jueves, 19 de agosto de 2010

¿La generosidad ha muerto?

Un reciente artículo del semanario Newsweek (9 de agosto de 2010), titulado "La muerte de la generosidad" dibuja un panorama sombrío sobre la situación actual de la ayuda internacional hacia los países en desarrollo. El artículo rememora cuando hace 10 años las economías occidentales todavía estaban boyantes. Tony BlairBill Clinton se hacían fotos con los nuevos expertos en desarrollo mundial, como el cantante Bono; Jeffrey Sachs se convertía en el apóstol del neo-desarrollismo, y los recién comprometidos Objetivos del Milenio estaban en pleno auge. Una ola de optimismo y de retos alcanzables recorría los foros internacionales.

Ahora, 10 años después, las economías occidentales están inmersas en una crisis de desenlace impreciso. La ayuda internacional, según este artículo y otros críticos, está en un proceso de escepticismo, de cambio, cuando no de retroceso. Recientemente, se daba a conocer que unos 3.000 millones de dólares destinados a la ayuda se habían esfumado de Afganistán desde 2006. De los 9.900 millones de dólares de ayuda a Haití, comprometidos por la comunidad internacional a raíz del terremoto del pasado mes de enero, sólo se ha ejecutado el 2%. Y habrá más ejemplos con lo sucedido estos días en Pakistán.

Aparentemente, todos estos datos son demostrables. El artículo dibuja un panorama oscuro, pero en cierto modo realista: "¿para qué sirve la ayuda internacional? No parece que los países pobres hayan mejorado su situación", parece querer decir.

Sin embargo, este escepticismo hacia la utilidad de la ayuda internacional no es nuevo. En cada época de crisis o recesión económica, uno de los temas recurrentes es el replanteamiento de la ayuda al desarrollo. Es natural en una economía global de mercado que busca la optimización de las inversiones y donde la rendición de cuentas es más relevante que nunca.

Digamos que sí, que es cierto. La ayuda ha retrocedido. El propio Banco Mundialreconoce que el crédito a ciertos países ha aumentado en 2010, pero que la ayuda comprometida por los donantes, especialmente al África subsahariana, ha sido insuficiente. Los países donantes han incumplido sus compromisos de ayuda por diversas razones: la crisis financiera, la corrupción de los gobiernos locales, o la propia dificultad de muchos gobiernos por "vender" programas de ayuda entre sus propios electorados o parlamentos. Digamos que el mundo es más insolidario -es decir, ineficiente-, y hay razones que lo justifican.

En realidad, estas supuestas razones son las que tienden la trampa. Las economíasneoliberales siguen sin aceptar la utilidad de una ayuda internacional desinteresada, y ahora han encontrado la excusa perfecta: una crisis global que les haga mirar hacia sus propios problemas, o repensar la forma de esa ayuda. Las razones económicas demuestran que la ayuda internacional no soluciona los grandes problemas del mundo, por lo tanto hay que plantear otras alternativas máseficientes.

El artículo de Newsweek, como buen medio norteamericano impregnado de neoliberalismo, no se da cuenta de que la mayoría de la ayuda internacional desde el sagrado Plan Marshall (extraído de la teoría keynesiana), ha sido condicionada estructural y políticamente a intereses económicos. Evidentemente, de esta forma es imposible que la ayuda sea mínimamente efectiva, por lo tanto es fácil renegar de ella y condenarla al fracaso para reconducirla hacia otros intereses, que por otra parte ya subyacían en las estrategias de los organismos financieros internacionales.

Pero lo realmente escandaloso de este discurso es que la conclusión no se plantea eliminar o reducir la ayuda. La conclusión es que hay que mantenerla, porque "si no los ayudamos nosotros, otros lo harán, como ChinaVenezuela". Y ellos sí que tienen intereses en los países a los que ayudan (China ya es el principal "donante" en África, del cual obtiene el 30% de su consumo de petróleo), no nosotros. Con lo cual, la propia tesis destapa lo que en verdad los países occidentales (Estados Unidos y las instituciones financieras a la cabeza) piensan de la ayuda internacional: que no la conciben sin estar ligada a intereses estratégicos, económicos o políticos. Simplemente, es una cuestión de mercado, unneocolonialismo de tapadera.

