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viernes, 25 de octubre de 2013

Bici nueva pero antigua

Esta semana he estrenado bici. Después de mucho sopesar, valorar, analizar y buscar excusas para no hacerlo, no encontré ninguna. Todo me conducía a desprenderme de mi noble bici urbana (El Cuervo), que me ha acompañado durante un par de años, y lanzarme a una nueva aventura ciclista. Agradecido por el buenísimo comportamiento de la Univega convertida en singlespeed, buscaba otra cosa. Ruedas grandes, geometría aún más retro. Nos despedimos con mutuo afecto, se la entregué a su nuevo dueño (un chaval de Hong Kong de Erasmus en Barcelona, muy majete) y se queda en buenas manos.

En mi búsqueda de lo esencial, lo sencillo y lo primigenio había llegado a dos opciones. Decantarme por una bici de montaña de 29 pulgadas o por una bici de carretera. Ambas opciones, singlespeed. Porque tengo claro que todo lo que no sean bicis dobles, de montaña pura, no pueden ser más que singlespeed. Al menos es lo que yo busco: bicis simples, cuanto más mejor. Para moverse por la ciudad, para entrenar o pasear. Y además que estéticamente aporten algo, claro.

Así que me he decidido por la opción más rebuscada, pero también la más simple y la más antigua. El antepasado, el neanderthal de las bicis, el fósil redescubierto y reinventado por una marca que, hay que decirlo, es irregular y errática como pocas, pero que mantiene unas líneas y unos principios que nadie más en la industria de la bici mantiene. Kona. Capaz de ser los mejores bestsellers del freeride en los principios de los 2000, morir de éxito y malvivir a base de gamas mediocres en los últimos años, y renacer hace un par de temporadas con maravillas y delicatessen minoritarias como son la Unit o la Honzo.

Mi nueva bici es la Kona Paddy Wagon. Un 42-16 de rueda libre o fixed con la que estoy aprendiendo a montar de nuevo. Con 37 años esta es mi primera bici de carretera (si se puede llamar así), y MOLA.


Me gusta haberme reecontrado con una casa familiar como es Kona. Siempre me ha gustado y es una de las marcas con más personalidad del mercado, a pesar de esos vaivenes que comentaba. Así que nada, a disfrutarla.

Y ahora, este video es una divertida parodia de lo que somos los mountain bikers, manías y actitudes que nos delatan. Muy bueno y bastante acertado. Aunque yo añadiría una cosa más: los pantalones. No se es un auténtico mountain biker sin todos tus pantalones marcados con grasa de cadena o descosidos en la pernera derecha. Es uno de los rasgos que delatan inevitablemente a cualquier biker.










jueves, 17 de octubre de 2013

Iconos del deporte con manual de uso

Hablar de ciertos personajes no merece el esfuerzo. Personajes que intentan llamar la atención y convertirse en productos de marketing, utilizando el deporte para fines personales. Aunque intenten disfrazar estos fines con cosas tan loables en apariencia como "esfuerzo", "superación", "dónde está el límite", etc. (véis por dónde voy, ¿no?). Lo criticable de estos personajes no es que intenten hacer las cosas, o que hagan deporte, o que se esfuercen. Eso está muy bien. Lo que los convierte en payasos de circo es que vendan esos valores y comercien con ellos. Y lo explicaré con argumentos de marketing.


Efectivamente, todo el deporte es un negocio en sí, y no pasa nada. Todo está en venta y todo se compra. Pero hay diferencias, no todo vale. Uno puede "comprar" -identificarse con un valor del deporte, representado en un icono- ciertos productos: puedes comprar a Cristiano Ronaldo, a Sebastian Vettel, a Lance Armstrong... incluso puedes comprar a un tipo que se hace pasar por broker y deportista de resistencia. Cada uno es libre de comprarse lo que quiera y de comulgar con lo que le guste, por supuesto. Pero la publicidad de estos productos suele ser engañosa.

¿Verdad que los productos de consumo habituales cumplen con unas normas de calidad? Hablo de productos y bienes de consumo de supermercado, producto final, retail. Coches, bicis, muebles. En cambio, cuando uno compra un valor, cuando se identifica con un icono del deporte, no hay ningún control de calidad sobre ese producto. Se puede llegar a vender cualquier cantamañanas que le interese a una marca en concreto, en un momento determinado. La gente lo comprará, se identificará con esa imagen, habrá hasta quien lo imite y quiera emularlo, y en definitiva hará con él lo que con cualquier otro producto de consumo en su ciclo de vida.

