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martes, 24 de noviembre de 2009

Pedaladas para el pueblo


Últimamente estoy reencontrándome con el bonito mundo de las pedaladas populares, que son tan populares en Cataluña. En el fondo no son carreras, pero muchos se las toman como tales, y en el fondo casi todos las hacemos para medirnos a nosotros mismos y a los demás. El problema es que al ser precisamente eso, amateurs, el nivel de los participantes suele ser más bien bajo, y ante cualquier dificutad en la ruta, se forman unas colas impresionantes, retardando muchísimo la prueba. Pero ahí también está la gracia de estas pedaladas, y es que no existe la presión de una competición, y sí el ambiente adecuado para disfrutar del paisaje, y sobre todo, de disfrutar de la clásica butifarrada del final de la ruta.

Para algunos son pedaladas de globeros, para otros son carreras... pero lo cierto es que es importantísimo que existan este tipo de eventos populares para los que se inician en el deporte. En Cataluña, prácticamente cada pueblo organiza su pedalada a través de la asociación ciclista correspondiente, y todas con su logística perfecta de ambulancia, marcaje, moto abriendo y cerrando carrera, fotos, avituallamientos, y por supuesto butifarrada y obsequio. Todo por no más de 16 euros. Este formato de "carrera" te permite conocer sitios nuevos de extraordinario valor. En las dos últimas que he corrido, la de Sant Celoni y la famosa Prehistórica de La Roca del Vallès, he conocido nuevos singletracks estupendos entre los bosques, y una magnífica organización.

¡Larga vida a las pedaladas populares!

Por fin los ayuntamientos se gastan la pasta en algo interesante...

martes, 3 de noviembre de 2009

En busca de El Dorado


Somos animales hasta cierto punto predecibles, pero seguimos teniendo un grado aleatorio de comportamiento que nos sorprende a nosotros mismos con actos e ideas fuera de la norma. Es fácil mantener unas rutinas, unas costumbres, unas tradiciones que conformen una estabilidad y una calidad de vida. Forma parte del proceso de humanización. El ser humano era nómada hace miles de años, y ahora somos sedentarios, porque evolucionó nuestro cerebro y nuestro estómago. La necesidad de asegurar un abastecimiento de alimentos durante todo el año nos hizo sembrar en vez de cazar. Formar familias en lugar de aparearnos. También a los 20 años eres un poco nómada, más cazador que recolector, y poco a poco, sin darse uno cuenta, nos hacemos sedentarios. Nos volvemos predecibles; estables, pero predecibles. Y eso es lo mismo que una palabra un tanto tabú en nuestra sociedad. Nos volvemos viejos. Es la ley de la vida, y sin embargo tiene una connotación prohibida de desgaste inevitable, de obsoleto. Como si no supiéramos o fuéramos conscientes de que tarde o temprano vamos a palmarla porque tenemos una fecha de caducidad.

Sin embargo, a pesar de esta constante búsqueda de la estabilidad y la comodidad, a veces también nos cansamos de las cosas, necesitamos cambiar de aires, hacer algo extravagante, huir de la rutina. O lo que es lo mismo, emprender nuevas empresas, conquistar nuevos territorios cuando éstos ya están exprimidos. Es otra forma de sembrar, en realidad. Arriesgar, modificar o perturbar la cadena de montaje en la que estamos inmersos, para mejorar y finalmente consolidar de nuevo el proceso de expansión y asentamiento. Esto me lleva a la siguiente reflexión.

Montar por montar, por seguir un hábito o una costumbre, puede ser un hábito fácil de adquirir pero sin darse uno cuenta, también un vicio del que cueste salir. Por eso, para salir de lo habitual, es necesario introducir de vez en cuando elementos de distorsión en la rutina: nuevas conquistas.

Durante los últimos años he estado montando habitual y religiosamente en un mismo lugar, plagado de fantasía. Pero el género humano es así. Nos cansamos hasta de lo bueno. O mejor dicho: hasta lo bueno se queda pequeño y se acaba exprimiendo. Así pues, y con la mente puesta en el ejemplo de los Conquistadores españoles que cruzaron el Atlántico en busca de las Indias, o de las Américas, he decidido buscar yo también otras Américas. No por los tesoros, que seguro los hay y abundantes, sino sobre todo porque sí. Simplemente por hacerlo, por ver qué hay. Buscar nuevos sitios donde soltar a la bestia y disfrutar de El Dorado prometido: singletracks sinuosos, dorados y cubiertos por amplios techos vegetales. ¡El Dorado existe!