El mejor ejemplo de este pensamiento neocol se ilustra cuando etiquetan a Somalia, Chad y Sudán como los "peores estados fallidos del mundo", como los llama la revista ultraliberal Foreign Policy -del mismo grupo editorial que el Washington Post y Newsweek-. Estos "estados fallidos" coinciden con zonas de desastres humanitarios, y según este análisis "el fracaso de las políticas de desarrollo puede dar lugar a estados fallidos, que a su vez pueden alimentar el radicalismo político y el de grupos armados locales". Una lectura sin ambages de la ayuda al desarrollo en términos geopolíticos.

Los últimos 30 años han demostrado que cuando la ayuda al desarrollo se entiende -extraoficialmente, claro- en clave política y se diseña desde los mapas, sin contar con la sociedad civil y las organizaciones sin ánimo de lucro y humanitarias, el resultado es contraproducente. Un quid pro quo entre no iguales no es justo, y genera más desigualdad. Optar por otras vías no garantiza el éxito, pero desde luego evitaría muchas consecuencias impropias que genera una ayuda al desarrollo mal entendida.

Imagen: Worldmaps

martes, 10 de agosto de 2010

Palaíso secleto

Como cada año, el Team vuelve a la carretera y a los caminos en busca del flow. Durante doce meses, cada uno se prepara a su manera para la culminación que supone la semana del Team. El viaje a algún lugar en el que dar rienda suelta a nuestros instintos más básicos y primitivos: montar en bici y tener la casa hecha un desastre. La víctima suele ser una estación de montaña. Los Alpes o los Pirineos. Y su correspondiente apartamento, que utilizamos como garaje, barbacoa, cine, bar, taller, y vertedero de ropa sucia.

Este año ha tocado una estación inédita que ha resultado ser un descubrimiento. Por sus instalaciones, escuetas pero de calidad, y sobre todo por las inacabables posibilidades que tiene, este sitio nos ha dejado completamente satisfechos. Y lo siento, pero no pienso dar el nombre de este lugar. Me niego a que se llene de gente y se convierta en otro mega-resort. Estoy harto de inaugurar bike parks semivacíos, y ver que al año siguiente es imposible pararse a mear sin mojar a otro biker.

He llegado a la conclusión de que los sitios que MOLAN deben permanecer en una especie de paradero desconocido, en régimen de clandestinidad, y que sólo se comente en un reducido círculo de confianza. Es una medida de protección y de compensación. Si la gente se repartiera mejor, no habría sitios masificados. Sin embargo, tiene que existir un Benidorm para que haya un Almería, por ejemplo. O un Les Gets para que haya un... lo que sea. Pero al final, cada uno encuentra lo que busca. Eso sí, hay que currárselo un mínimo. Eso de regalar paraísos a quien no sabe paladearlos es como dar de comer margaritas a los cerdos.

Por eso, este año no voy a decir dónde he estado en verano. No conviene pregonarlo a los cuatro vientos. Las venerables montañas no se merecen más hordas que las perturben, sólo las justas, es decir, poquitas y de vez en cuando. En realidad es como cualquier otra ruta, lugar, playa o sitio en el mundo: el problema viene cuando el paraíso se anuncia con luces de neón. En ese preciso momento deja de ser un paraíso y se convierte en una mierda globalizada del Lonely Planet. Y este blog, afortunadamente, no es el puto Lonely Planet.

jueves, 15 de julio de 2010

El mundial

Por fin ganamos algo gordo. Lo más gordo del mundo que se puede ganar: una Copa del Mundo de fútbol. Algo lo suficientemente gordo como para paralizar un país entero y hacer Historia. Algo que recordaremos siempre hasta el día en que nos vayamos al hoyo. España ganando un Mundial. Algo inaudito sólo de imaginarlo cuando éramos pequeños. Y ahora es real.



Estos días me he acordado mucho de Naranjito, cuando hace casi 30 años, en un país que intentaba subirse al carro del desarrollo, acogimos un Mundial de fútbol. En todos estos años hemos sido unos pupas, cada vez hemos llegado un poco más lejos en los mundiales, pero siempre con ese complejo de inferioridad que arrastramos desde hace tanto tiempo (o quizás es congénito). Hasta que desde hace unos años, las cosas parece que empezaron a cambiar, con una generación de deportistas que ganan cosas impensables: Fórmula 1, motos, Tours, Roland Garros, Wimbledons, NBA, y la Eurocopa.