Yo llamaría a estos iconos "productos de valor". También se llama marketing de celebridades. Son productos de una marca, generalmente. Lance Armstrong, Michael Jordan, gente así. Estos grandes productos son apuestas (arriesgadas) de las marcas por grandes deportistas, y ha habido de todo desde que se inventaron. Desde casos de éxito rotundo, como Michael Jordan, hasta fracasos como Lance Armstrong. A Nike le salió muy bien Jordan y le salió fatal Armstrong. Pero en ese camino hizo un negocio descomunal, por supuesto. Y la gente estuvo satisfecha consumiendo la imagen de estos iconos, que los inspiraban para superarse a sí mismos. Hasta ahí, todo bien.

Pero, ¿quién regula la calidad de los valores que me están vendiendo? A una marca le puede gustar un tipo, lo vende y es legítimo, pero ¿y si sólo es fachada? Eso sería publicidad engañosa, ¿no? Hay infinidad de casos polémicos en este tema. Dennis Rodman, por ejemplo. Shaun Palmer. Deportistas que vendían una imagen de transgresores y eran criticados, pero resulta que luego eran genios en su deporte. Nada que objetar, por tanto. La gente amaba al estrambótico Shaun Palmer y detestaba a Nicolas Vouilloz, un tipo soso y sin sustancia. Las marcas, obviamente, detectan eso y comercian en consecuencia. Venden lo que la gente quiere comprar. ¿Seguro? Las marcas invierten en aquello que quieren vender, y de hecho crean la necesidad de consumir un determinado estereotipo. El deportista de acción no puede ser un soso, debe ser un descerebrado. ¿Por qué no se vendió la imagen Vouilloz ganando 10 mundiales? Porque era mucho más fácil vender el estilo rockstar de Shaun Palmer, por ejemplo.

Por tanto, no es una cuestión de que un deportista sea mejor o peor que otro. No es ni siquiera que uno lleve tatuajes y otro no. No es cuestión de que gane más trofeos o gane menos. Es una cuestión de crear estereotipos, productos e iconos, según el estilo de vida dominante. Es más guay ser Shaun Palmer que Nicolas Vouilloz, pero ¿por qué? ¿Porque hay unas marcas que eligen a ese icono para vender sus valores? Si los deportistas hacen algo es inspirar a la agente, nos orientan sobre dónde están los límites, los retos, pero utilizarlos para transmitir una escala de valores a la sociedad es más arriesgado que los deportes en sí. Por eso decía que no todo vale. Por supuesto, no vale lo fácil. Y fácil es convertir a un tipo que sabe venderse en la imagen de conceptos como "dónde está el límite". Pero, ¿por qué no coger a un tipo cualquiera, a uno de los cientos que corren triatlones hoy en día, que entrenan duro, que se esfuerzan, que tienen el dinero justo para llegar a fin de mes y pagarse sus inscripciones y viajes a las carreras, y los conviertes en iconos? ¿Eso es más difícil, verdad? ¿O por qué no coges un deporte minoritario (casi todos en este país) y patrocinas carreras o competiciones, campeonatos y ligas? Porque es más fácil vender un icono que promocionar un deporte, ¿no?

Por tanto, digamos las cosas por su nombre. El mal marketing vende lo fácil, lo obvio. La imagen, la fachada, sin pararse a pensar qué hay detrás. Si hay algo o si simplemente vale con vender el impacto, desentendiéndose del resultado. ¿Qué servicio post-venta tiene un producto de consumo como un icono del deporte? ¿Alguien me atendería si reclamo que he intentado hacer 7 ironmanes seguidos y me ha dado un infarto?

