici que tengo en mi pueblo: la Sunn rígida. He de decir que a los que nos gusta el mountain bike, una rígida es como un disco de vinilo para un melómano. No existe mayor sensación de música en las piernas que con una rígida. Los surcos y el ruido de fondo pasan de la cubierta a la cadena, y de ésta al pedal. Una rígida por los senderos mullidos, limpios y puros del Cañón es como el Dark Side of the Moon de Pink Floyd o el Oxygène de Jean Michel Jarre, en un tocadiscos.
Un sendero pata negra.

Conforme iba adentrándome entre las estribaciones del Cañón, el sendero se iba haciendo más estrecho y revirado, pero conservaba un firme compacto y a la vez mullido, que era como rodar por una moqueta. Mientras tanto, buitres merodeando las lomas, un cielo gris amenazante y un espacio vacío, únicamente poblado de ruidos y murmullos del bosque. Toda una obra de rock progresivo o de música electrónica analógica, para las piernas. Una sinfonía de esencias y de flow, incrementado como un amplificador al ir montado sobre una rígida del año 96. Cientos de decibelios y miles de watios silenciosos por un tubo de acero Tange.

Y esa fue la ruta épica de esos días en mi pueblo. Otros días transcurrieron y decidí montarme un pequeño circuito en forma de pumptrack, en una chopera donde de pequeños, con 10 o 12 años, los amiguitos del pueblo montamos un pequeño circuito para nuestras bicis. En ese mismo lugar, ya casi con 40 años en las piernas, encontré divertido volver a trazar ese mismo circuito y probarlo como pista de pumptrack, entre comillas, porque era más un pasatiempo que un verdadero circuito de pumptrack, claro. Me acordaba perfectamente del trazado entre los árboles, de modo que en una mañana tuve listo el circuitillo. Tenía su gracia, pero dar 5 vueltas a fondo no era nada fácil. Pedaleo, trazar, arracar, curva, arrancar... 15 segundos de sprint por vuelta era un buen entrenamiento, así que me pasé allí unos buenos ratos de mañana y de tarde.
Recuerdos de carreras en casa (y de
cosas históricas, como la matrícula de mi
primer coche o la placa antigua de la casa)

Circuitillo entre los chopos, recuperado
25 años después...
Sí, es curioso cómo después de 25 años uno vuelve a los sitios donde era feliz con sus amigos de la infancia y con las bicicletas. Ahora, en vez de una BH iba con un bicicletón de enduro, pero en el fondo eran esas mismas sensaciones de libertad, naturaleza e ingenuidad que en esos años. Ese circuitillo, pequeño y ridículo como el circuito del Jarama visto en el año 2013, era en aquellos años el epicentro del mundo, y el origen de una serie de cosas que fueron surgiendo con el paso del tiempo: una forma de ver la vida sobre dos ruedas gordas.