Al ganar el mundial hemos pasado de ser unos eternos aspirantes a algo grande, a ser de los grandes. Esto en cuanto al fútbol. Pero no sólo en esto. Nos hemos limpiado definitivamente de viejos fantasmas, y hemos sacado a relucir que ser español, ondear tu bandera y animar a tu país no es ser un facha ni un nacionalista, aunque les pese a muchos. El triunfo de La Roja es el de todo un pueblo, hecho de gente diversa y plural, cada uno de su padre y de su madre, de su pueblo y de su provincia. Y cualquiera de los caciques que intentan hacer patria de su pequeño pueblo están equivocados de cabo a rabo, porque la historia nos ha demostrado que cuando estamos juntos, somos mejores y más fuertes. Más solidarios y menos egoístas. Menos diferentes y más iguales.

Ayer vi Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela y el mundial de rugby del 95 en Sudáfrica. La historia ha querido que un país como España, sin ser favorito, haya ganado el mundial de Sudáfrica, y lo haya hecho en gran parte empujado por un pueblo –evidentemente no comparable con el que sufría las heridas de Sudáfrica en 1995- pero sí con ciertas cicatrices que supuran de vez en cuando.

Y la peli, a la que encuentro formidable, emocionante, me sugiere unos cuantos paralelismos con la victoria de España en el mundial. Sin ir más lejos, que la victoria de un equipo es la victoria de un pueblo, simboliza el bien común y el entusiasmo colectivo que nos hace iguales a todos. Y esto es positivo, suma a los pueblos y no los resta. Villarriba y Villabajo seguro que se juntaron en la Fuente de Enmedio para celebrar el Mundial.

La forma en que Mandela se sirvió de un deporte de blancos para unir a todo un país bajo una bandera, un himno y unos colores no es hacer nacionalismo, que es la puta palabra maldita desde el siglo pasado –ojalá la borraran del mapa. Eso es hacer un pueblo, construir una sociedad, unos valores comunes. En realidad, es una gestión de management como la copa de un pino, aunque ahora a cualquier cosa se le llama “management”; no insultemos a Mandela.

Algunos historiadores han dicho que en España habría hecho falta un Mandela para unir la sociedad tras la dictadura. Puede que sea verdad. Pero yo creo que aquí habría sido distinto. Todos estos “héroes nacionales” que tanto les gustan a los anglosajones aquí no funcionan. Ya hemos tenido muchos. Y nosotros a los héroes los fusilamos. Quizás seamos tan simples como pueblo que lo que necesitamos es un partido de fútbol, o ganar Eurovisión... Pero espero, sinceramente, que lo que ha empezado el otro día ganando un símbolo de alcance mundial, no lo rompan los políticos. Aunque eso a lo mejor ya es demasiado pedir.

Podemos pedir a Vicente del Bosque que gane un mundial de fútbol, pero no pidamos a nuestros políticos que hagan bien su trabajo.

jueves, 8 de julio de 2010

Tiempo y Comunicación

Esta semana he asistido a uno de los cursos de verano que imparte la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander. El curso ha sido altamente satisfactorio, y he pasado unos días en una fantástica ciudad como Santander. Todo esto, el curso, el contacto con nuevos colegas de profesión, la ciudad, el ambiente, ayuda a tomar perspectiva de muchos aspectos que la rutina no permite procesar correctamente. Muchas veces no tenemos tiempo para pensar en lo que hacemos y para qué lo hacemos, y eso nos acerca a las neurosis colectivas, que tanto les gusta a los antropólogos y a la psicología social.

Una de las ideas más interesantes que escuché estos días, aplicada a la comunicación y su relación con las nuevas tecnologías, y la difusión del conocimiento y la información sobre y para el desarrollo, fue una muy sencilla. Una vez más, las cosas sencillas son las más sofisticadas. Y era la siguiente: debemos recuperar la propiedad del Tiempo. Como dimensión física, el tiempo se ha convertido en una fuerza de capital. Pero la percepción del tiempo que nosotros fabricamos es irreal: las tecnologías contribuyen, en última instancia, no sólo a masificar la información, sino también, y más profundamente, a cosificarla.