En fin, que las grandes marcas del deporte utilizan a supuestos deportistas (algunos lo son, otros no) para vender. Pero ¡eh! en el fondo nos hacen un favor a todos, porque prefiero que se utilice la imagen de un producto de consumo como Josef Ajram, a pervertir la imagen de un deportista anónimo que se hace 30 ironmanes en 30 días. O la de nuestro gran campeón del mundo de triatlón, Javier Gómez Noya. Ese tipo sí es un valor de deporte, y ese tipo sí que vende valores auténticos. Porque no vende actitud, ni resultados. No vende nada, y por eso es creíble. El otro tiene que estar ahí para hacer la pose, como un actor, y vendernos algo, dar un mensaje. Eso no lo convierte en una mala persona, obviamente. No se puede odiar a alguien por hacer lo que hace Josef Ajram. Se le puede adorar como a un semidios, se puede pasar de él o se puede mirar hacia otro lado. Pero que alguien explique qué se compra cuando se compra a Josef Ajram. Consumir este tipo de valores debería llevar adjunto un manual de instrucciones, una letra pequeña o algo, para saber de qué estamos hablando. Si hablamos de productos o si hablamos de valores. Y que cada uno consuma a gusto pero sin engaños.


jueves, 10 de octubre de 2013

La calle para el que la trabaja

El pasado fin de semana tuvo lugar el I Descenso Urbano en Barcelona, DUB, un evento organizado por los chicos de Ocisport que en principio iba a celebrarse en la semana de las fiestas de la Mercè, pero que al final se pospuso a mejores fechas y previsiones meteorológicas. La prueba fue un éxito, al menos teniendo en cuenta las inscripciones, afluencia de público y organización en general. Y sobre todo fue un éxito habida cuenta de la NULA, cero, niet, zero difusión que tuvo la prueba desde medios públicos y privados. Es curioso que en la ciudad que se volcó con los X Games hace escasos meses no se preste atención a una prueba que puede convertirse, a poco que triunfe, en un referente nacional. No vamos a decir que el DUB sea como el Lisboa Downtown porque sería mentir, pero sin duda un descenso urbano en una ciudad como Barcelona tiene muchas posibilidades de crecer si encuentra el compromiso de un sponsor.

Roger González en el I Descenso Urbano Barcelona.

En esta edición, el ayuntamiento de la ciudad dio el visto bueno a la prueba propuesta por Ocisport. Y para lo poco que los han ayudado, ha salido fenomenal. Espero que un patrocinador apueste por este formato y que la prueba crezca, porque como dependa del ayuntamiento... El mismo ayuntamiento (o poder público, me da lo mismo) que quiere imponer la normativa de circular con casco por las ciudades y poner multas por alcoholemia a los ciclistas, el mismo que no hace nada para conciliar el uso del vehículo con la bici, que se gasta millones en traer unos X Games y luego no mantiene ningún equipamiento deportivo para modalidades como el dirt, bmx o skate, y el mismo que ocasionalmente sanciona y multa a estos mismos deportes urbanos pero vende suelo público a los grandes equipos de fútbol para financiar su deuda. Deuda que ha contraído malgastando coches oficiales, abandonando (o privatizando) infraestructuras y equipamientos o invirtiendo en eventos, campañas o congresos por intereses descaradamente personales o políticos. De este tipo de ayuntamientos, como de todos en realidad, no podemos esperar nada mientras los que están al mando ignoren a los colectivos a los que afectan cuando toman decisiones. Es decir, a todos.

El uso del espacio público, y esto enlaza con lo anterior, es una de las conquistas sociales que más peligra ahora mismo, desde el punto de vista del activismo y la legitimidad ciudadana. Lo vimos con el movimiento del 15M, el desalojo brutal de manifestantes y acampados pacíficos en la Puerta del Sol, etc. El uso de la calle y del espacio público siempre ha sido parte de los movimientos revolucionarios o de derechos civiles y sociales como el espacio común en el que se pueden y se deben llevar a cabo manifestaciones cívicas de la ciudadanía en cualquiera de sus formas: desde mostrar el desacuerdo de un colectivo con determinadas cosas, hasta practicar cualquier forma de cultura o expresión artística. Siempre que no violente a los demás y se desarrolle en unas formas razonables de civismo. Ciudades como Berlín o Londres han sido históricos ejemplos de espacios públicos amigables con la ciudadanía. Pero desde la contraofensiva neocon de las últimas décadas los espacios públicos están en franco retroceso, aquí y en todas partes. El nuevo pecado capital que han inventado los poderosos es que la calle es sagrada, es el santuario de la democracia y el pensamiento único, y no se puede dejar en manos de la chusma. ¿Una democracia para el pueblo? ¡Dónde se ha visto eso!

