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martes, 6 de noviembre de 2007
El Gerruf épico
Aprovechando las bondades del buen tiempo (en pleno noviembre y en manga corta, bendito cambio climático) el sábado pasado nos disponíamos a hacer la primera de las dos rutas anuales por El Gerruf, el mítico macizo lleno de sorpresas y buenos senderos. Cada ruta por El Garraf es distinta a la otra, pero no nos imaginábamos cuánto ibamos a disfrutar de esta.
Nada más salir de Gavá, encontramos la primera dificultad: la subida al Purgatorio, donde se purgan todos los pecados. Los seis integrantes de la ruta (David -Specialized Enduro Carbono, Oscar -Rocky Mountain ETSX30, Eduardo -Kona Kula, Willy -Santa Cruz Heckler, un negrazo de Kansas y 100 kg de músculos llamado Wayman con una preciosa Seven de 29 pulgadas, y yo) comenzamos la ascensión de unos 600 m de desnivel en 12 km a buen ritmo. El paisaje allí arriba ya era espectacular. Rodeados por monte bajo y matorrales de tomillo, romero y otras olorosas hierbas, los senderos pedregosos y trialeros se sucedían uno tras otro, técnicos y exigentes, pero agradecidos en la misma medida. La primera bajada rápida entre pedruscos dejaba paso a un divertidísimo sendero entre juncos y hierbas altas entre las que había que adivinar por dónde iba el camino. Máxima diversión y máxima concentración en poner la rueda. En realidad, el sendero estaba tapado por la vegetación, así que había que abrir el camino a cada pedalada. Primeras exclamaciones de entusiasmo.
Los tramos de pista y sendero ancho servían de enlace a bucles técnicos en los cauces secos de los riachuelos. Trialeras de canto rodado en los que la tracción era cuestión de equilibrio y balanceo del cuerpo. Mi Black Mamba se estaba portando fenomenal, tragándose piedras y siguiendo el camino como una bala trazadora. Las sensaciones iban en aumento.
Más senderos, como la enorme y larguísima bajada trialera después del monasterio budista de Sant Pere de Riba, ponían a prueba amortiguaciones, ruedas y frenos. Con más de 30 km en las piernas, cada vez estábamos más frescos y con más ganas. De hecho, se barruntaba que lo mejor estaba por llegar.
Y en efecto. La última parte de la ruta era una interminable bajada trialera hasta el pueblo de El Garraf. Interminable, vertical y muy rocosa. Realmente una bajada enduro, con tramos en los que no podíamos reprimir gritos y exclamaciones ante lo que estábamos haciendo. Apartar la mirada del camino suponía observar una caída vertical de unos cuantos metros, arriesgándose a caerse del estrecho singletrack. La concentración era vital para mantenerse en pie sobre dos ruedas, aunque fuesen gordas. Piedras y más piedras, senderos y más senderos. Desniveles de infarto entre roca, curvas cerradas y raíces. Los alimentos favoritos de nuestras máquinas y nuestros espíritus.
Por fin, tras esa bajada espeluznante en la que tuve que parar para creer por dónde habíamos pasado, nos esperaba el remate final: una terraza al borde mismo de la playa, con el sol de las 4 de la tarde, unas jarras heladas de cerveza y unas pizzas crujientes.
Nada de cuanto he hecho hasta ahora sobre una bici de montaña ha sido tan intenso, perfecto y sobrenatural como esto. Cinco horas de ruta, 45 km en el Garraf, seis tipos con sus bicis buscando y encontrando caminos perfectos. Una ruta épica como pocas. Gracias.
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