Jugamos con aparatos e instrumentos en varios niveles al mismo tiempo: un volumen extraordinario de información, de acceso libre, instantáneo, global, multimedia. Nos informamos en píldoras de información mientras aprendemos a utilizar los aparatos que nos las sirven. No es sólo que el volumen de información es directamente proporcional a la desinformación generada (spam, basura informativa). También, la globalización de la comunicación conforma una visión distorsionada de la realidad, en el sentido de que ésta, en el fondo, va mucho más despacio que nosotros. "El ser humano tiene el cuerpo en el ciberespacio, pero mentalmente todavía estamos en la savana africana", explicaba el profesor de la Universidad de Amsterdam Cees Hamelink.

A un robot ya no lo controlamos nosotros. Sin embargo, a una bicicleta sí que la controlamos. "Debemos volver a retomar el control sobre aquello que podemos controlar". El Tiempo, entonces, es en estos momentos más un bien de consumo que otra cosa. Lo cual tiene que ver con que la proliferación de información, en sí, no valga nada, pierda su valor de contenido, y se mida más por número de interconexiones en las redes sociales, que por lo que verdaderamente ésta aporte. Sin Tiempo, la información es abundante, pero escasa. Por tanto no es valiosa. Con Tiempo, la información puede ser menos abundante, pero será más elaborada y por tanto más valiosa. Seguro que algún teórico tiene alguna fórmula matemática al respecto de este tema, pero me parece apasionante.

Ah, y el símil de la bici me pareció brillante, por supuesto.

jueves, 1 de julio de 2010

24 Solo

Las pruebas de resistencia siempre me han atraído. El grado de locura que hay que tener, mezclado con la preparación física y mental lo convierte en un desafío y una prueba de tus límites que lo hace irresistible. Así que este año me apunté a la 24Doce en solitario, a ver qué tal era eso de correr (o participar) durante 24 horas.

Ahora puedo decir que la prueba ha sido superada, pero ha costado. No sabía muy bien qué me iba a encontrar allí, y la verdad es que me encontré con un nivelazo de la mayoría de corredores, muchos rallyman habituales en la competición de cross country, y otros que como yo iban a pasarlo bien y participar. Aparte de todos ellos, estaban los de solitario. Digo aparte porque me parecieron una raza aparte, sin la obsesión por los resultados de los pro, pero curtidos en la bici, perros viejos del mountain con la cabeza fría y las piernas muy duras.

Una especie de misticismo rodeaba la carpa en la que algunos solitarios descansábamos entre vueltas, sin los medios de los equipos semi profesionales, sin masajes, y luchando con uno mismo por hacer una vuelta o dos más. Me pareció una categoría aparte a la que me gustaría parecerme.

Mi carrera fue razonablemente bien. Esperaba mucho más, pero ese día en concreto no me encontré muy bien, no sé si por empezar demasiado fuerte o por no saber dosificar el esfuerzo. El caso es que a la cuarta vuelta ya estaba roto, y no pude recuperarme del todo hasta por la noche. Entonces fue cuando disfruté más. Por la noche di un par de vueltas muy fáciles, y decidí guardarme algo para la mañana del domingo apretar un poco más e intentar llegar a 15 vueltas (me había propuesto hacer 20, pero tuve que corregir sobre la marcha, jejeje).

Sin embargo, mientras descansaba un poco en la tienda (no pude dormir), estuvo lloviendo toda la noche, con lo cual se suspendió la carrera por la mañana y se cortaron los resultados a las 3 am. Nota mental: la próxima vez, hay que dosificar mucho más, no forzar en las horas centrales, y guardar un buen trozo de energía para la noche.

Aún así, el ambiente de la 24Doce fue extraordinario, la deportividad bastante exquisita, y sobre todo, el recorrido fantástico. Un par de singletracks divertidísimos que de noche se volvían una gozada total, y una organización de muy buennivel han conseguido engancharme un poco más al rollo de las maratones y la larga distancia. ¡Larga vida al mountain!