Bansky
Por eso, ante el avance del ejército de Sauron y sus malolientes orcos, hay que proponer contraofensivas creativas. Mientras ocupemos los espacios públicos y no se adueñen de todo, hay esperanza. Por eso hay que seguir apoyando el skate, los músicos y artistas de la calle, la manifestación, el flautista, el partido de fútbol espontáneo... y por supuesto las bicis en cualquiera de sus formas. Laissez faire, laissez passer. Libres, cívicos y solidarios. ¿Una utopía? No creo, "it's easy if you try". Las revoluciones empiezan por uno mismo.

jueves, 3 de octubre de 2013

Sobre Lauda y Hunt

La Formula 1 siempre ha sido un deporte apasionante para mi. De niño solía ver las carreras por la tele con mi padre, ya desde los tiempos de Fittipaldi, que era el mito a batir en esos años. Keke Rosberg, Jacques Laffitte, Jacky Ixx o Didier Pironi fueron los primeros pilotos de F1 de los que oí hablar. Por supuesto, para un niño aquellos tipos eran héroes que llevaban bólidos con los que yo jugaba, los gladiadores de la velocidad. Unos superhombres por encima del bien y del mal. Años más tarde me olvidé por completo de la Formula 1, sobre todo en los años de la dictadura de Schumacher y cuando la tecnología y los presupuestos desorbitados empezaron a dejar de lado a los pilotos y a centrarse en la pasta.

Hace unos años, desde que Fernando Alonso está donde está, he vuelto a aficionarme a las carreras, al espectáculo y a lo que simbolizan esos tíos, que no es otra cosa que la historia viva del automovilismo. Pero sobre todo, a admirar a aquellos tipos, muchos de ellos ya muertos, otros lisiados. Y también a aquellos artefactos de velocidad y riesgo "a pelo".

Recién vista Rush, la película sobre James Hunt y Niki Lauda, me he reecontrado con aquella época. Cuando los pilotos se dejaban las manos cambiando las marchas, cuando el estilo de pilotaje de cada uno no lo tapaban los controles de tracción ni los difusores, y cuando la Formula 1 era un deporte de ricos, de playboys y de melenudos adictos al riesgo. James Hunt y Niki Lauda fueron los máximos rivales de la F1 durante 1975 y 1976, y además tenían dos estilos absolutamente opuestos. Hunt era el estereotipo de niño bien británico, guapo, juerguista, con carisma y con un estilo salvaje. Un rockstar. Nada que ver con ese austríaco feo, metódico, cuadriculado y obsesivo de la mecánica, también forrado de billetes heredados, que había comprado su sitio en Ferrari a base de talonario. En lo único que ambos coincidían era en su ambición por ganar. Eso, y que ambos corrían como demonios, aunque Lauda lo hacía calculando porcentajes y Hunt después de tomarse un whisky.

Son dos estilos de vida ante el deporte, o dos estilos de deporte ante la vida. El uno, indudablemente atractivo... ¿a quién no le gusta sentirse el puto amo de vez en cuando? Ser el rey del mambo, el guaperas-forrado que además es un crack en lo suyo... Pero el otro, sin ser quizás atractivo, es más real. De carne y hueso (nunca mejor dicho). No serás el más guapo ni el más deseado, pero sigues siendo el puto amo porque ganas con la cabeza. El otro gana con el corazón. Pero, ¿Niki Lauda ganaba sólo con la cabeza? Lo dudo, porque cuando se quemó el cuerpo en Nürburgring, seguro que la cabeza le decía "no vuelvas a subirte a ese coche en la vida", y sin embargo a los 30 días volvió a correr un Gran Premio y quedó cuarto. Eso con la cabeza no lo consigues. Lo consigues con el corazón. O con cojones. O con ambas cosas.

Ahora, en la era de los deportistas de laboratorio, las actitudes de aquellos años están mal vistas. Como Raikkonen, que se toma una cerveza después de ganar un Gran Premio y sale en todas las televisiones. "Oh, se ha tomado una cerveza". ¡Lo que tendría que tomarse es una caja! Los patrocinadores quieren pilotos-anuncio que no den problemas, que se cuiden y sean estables, para que los titulares y los flashes los ocupen las marcas. El capital. La personalidad y el estilo son bienes cada vez más escasos en estos tiempos. Pero estoy seguro de que la mayoría de los pilotos actuales se cagarían en el mono de carreras si tuvieran que coger los coches que llevaban Lauda, Hunt y compañía en esos años.

En definitiva, viva el estilo de cada uno y muerte al capital.